Название | Enamorado de la secretaria |
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Автор произведения | Noelle Cass |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788418616105 |
Alessandro caminaba furioso por la terminal del aeropuerto. Volvió a mirar de nuevo el reloj de pulsera de oro en la muñeca izquierda. Iban a ser las ocho y veinte, su chófer todavía no había aparecido con la señorita Petersen y ya hacía más de media hora que la torre de control había autorizado el despegue de su avión. Todavía le costaba creerse que esa mujer fuera tan irresponsable y en cuanto la tuviera frente a él debería despedirla en el acto, pero no podía hacerlo, ya era demasiado tarde para encontrar una persona más cualificada para que lo acompañara.
Por fin la vio aparecer al lado del chófer, el hombre arrastraba la maleta con el equipaje de Stacy.
—Gracias por todo, Sean. Ya puedes regresar a casa.
—Sí, señor —respondió el hombre, antes de darse la vuelta y dirigirse hacia la salida del aeropuerto.
—Vamos —la urgió Alessandro, sujetándola del brazo para que lo siguiera—. El avión está esperándonos en la pista de aterrizaje y espero por su bien que la torre de control no retrase demasiado tiempo nuestro despegue.
—Lo… lo… sien… to mucho —respondió Stacy casi sin resuello, pues Alessandro caminaba demasiado deprisa y dando pasos demasiado largos que a ella le estaba costando seguir —. No ha sido mi intención llegar tan tarde, señor Márquez.
Alessandro la ignoró y siguió avanzando hasta la zona de embarque, donde una azafata morena y alta los estaba esperando para acompañarlos al jet privado de Alessandro.
Siguieron a la azafata que los acompañó a uno de los aviones más lujosos que Stacy jamás había visto. Al entrar en el interior vio que era amplio y confortable. Tenía cuatro asientos forrados en piel de color beige, el suelo estaba enmoquetado en un color granate que le daba un toque de elegancia. Al lado de uno de los sillones, había una mesa auxiliar en la que estaba el ordenador portátil de Alessandro. Vio dos puertas, una de madera, y se imaginó que al otro lado de ella habría un dormitorio.
La azafata interrumpió los pensamientos de Stacy al anunciar que debían sentarse y abrocharse los cinturones, pues el comandante tenía permiso de la torre de control para despegar, tras ser informado de que ningún avión entorpecería la maniobra de despegue.
—Gracias, Alana —dijo Alessandro.
La azafata asintió y dijo:
—En cuanto estemos en el aire les serviré el desayuno. —Y desapareció tras la puerta que comunicaba con la cabina del comandante.
Alessandro y Stacy se quedaron a solas; él tomó asiento y ella lo imitó sentándose en uno de los asientos frente a él. Stacy necesitaba estar lo más alejada posible de ese hombre.
Durante largo rato, permanecieron en silencio y sin decir nada, pero Stacy sabía perfectamente que la calma que reinaba en el ambiente era engañosa. Se trataba de una calma que precedía a la tormenta.
De pronto, Alessandro la miró fijamente y ella le sostuvo la mirada, aunque sabía que era responsable de ese retraso y no iba a dejarse amilanar por ese hombre. Si él quería guerra, pues bien, guerra tendría.
—¡Es una irresponsable y una secretaria incompetente! Debería haberla despedido en el acto, pero era demasiado tarde para buscarle una sustituta.
—Lo siento, señor Márquez. No ha sido mi intención llegar tarde, el despertador no sonó.
—¡No me importan sus excusas baratas! —rugió Alessandro—. Ha sido contratada en mi empresa para ser mi secretaria. Apenas lleva una semana trabajando y no hace más que cometer error tras error.
—Sé que mi trabajo está dejando mucho que desear, pero le prometo que la situación cambiará y no tendrá queja alguna sobre mí.
—Señorita Petersen, dirijo una empresa en la que se mueven millones de dólares al año, ¿usted cree que puedo esperar que mi secretaria no desempeñe bien sus funciones?
El silencio se hizo en la cabina, la puerta por la cual se había ido la azafata se abrió y la mujer entró portando una bandeja con café, zumo y cruasanes. Todos permanecieron en silencio mientras la azafata servía el desayuno. En el ambiente se seguía respirando una tensión insoportable.
Pero a Stacy no le quedó más remedio que darle la razón a Alessandro. El día anterior le había dicho claramente que la reunión en El Cairo con Hakim-Al-Jasser era demasiado importante, y ella lo había dejado esperando en la terminal del aeropuerto casi una hora y media.
La azafata volvió a dejarlos a solas de nuevo. Stacy dio un sorbo a su vaso de zumo mientras Alessandro bebía su café.
—Espero por su bien que no me eche a perder el contrato con Hakim, o de lo contrario no me quedará más remedio que despedirla y llevarla ante los tribunales por daños y prejuicios. Hay en juego una inversión de cincuenta millones de dólares.
Ella se quedó blanca como el papel. Si hubiera estado de pie, se habría desmayado al oír la astronómica cifra que el jeque árabe estaba dispuesto a invertir en la empresa de Alessandro.
—¡No… no… no tenía ni idea de que ese contrato fuera tan importante! —pudo decir Stacy, en apenas un susurro audible.
—Pues ahora ya sabe a lo que nos estamos enfrentando, señorita Petersen. Lo único que espero de una buena secretaria es que cumpla con su trabajo con eficacia.
—No tendrá ninguna queja más sobre mí al respecto.
Alessandro se quedó unos minutos mirándola fijamente en silencio. No podía arriesgarse a que esa mujer echara por tierra todo el terreno que había ganado con Hakim. Sabía de sobra que era un hombre al que le gustaba que todo marchara sobre ruedas y sin inconvenientes. No podía permitir que la inexperiencia y la ineptitud de Stacy le costara ese contrato.
—Lo mejor para todos es que usted se quede en el hotel, Hakim y yo nos arreglaremos para llegar a un acuerdo —dijo, con una voz fría como el hielo.
—No será necesario, señor Márquez, estaré presente en la reunión y haré mi trabajo sin entorpecer las negociaciones con el jeque.
—Muy bien —respondió Alessandro, entre dientes—. Si comete el mínimo error será despedida en el acto, y si pierdo ese contrato no dude que la llevaré a los tribunales para pedir una indemnización por daños y prejuicios. Tendrá que trabajar el resto de su vida para pagar una deuda que nunca será capaz de amortizar, en el caso de que no acabe en prisión.
El color abandonó el rostro de Stacy, ese hombre no podía ser tan cruel. Pero estaba de acuerdo con él, si ella metía la pata, estaría en todo su derecho por pedir que lo resarcieran por los daños causados.
—Lo… lo he entendido perfectamente, señor Márquez.
Poco después, la azafata recogió los restos del desayuno y en la cabina se hizo el silencio. Alessandro abrió el ordenador portátil y se puso a trabajar, mientras Stacy no era capaz de quitarse de la mente sus amenazas. Tenía que tranquilizarse. Lo único que tenía que hacer era estar presente en la reunión y tomar notas de los puntos más importantes, era algo que no requería de mucho esfuerzo.
Pero teniendo a Alessandro tan cerca, Stacy tenía que hacer un esfuerzo sobrehumano para poder concentrarse. Era consciente de cada movimiento y cada gesto de ese hombre. Ahora mismo, en vez de estar preocupada por sus palabras, se había quedado mirándolo embobada mientras él trabajaba en el portátil.
Escuchó el característico tono