Enamorado de la secretaria. Noelle Cass

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Название Enamorado de la secretaria
Автор произведения Noelle Cass
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788418616105



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que puedan surgir. Y Hakim es un hombre muy ocupado y no puedo darme el lujo que rompa el contrato millonario que tiene conmigo. Tiene el pasaporte en regla, ¿no?

      —Sí, por supuesto. Mis padres viven en Los Ángeles y de vez en cuando voy a visitarlos.

      —Bien, deme su dirección, mi chófer la recogerá mañana a las siete de la mañana para llevarla al aeropuerto.

      —De acuerdo —respondió ella, resignada.— Es mejor que me vaya a casa a preparar la maleta, por cierto… ¿cuántos días vamos a estar en El Cairo?

      —Hakim nos ha invitado a permanecer en su país una semana. Guarde en la maleta ropa de verano, en el desierto hace calor, pero no se olvide de poner alguna prenda de abrigo, por las noches hace mucho frío.

      —¿Una semana?, ¿y dónde nos hospedaremos?

      —Hakim insistió en que nos quedáramos en su casa, pero me he negado diciéndole que nos quedaríamos en un hotel de la ciudad, no quiero causarle molestias, ya está siendo demasiado amable al invitarnos a su país.

      —¿Eso es todo, o hay algo más qué debería saber? Quisiera ir a casa, hacer la maleta y acostarme temprano.

      —Eso es todo, la veré mañana en el aeropuerto.

      Stacy salió de la oficina de Alessandro temblorosa después de darle su dirección. Todavía no se acababa de creer que fuera a pasar una semana con él en El Cairo. Pero había despertado su interés y estaba deseando conocer a Hakim-Al-Jasser.

      Se acercó al sillón de su escritorio, cogió la chaqueta que estaba colgada y se la puso. Del escritorio recogió el bolso, puso un bloc de notas y un bolígrafo para apuntar los temas más importantes de la reunión. Luego caminó por el pasillo desierto hacia los ascensores. En el edificio, a esas horas, ya no quedaba casi nadie.

      Mientras bajaba en el ascensor, la cabeza no dejaba de darle vueltas. Al día siguiente volaría en el avión privado de su jefe a otro país. Tenía ante sí un gran reto laboral, ya que iba a ser su primera reunión. Ni en un millón de años se atrevería a pensar que su primera reunión iba a ser, ni más ni menos, en un país tan idílico como El Cairo.

      Ya en el parking, abrió el coche con el mando a distancia y subió al vehículo, poco después salió del estacionamiento y se incorporó a la carretera. Sintonizó su emisora de radio favorita para mantenerse distraída y dejar de pensar en Alessandro.

      Cuando llegó a casa, ya estaba anocheciendo, pues había parado en un restaurante de comida rápida para comprarse una hamburguesa con una ración de patatas fritas para cenar. Ese día, Betty libraba y no tendría nada preparado de cena.

      Después de guardar el coche en el garaje y cerrar la puerta, entró en casa. Dejó el bolso en la isleta de la cocina junto con la bolsa de la cena. Se daría una ducha rápida, haría la maleta, cenaría y se acostaría temprano, aunque estaba segura de que no sería capaz de pegar ojo en toda la noche. Con solo pensar en la cercanía de Alessandro, su cuerpo temblaba de una excitación que nunca antes había sentido, ya que su cuerpo estaba despertando a la vida y le cosquilleaba en lugares que hasta ahora había sentido dormidos.

      Ya pasaban de las nueve y media de la noche, cuando Stacy se dejó caer rendida de cansancio en la cama. Ya había dejado todo preparado para la mañana siguiente. Solo tendría que ducharse, vestirse y aplicarse un discreto maquillaje.

      Alessandro todavía permanecía en su oficina. En el ambiente todavía flotaba el seductor aroma del perfume de gardenias de Stacy. En tan poco tiempo él había aprendido a asociar ese aroma que solo le pertenecía a ella. Una y otra vez, no dejaba de repetirse que tenía que sacársela de la cabeza, era demasiado joven para él, los siete años de diferencia entre ambos era abismal. Mientras él tenía experiencia con las mujeres, era evidente que Stacy resultaba demasiado inocente todavía, se ruborizaba y se ponía nerviosa cuando él se le acercaba, claro síntoma de inexperiencia. Pero de pronto, recordó el momento en que la había visto en la cafetería con Brody, y una ráfaga de celos lo invadió. Con él, Stacy no se había mostrado cohibida en ningún momento, al contrario, parecía estar disfrutando con los halagos de su compañero.

