Lacanes. Historia de una superviviente. Alba Martín Aguiar

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Название Lacanes. Historia de una superviviente
Автор произведения Alba Martín Aguiar
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788418470974



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cebó con su frente. Después de eso era tal la pesadez que sentía en los párpados que le resultó imposible responder físicamente a la orden mental de abrirlos. Se sintió separada del suelo, zarandeada, devuelta al suelo. Con su cachete escachado contra el frío y la sangre caliente en la boca por el golpe, sintió como esta se deslizaba por sus palpitantes labios. Todos los tormentos desaparecieron de su mente salvo uno: ¿y ahora qué?

      Unos murmullos lejanos la devolvieron del vacío, seguía sin poder ver nada y mucho menos levantarse. Intentó despegar la cabeza del suelo con el único resultado de levantarla apenas un centímetro para volver a golpearse. Las primeras palabras que pudo entender resonaron desde las alturas, pero muy cerca de ella. Le provocaron un temblor y arcadas.

      —Es para mí. ¡Que me escuches! ¡Joder, que es mía!

      Sintió como le tocaban la espalda y el terror detuvo su mente. Al momento notó que la mano se despegaba.

      —¡Me cago hasta en la puta! ¡Mía!

      —¡Déjala!

      Chillidos lejanos, familiares, rajaron el aire y le dieron fuerza para abrir los ojos. Mientras trataba de enfocar la visión sintió que la levantaban del suelo y la tiraban a un sillón tan familiar como el de su propia casa. Seguía allí. Después de ubicarse trató de revolverse, pero un golpe de carne y huesos paró bajo su ojo. El escozor brotó de su cachete y de nuevo la repugnante voz.

      —Se está despertando. Mejor. —Sintió que la aspereza rozaba su cara, bajando y pasando por el cuello sin detenerse—. Así podrás decirme cuánto te gusta.

      El aliento del ladrón de integridad, de dignidad, de la fuerza que un individuo tiene y debe poseer se instaló en sus fosas nasales, cuando su lengua se restregó por sus labios y alrededores. Los chillidos cada vez eran más intensos y mientras unos no articulaban palabra los otros tenían un claro mensaje.

      —¡Que la dejes! ¡Que la dejes! ¡Te voy a matar, asqueroso hijo de la gran puta!

      —¡Me cago en la puta con el viejo! ¿Me estás amenazando, cabrón?

      Vio que el bulto se levantaba y se dirigía hacia la puerta. Solo pudo acercarse al borde del sillón y vomitar el vacío de su estómago entre dolorosas arcadas. El miedo, el temor, hicieron que dejara de sentir los golpes que acaba de recibir, pero su cabeza seguía haciendo girar la habitación.

      Los chillidos se incrementaron, pero no pudo entenderlos. Aquellos últimos gritos serían los que en sueños la despertarían noche tras noche hasta el final de sus días. Dos estampidos secos dejaron una extraña resonancia en el aire, que solo fue rota por el ruido de dos muertes más contra el suelo de parqué y aún más silencio. Se quedó paralizada y apretó los ojos, los puños, hasta sus órganos se apretaron en la más absoluta inmovilidad tirada en aquel sillón.

      —Ya está, tanto jaleo, joder.

      —¡Que vienen! ¡Que vienen!

      —Te dije que no dispararas, imbécil. Puto descerebrado incontrolable. A ver ahora qué dices.

      —¡Vámonos, nos da tiempo!

      —No, ya que estamos nos los cargamos y adiós competencia.

      —¡Que te calles ya, joder! Te crees que piensas y no eres más que un puto descerebrado puesto de coca hasta las cejas.

      Un estruendo resonó en toda la casa. Ella supo que el golpe provenía del choque de la puerta principal contra la pared. Seguía sin moverse, sin entender nada en absoluto.

      —¿Qué pasa aquí?

      En respuesta, un murmullo.

      —¿Ahora qué?

      —¡Que te calles!

      Confusión entre los pasos y las charlas. Supo que la observaban, pero ya qué importaba, no se sentía siquiera en su propio cuerpo.

      —¿Quién es?

