Название | Desenfrenada lujuria |
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Автор произведения | Pablo Bedoya Molina |
Жанр | Сделай Сам |
Серия | |
Издательство | Сделай Сам |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789585596719 |
La sodomía fue el artefacto que construyó la escolástica medieval para referirse a las prácticas sexuales que atentaban contra la creación de Dios.25 Esta categoría no hacía referencia unívoca a la “homosexualidad”, pues también llegó a definir otras prácticas como las relaciones sexuales anales entre hombres y mujeres, por lo que sodomía y homosexualidad no describen lo mismo. La sodomía fue definida como un pecado de lujuria al igual que otras prácticas como las molicies, el bestialismo y el sacrilegio,26 y se consideró tan grave como la herejía y los delitos de lesa majestad. La gravedad de este pecado-delito residió en que orientaba la cópula sexual hacia fines contrarios a la propagación de la especie, considerado en últimas su fin natural.27 Sin embargo, a pesar de su gravedad, sus definiciones fueron controversiales por lo cual fue un campo de disputa de sentidos entre teólogos, juristas y eruditos. Para el periodo que se analiza, “las principales doctrinas temprano modernas convinieron en definir al fenómeno de la sodomía como el concúbito entre personas del mismo sexo”28, aunque nunca estuvo exenta de debates y confusiones.
De tal manera, la categoría medieval de sodomía guarda una relación con la categoría moderna de homosexual, aunque no describen el mismo objeto. Varios trabajos se han ocupado de analizar cómo se construyó el objeto decimonónico homosexualidad.29 Sin embargo, han sido menos los que se han interesado por la producción del objeto sodomía, lo que permitiría un mejor análisis de las continuidades y discontinuidades entre estos. La distinción tácita que hace Michel Foucault entre “identidad” y “acto”, o entre “sujeto” y “práctica”, ha sido vista como la diferencia sustancial entre la categoría de sodomía y la de homosexualidad. En palabras de Michel Foucault: “La sodomía —la de los antiguos Derechos Civil y Canónico— era un tipo de actos prohibidos; el autor no era más que su sujeto jurídico. El homosexual del siglo xix ha llegado a ser un personaje: un pasado, una historia y una infancia, un carácter, una forma de vida; asimismo una morfología, con una anatomía indiscreta y quizás misteriosa fisiología. El sodomita era un relapso, el homosexual es ahora una especie”.30 De tal manera, según Foucault, antes de la emergencia de los discursos modernos decimonónicos no existieron definiciones identitarias en torno a las prácticas sexuales.
Así, antes de las transformaciones ocurridas entre el siglo xviii y xix los deseos homoeróticos no fueron vistos como el producto de una naturaleza sexual diferenciada, sino como una acción voluntaria pecaminosa y punible. Por lo tanto, el uso de las categorías homosexual o heterosexual es un anacronismo para el periodo anterior a fines del siglo xix. Ahora, si bien es cierto que los discursos de poder no se inventarán a un sujeto visto como especie hasta el siglo xix, también lo es que antes de ese periodo ya existían debates teológicos, jurídicos, filosóficos y también de la cultura popular en torno a la “naturaleza” de este delito-pecado y de quien lo cometía. Los límites de esta transición no son tan claros.
En las conceptuaciones medievales y en los discursos que dieron forma a los procesos judiciales que aquí se estudian pueden identificarse rasgos que mantuvieron siempre a la sodomía en una tensión, que oscilaba entre ser reconocida como una práctica transitoria, al tiempo que era vista como la expresión del vicio de un ser esencialmente degradado, de un sujeto continuamente volcado hacia la lujuria desenfrenada. Estas disputas por la determinación del significado de la sodomía son indicativas de la existencia de tensiones y conflictos en su definición, y en sus mecanismos de control y castigo en los expedientes estudiados de finales del periodo colonial. De manera que, habrá que interpretar este tránsito ocurrido entre el siglo xviii y xix como un proceso microscópico donde se imbricaron saberes eruditos, médicos, ilustrados, teológicos y populares, en los que circularon distintas representaciones sobre sobre estas sexualidades.
