Название | Enamorado de la secretaria |
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Автор произведения | Noelle Cass |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788418616105 |
Él rio con una risa que a Stacy le pareció más a la risa de una hiena a punto de atacar a su presa, que la de un ser humano.
—Muy bien, usted misma se lo ha buscado. Prepárese porque haré que se arrepienta de querer trabajar aquí.
—Soy más fuerte de lo que parece. —Ella lo desafió con la mirada.
—Ya veremos si después de un par de días de duro trabajo opina lo mismo.
—No me da miedo el trabajo y menos usted.
Alessandro se acercó sigilosamente a Stacy, ella intentó mantenerse serena, pero su presencia la turbaba demasiado.
—Así que no me tiene miedo —dijo él, muy cerca del rostro de Stacy. Ella no pudo evitarlo y se perdió en el suave aroma a perfume que emanaba Alessandro. Stacy no entendía por qué ese hombre la turbaba tanto, pero tampoco quería averiguarlo, lo único que quería era cumplir con su horario laboral y nada más.
—No... no... le tengo... miedo —balbuceó ella.
—¿Entonces por qué está temblando?
—Siento algo de frío —mintió Stacy.
—Le estoy dando una oportunidad de oro, si se marcha ahora puede irse con la dignidad intacta. No la quiero en mi empresa y yo siempre tengo la última palabra. Y es mejor a que tenga que huir avergonzada por no soportar el trabajo duro.
Alessandro por fin se separó de ella y se encerró en su despacho, murmurando imprecaciones entre dientes y dando un sonoro portazo al cerrar la puerta. No quería a esa mujer en sus dominios y menos tan cerca de él; su presencia lo afectaba demasiado y no soportaría tenerla cerca durante las largas horas de trabajo. Tenía que hacer todo lo posible para echarla de la empresa, él era el dueño y escogía a quién quería bajo sus órdenes. Y lo que no quería era a una secretaria de lengua afilada y un cuerpo de infarto que podría hacer que hasta un santo la deseara.
Stacy se dejó caer temblorosa en el asiento. Ese hombre no tenía modales y parecía un auténtico hombre de las cavernas. Pero se había encontrado con la persona equivocada, ella iba a soportar todos sus arranques de mal genio y sacar adelante todo el trabajo que él le impusiera, demostrándole así que era mucho más dura de lo que ese hombre pensaba.
Pero no se sentía preparada para todas las sensaciones que le hizo sentir cuando lo tuvo tan cerca. Si algo corría peligro era, sin duda, su corazón. Stacy estaba segura de que podría acabar enamorándose irremediablemente de ese hombre y que haría añicos su corazón, porque si estaba segura de algo, era que Alessandro Márquez era un experto en romper los corazones de las mujeres que osaban conquistarlo. Había leído demasiados cotilleos sobre su vida amorosa. Pero Stacy estaba decidida a no convertirse en una más de la interminable lista de ese atractivo hombre.
CAPÍTULO 2
La mañana para Stacy fue pasando lentamente. Por Lana, Alessandro envió un sinfín de carpetas para que traspasara los documentos al ordenador y luego archivarlos en el archivador que tenía detrás. Lana también le había dicho que estaba prohibido hacer fotocopias de los documentos, aunque no eran muy importantes, esos los guardaba Alessandro celosamente en la caja fuerte del despacho.
Luego, Lana le preguntó si le apetecía comer juntas al mediodía y ella agradeció la invitación. Durante el almuerzo, Stacy podría averiguar más cosas sobre Alessandro Márquez.
Se concentró en su trabajo; para su suerte, a lo largo de la mañana no había vuelto a verlo, pues permanecía encerrado en su oficina. Esto le favorecía, su presencia le afectaba más de lo que pensaba y no tenía intención de que él la hiciera abandonar su puesto de trabajo. Stacy trabajaba para superarse profesionalmente, aunque sus padres que vivían en Los Ángeles, pusieron una gran cantidad de dinero en un fideicomiso a su nombre, dinero al que podría acceder cuando cumpliera los veinticinco años, aunque para eso todavía faltaban dos años, ya que acababa de cumplir veintitrés. Pero Stacy no tenía intención de disponer de ese dinero a no ser que fuera necesario.