      —Una ahí, este se la quería trajinar.

      —¿Qué di…?

      La pregunta fue cortada por otro disparo y otro peso muerto fue a parar al suelo.

      —Largo de aquí. ¡Ya! Nunca más. Ya sabes lo que hay.

      De nuevo pasos hasta el cierre de la puerta y el silencio. Un bulto se sentó a su lado, posó su mano en su hombro. Era cálida, llena, más suave, pero no la percibió así de ningún modo. Un temblor y una sacudida sumada la obligaron a encogerse aún más e hicieron que sus rodillas se pegaran a su cuerpo. Quería llorar, quería gritar y golpear, pero todo ello se arremolinó sin reventar en su esternón, justo bajo lo que hasta ese momento había sentido como corazón.

      V

      No sabía cómo había llegado, pero estaba en su cama. Por un momento esperó que todo fuera una resacosa pesadilla, pero al intentar incorporarse y comprobar que su mirada se desvanecía hacia sus párpados superiores, no pudo más que llorar, indefensa, sola. Permaneció tirada en la cama y sintió que un bulto la observaba desde la puerta. Trató de enfocar, pero se sentía muy mareada. La sombra se acercó hasta ella y encendió la pequeña lámpara de la mesita de noche. La tenue luz mostró a un hombre algo harapiento y con una descuidada barba. Recordó la invasión que había vivido y trató de huir entre gemidos de miedo.

      —Tranquila, tranquila. No voy a hacerte daño, nadie lo hará. Ese hijo de puta está muerto.

      Muerte. Esa palabra resonó con un eco que desenterró los recuerdos. Los cachorros, la casa abierta, los golpes, aquella asquerosa bestia, gritos, sus padres. Sus padres. No podía hablar porque no podía respirar. Dirigió su mirada hacia el hombre que le había hablado.

      —Ya, ya. Ya está. Ahora no pienses en nada.

      Apoyó una mano en su cabeza. Era cálida, pero ella repudiaba cualquier contacto. Él pareció intuirlo y retiró la mano con rapidez y mucha suavidad. Dirigió su mirada a la puerta. Había otro bulto apoyado en el marco. Era más pequeño. Cuando se acercó su vista dibujó una mujer. Aunque mayor que ella, era joven. En los brazos cargaba un bulto envuelto en su toalla de playa. Se acercó y dejó a los cachorros entre sus brazos. Fue rápido, apenas la miró.

      —Descansa. Yo te cuidaré para que puedas hacerlo. Pero ellos te necesitan, ahora mismo sin ti están perdidos.

      Sentir la existencia de seres aún más frágiles que ella dio lugar a un sentimiento totalmente desconocido. Los observó. Sus pequeñas patas, sus ojitos, sus dos pequeñas naricillas. Cuando se dio cuenta, estaba sola en su habitación y el cansancio se apoderó de ella. Esa sería una de las pocas veces que dormiría sin soñar. Cayó en la negrura sintiendo los tímidos movimientos de los cachorros en su pecho.

      Cuando despertó no era consciente del tiempo que había pasado, pero se sobresaltó al ver a la muchacha sentada al borde de su cama.

      —Como no te levantabas les he dado yo la leche. No sé lo que deberían comer, pero todos los cachorros toman leche. Todavía quedan algunas botellas en la despensa.

      Sentía la lengua pegada al paladar y la pastosidad se extendía más allá de su garganta.

      —¿Cuánto tiempo llevo dormida?

      —Casi tres días.

      La respuesta la dejó sorprendida. Un dolor agudo fue profundizando en su pecho. Incandescente, penetraba en su carne y llegaba a su alma. Se encogió en la cama y las lágrimas brotaron con el mayor de los sigilos.

      —Todos los que estamos aquí hemos sufrido, hemos perdido a gente, hemos estado solos. Él nos ha dado compañía, nos ha dado una familia, una pequeña posibilidad de seguir adelante. Pero el dolor no se va nunca, eso no puede hacerlo él.

      —¿El hombre de la barba?

      —Sí, ese. El Artesano.

      —¿Así lo llaman?

      —Sí.

      —¿Pero