      Se levantó bruscamente del sillón y se acercó a la vitrina a servirse un vaso de whisky, y le dio un largo sorbo a la bebida. Tenía que olvidarse de esa mujer cuanto antes, se decía así mismo, pero sabía que le iba a ser imposible, esa mujer se estaba empezando a adueñar de cada rincón de su mente. Entonces se puso a pensar en cómo iba a poder soportar una semana entera a su lado en otro país. Había cometido un error garrafal al permitir que ella viajara con él, bien podría haber escogido entre el personal a alguna otra mujer con mucha más experiencia y que no lo afectara tanto como Stacy.

      Pero había algo que todavía lo preocupaba más. Hakim era un hombre joven y atractivo. Estaba soltero y en cuanto conociera a Stacy, él se quedaría prendado de ella. Aunque le había dicho que se vistiera de forma recatada, Stacy no sería capaz de esconder su belleza. El árabe se quedaría encandilado de ella en cuanto se la presentara. Alessandro todavía seguía pensando cómo podía ser que al verla por primera vez le hubiera parecido anodina e insulsa, justamente, lo contrario de lo que era Stacy. Pues en los dos días que llevaba trabajando en su empresa, ya había llamado la atención de Brody, aparte de la suya misma.

      Casi una hora más tarde, salió de la empresa y el chófer con el que contaba en algunas ocasiones, lo recogió en las puertas del edificio. «Iba a ser una semana muy larga», no dejaba de repetirse como un mantra. Deseaba a Stacy Petersen de una forma tan intensa que a él mismo lo asustaba. Intentó concentrarse en el paisaje nocturno que iba pasando ante sus ojos, pero Alessandro no era capaz de fijarse en nada. Ese viaje iba a ser una tortura para él.

      Ya en su casa, pidió al ama de llaves que le preparara una maleta con ropa suficiente para una semana, ya que tenía una importante reunión en El Cairo. La mujer asintió, le sirvió la cena y mientras él cenaba, subió a la habitación de Alessandro a preparar el equipaje.

      Media hora más tarde, se duchó y se acostó, había sido un día infernal en la oficina, ya que se había matado a trabajar para olvidarse de Stacy. Pero ni siquiera el trabajo hacía que pudiera olvidarse de ella. Alessandro estaba seguro de que esa mujer lo había embrujado de alguna forma, no sabía cómo lo habría hecho, pero estaba seguro de que Stacy estaba utilizando un hechizo para seducirlo. No era normal que él pensara tanto en una mujer, al contrario, en cuanto se acostaba con ellas, Alessandro perdía el interés, era cuestión de tiempo que las echara de su lado. Alguna se retiraba resignada, otras, le hacían numeritos y escenas de lágrimas para que no las abandonara. Pero Alessandro sabía que no todo lo que relucía era oro, pues algunas querían echarle el lazo para poder acceder a su inmensa fortuna, algo que hasta el momento había evitado con gran éxito. Lo que menos necesitaba Alessandro era una esposa ambiciosa que gastara como si nada todo el dinero que a él le había costado ganar con tanto esfuerzo.

      Pero en la cama, no dejaba de dar vueltas y vueltas de un lado a otro. Ya por fin, bien entrada la madrugada, consiguió conciliar el sueño, mientras la luz de la luna bañaba su figura en la amplia cama y el dormitorio con su suave luz.

      Unos lejanos golpes procedentes desde algún lugar de la casa, despertaron a Stacy. Abrió los ojos de golpe, separó las mantas y prácticamente se tiró al suelo para mirar qué hora era… y ¡eran las ocho menos cuarto! Alessandro iba a pedir su cabeza en bandeja de plata después de lo sucedido. Se puso la bata y se acercó al dormitorio de enfrente, desde donde veía la puerta principal de la casa. Un lujoso Mercedes blanco estaba aparcado y un hombre uniformado llamaba a la puerta de forma insistente.

      Stacy se asomó a la ventana y dijo:

      —Disculpe, deme cinco minutos y bajo, me he quedado dormida y el despertador no ha sonado.

      El hombre levantó la vista con cara de muy pocos amigos, estaba claro que las órdenes y los horarios que imponía Alessandro se seguían a rajatabla.

      —Señorita... por favor, dese prisa, ya deberíamos estar en el aeropuerto y el jefe y usted ya deberían estar volando a El Cairo.

      Stacy