Para cuando dieron las doce y media, Stacy estaba más que agotada, pues ya había guardado la información de diez documentos en la base de datos del ordenador. Se echó hacia atrás en el respaldo del asiento y dejó escapar un largo suspiro. No podía rendirse a las primeras de cambio, le había quedado demasiado claro que su nuevo jefe no la soportaba, opinión que compartía con él, pues ella tampoco lo soportaba a él.
Guardó los cambios que había realizado antes de cerrar el programa que usaba y luego apagó el ordenador. Se levantó del asiento y fue a recepción a buscar a Lana. Se encontraron a medio camino y fueron juntas hacia los ascensores, bajando a la planta baja del edificio. Salieron a comer al restaurante que estaba enfrente de la empresa.
Entraron en el local y un amable camarero las acompañó a la única mesa libre que había, el local estaba lleno a rebosar. Ya sentadas, las dos pidieron coca cola para beber, y de comer una ensalada de primero y de segundo, filetes a la plancha con patatas. El camarero no tardó en servirles el pedido, pero se alegraron porque no era mucho el tiempo que tenían libre para almorzar.
Alessandro permanecía sentado en el sillón del despacho, lo tenía girado hacia los amplios ventanales que le ofrecían una panorámica envidiable de San Francisco, pero él no era capaz de ver nada, tenía la mente puesta en cierta mujer de la cual no era capaz de olvidarse. Había llamado a la cafetería del edificio para que le subieran dos sándwiches, un refresco de naranja y café con leche, pues no tenía ganas de salir de su oficina para encontrarse con la señorita Petersen, que por su carácter le hacía pensar en brujas surcando los cielos sentadas en sus escobas, pero Alessandro tenía que reconocer que era una bruja muy hermosa y le encantaba que lo desafiara. Pero estaba seguro de que muy pronto acallaría de una vez por todas esa lengua tan afilada, la iba a tener ocupada con montañas y montañas de trabajo hasta que ella dimitiera.
También había hablado con el jefe de Recursos Humanos, este le pidió perdón por no comunicarle que habían contratado a la señorita Stacy Petersen. Alessandro respiró aliviado, por lo menos en eso no le había mentido. Pero no podía dejar de vigilarla, no sabía qué intenciones tenía esa mujer para estar en la empresa. Los documentos que ella estaba pasando al ordenador no decían mucha cosa; los confidenciales, se aseguraba de tenerlos a buen recaudo y solo su equipo legal y él tenían acceso a ellos. No podía permitirse el lujo de que alguno de sus empleados filtrase información que lo pudiera comprometer. Odiaba ser débil ante la competencia, que cada día que pasaba era más dura y encarnizada para quitar de en medio a los rivales.
Llamaron a la puerta interrumpiendo sus cavilaciones. Roy, uno de los camareros de la cafetería, entró en la oficina portando una bandeja con su almuerzo. El chico dejó la bandeja sobre el escritorio y Alessandro le dio las gracias, el chico sonrió y lo dejó de nuevo a solas. Destapó uno de los sándwiches y comió con apetito. Se dio cuenta de que estaba hambriento, poco a poco, la comida y la bebida fue desapareciendo de la bandeja.
Cuando terminó, se levantó y fue al cuarto de baño a lavarse las manos, y después volvió a sentarse, e intentó concentrarse en toda la información que tenía sobre un nuevo contrato que tenía por medio. Se trataba de un jeque árabe que quería contratarlo para hacer importantes edificios en El Cairo. Lo que más sorprendió a Alessandro era la cantidad de dinero que el hombre estaba dispuesto a desembolsar para las construcciones. Lo repasó concienzudamente y guardó el documento en la caja fuerte, fuera de la vista de miradas indiscretas. Debía tener mucho cuidado cuando había en juego tanto dinero de por medio, no podía darse el lujo de que el jeque se fuera con la competencia, eso sería un golpe duro para él y que el dinero se le escapara de las manos.
Stacy y Lana regresaron a las oficinas para incorporarse de nuevo al trabajo, al final, se habían retrasado un cuarto de hora, y esperaba que Alessandro no se percatara de su ausencia, pues lo utilizaría contra ella y diría que era irresponsable.
Respiró aliviada cuando se fue acercando a su escritorio y vio el camino despejado, rápidamente se sacó la chaqueta, la colgó en el asiento, encendió el ordenador