Название | La Palabra del Señor |
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Автор произведения | Pedro Alurralde |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789874792310 |
Juan tenía una túnica de pelos de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. La gente de Jerusalén, de toda la Judea y de toda la región del Jordán iba a su encuentro, y se hacía bautizar por él en las aguas del Jordán, confesando sus pecados.
Al ver que muchos Fariseos y Saduceos se acercaban a recibir su bautismo, Juan les dijo: “Raza de víboras, ¿quién les enseñó a escapar de la ira de Dios que se acerca? Produzcan el fruto de una sincera conversión, y no se contenten con decir: ‘Tenemos por padre a Abraham’. Porque yo les digo que de estas piedras Dios puede hacer surgir hijos de Abraham. El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles: el árbol que no produce buen fruto será cortado y arrojado al fuego. Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. Él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego. Tiene en su mano la horquilla y limpiará su era: recogerá su trigo en el granero y quemará la paja en un fuego inextinguible”» Mt 3,1-12
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«Juan es la voz, Cristo es la Palabra. Cristo existió antes que Juan, pero junto a Dios, y después de él, pero entre nosotros. ¡Gran misterio, hermanos! Estén atentos, perciban la grandeza del asunto una y otra vez. (...) Juan representaba el papel de la voz en este misterio; pero no sólo él era voz. Todo hombre que anuncia la Palabra es voz de la Palabra. Lo que es el sonido de nuestra boca respecto a la palabra que llevamos en nuestro interior, eso mismo es toda alma piadosa que la anuncia respecto a aquella Palabra de la que se ha dicho: En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios; ella estaba en el principio junto a Dios (Jn 1,1-2). ¡Cuántas palabras, mejor, cuántas voces no origina la palabra concebida en el corazón! ¡Cuántos predicadores no ha hecho la Palabra que permanece en el Padre! Envió a los patriarcas, a los profetas; envió a tan numerosos y grandes pregoneros suyos. La Palabra que permanece envió las voces, y, después de haber enviado por delante muchas voces, vino la misma Palabra en su voz, en su carne, cual en su propio vehículo. Recoge, pues, como en una unidad, todas las voces que antecedieron a la Palabra y resúmelas en la persona de Juan. Él personificaba el misterio de todas ellas; él, sólo él, era la personificación sagrada y mística de todas ellas. Con razón, por tanto, se le llama voz, cual sello y misterio de todas las voces»2.
¡CADA VEZ MÁS CERCA!
Los cristianos no creemos en el mito del eterno retorno, y en que todo vuelva a repetirse. Sabemos que cada paso que damos, nos acerca más al encuentro pleno y definitivo con el Señor. Pero la condición que él nos exige es reanimar nuestro espíritu de conversión.
¿Pero qué es la conversión? La conversión es el esfuerzo que hacemos para retomar con corazón purificado el seguimiento de Cristo. Muchos piensan ingenuamente, que uno se convierte de una vez para todas; pero esto no suele suceder siempre así.
La conversión es una gracia que Dios nos regala. Hay que pedirla y recibirla “setenta veces siete”, por pura gratuidad.
Convertirnos, significa redimensionar nuestra escala de valores. Retomar un camino jalonado por momentos litúrgicos fuertes de iglesia, como puede ser el del Adviento. Convertirse implica practicar las virtudes y combatir los vicios de nuestra naturaleza humana.
Cuentan de un anciano monje que se cruzó con una famosa cortesana rodeada de su dorado séquito. Al verla, se quedó contemplándola un largo rato, deslumbrado por su hermosura. Sus discípulos estaban escandalizados. Pero él con lágrimas en los ojos les dijo: “Observen cómo esta mujer luce y se adorna con lo mejor que tiene, para seducir a los hombres. En cambio, nosotros, ¡con qué poco espíritu de conversión nos preocupamos por buscar agradar al Señor, y para llamar su atención!”.
2. San Agustín de Hipona, Sermón 288, 4 (trad. en: Obras completas de san Agustín, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1984, t. XXV, pp. 138-139 [BAC 448]).
DOMINGO 3º
«En aquel tiempo Juan el Bautista, oyó hablar en la cárcel de las obras de Cristo, y mandó a dos de sus discípulos para preguntarle: “¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?”. Jesús les respondió: “Vayan a contar a Juan lo que ustedes oyen y ven: los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres. ¡Y feliz aquel para quien yo no seré ocasión de escándalo!”.
Mientras los enviados de Juan se retiraban, Jesús empezó a hablar de él a la multitud diciendo: “¿Qué fueron a ver al desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Qué fueron a ver? ¿Un hombre vestido con refinamiento? Los que se visten de esa manera viven en los palacios de los reyes. ¿Qué fueron a ver entonces? ¿Un profeta? Les aseguro que sí, y más que un profeta. Él es aquel de quien está escrito: ‘Yo envío a mi mensajero delante de ti, para prepararte el camino’.
Les aseguro que no ha nacido ningún hombre más grande que Juan el Bautista; y sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es más grande que él”» Mt 11,2-11
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«¿Qué es lo que salieron a ver en el desierto? ¿Alguna caña que a todo viento se mueve? Lo cual insinuó, no, claro está, afirmándolo, sino negándolo. En efecto, en cuanto se levanta el viento, inclina la caña hacia el otro lado. ¿Y qué se significa por la caña sino el espíritu carnal, que, apenas le toca el favor o la detracción, en seguida se inclina a una o a la otra parte?; pues, si de la boca de los hombres sopla el viento del favor, se alegra y se engríe y totalmente se inclina como dispuesto al favor; pero, si de donde venía el viento de la alabanza surgiera el de la detracción, en seguida le inclina, como a la parte contraria, a la violencia del furor.
Pero Juan no era una caña movida por el viento, porque ni le ablandaba favor alguno ni le hacía duro la injuria de cualquiera detracción; ni lo próspero lograba envanecerle, ni abatirle la adversidad; no era, pues, una caña movida por el viento, Juan, a quien no desviaba de la rectitud de su vida variedad alguna de las cosas.
Aprendamos nosotros a no ser cañas agitadas por el viento; consolidemos el ánimo, expuesto .al viento de las lenguas; manténgase inflexible la firmeza del alma; no nos excite a ira detracción alguna, ni favor alguno nos incline a dispensar una gracia inútil; no nos engría la prosperidad, ni la adversidad nos conturbe; de suerte que los que estamos asentados en la solidez de la fe, jamás nos movamos por el cambio de las cosas pasajeras»3.
EL MENSAJE DE JUAN EL BAUTISTA
Juan el Precursor fue un auténtico “fronterizo”. Pasó su vida en la frontera del desierto, en los límites con la Palestina, al borde del río Jordán, y conformando una geografía espiritual. Desde ella bautizaba y llamaba con insistencia a la conversión del corazón.
Juan el Bautista fue un hombre humilde, y por eso fue un hombre veraz. Era la Voz que proclamaba verdades. Dijo la verdad sobre Cristo, la verdad acerca de él, y les dijo la verdad a los hombres necesitados de ella. ¡Y esto le costó la cabeza!
Cristo en cambio fue, es y será, la Palabra de Vida, anunciada a una humanidad vocinglera, saturada con voces vacías de contenido. Él vino a darle sentido a un mundo que había perdido la alegría de la esperanza.
Por eso, el tema de la Buena Noticia impregna el tiempo del Adviento, que está dedicado a actualizar la alegría de la salvación.
De este mensaje, fue Juan el Precursor, el portavoz. Anunciando el cambio de rumbo de la historia de la gran familia humana, que no encontraba salida.
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