Ahora, existió una brecha muy amplia entre lo que se decía en la legislación sobre la sodomía y lo que ocurría en el ejercicio de la represión y el castigo, fenómeno no solo identificable en el Nuevo Reino de Granada, sino también en Iberoamérica, en las colonias inglesas y en gran parte de Europa para la época estudiada.31 Sobre este tema en particular llama la atención la radicalidad de los marcos normativos en comparación con la laxitud de las prácticas de penalización en la época que se estudia.
Este aspecto ha dado lugar a un amplio debate en la historiografía acerca de la sodomía en el periodo colonial en distintas regiones de Hispanoamérica.32 Muchos de los primeros trabajos que se acercaron al tema en el país y en otros contextos latinoamericanos enfocaron sus análisis en el estudio de la represión. En parte, esta visión se formó por el lugar protagónico que tuvieron los expedientes judiciales y la legislación en el estudio de este tema. En estos análisis, resaltó el nivel de gravedad que tuvo la sodomía en la sociedad hispanoamericana basado en gran parte “en el discurso teológico y en las reacciones oficiales de la Iglesia Católica [frente] al sexo fuera del matrimonio”.33 También habrá que señalar que esta perspectiva ha sido heredera de las corrientes críticas que han buscado develar las relaciones de poder que históricamente se han desarrollado en torno al gobierno del cuerpo, el placer, el deseo y la sexualidad.
No obstante, estas miradas enfocadas en los modos de la represión también han oscurecido la presencia y el lugar de múltiples sujetos que en el periodo colonial no se ajustaron por completo al canon hegemónico del género y la sexualidad. Estas mismas, al enfatizar en la represión y en los mecanismos de control y castigo han dado a pensar que en la sociedad colonial del siglo xviii y xix hubo muy pocas personas con subjetividades y formas de identificación no ajustadas a los parámetros hegemónicos. Del mismo modo, ha dado a entender que pocos se atrevieron a dar rienda suelta a sus placeres a través de la experimentación de prácticas sexuales prohibidas, cuando podríamos afirmar que ocurrió lo contrario. En ese mismo sentido, se ha pensado que las relaciones homoeróticas coloniales se redujeron solo a relaciones de tipo sexual, opacando que en aquel periodo existieron múltiples relaciones afectivas que tuvieron permanencia en el tiempo, relaciones en las que incluso se compartió lecho y techo, como este trabajo lo evidencia. Ahora, habrá que señalar también que quienes mantuvieron relaciones sodomíticas no eran necesariamente héroes o heroínas. Esta no podrá ser la historia heroica de sujetos que se resistieron a la heteronormatividad o el orden patriarcal. También hubo relaciones de maltrato y de violencia. Casos de mujeres que entregaron a sus compañeras a las autoridades, de varones que violentaban a sus esposas para luego correr a los brazos de su amante, de hombres adultos que abusaron de niños y jóvenes, al igual que de curas o militares que usaron su poder para coercionar a quienes consideraron de sus “afectos”.34
Así, al imaginar las prácticas sodomíticas como acciones absolutamente marginadas y borradas del paisaje cotidiano de las relaciones sociales coloniales, se ha invisibilizado la existencia de redes de personas que desarrollaron estrategias individuales y colectivas para generar formas de encuentro sexual, afectivo y/o amistoso en medio de la coerción de las instituciones coloniales y de la vindicta pública.35 Este es el caso, por ejemplo, de las redes de varones “sodomitas” que en la Hispanoamérica colonial se desplegaron en distintos centros urbanos y rurales, dando lugar a lo que Zeb Tortorici ha llamado Geografías nefandas con lo que se refiere a “espacios sociales donde había la oportunidad de participar de encuentros sexuales con miembros del mismo sexo, oportunidad posibilitada a partir de una variedad de factores incluyendo interacciones sociales, económicas, festividades populares y espacios sociales de género”36 como es el caso de los barcos de la Carrera de Indias, los conventos tanto masculinos como femeninos, los ejércitos o los centros de enseñanza, por nombrar algunos.
Ahora, si bien es cierto que un gran número de estas experiencias ocurrieron en la penumbra, también es cierto que muchas de estas relaciones fueron de público conocimiento. Hubo también “varones” afeminados y “mujeres” masculinizadas que eran reconocidos e hicieron parte del paisaje cotidiano colonial.37 Incluso, en algunos contextos como en México, se llegaron a desarrollar formas particulares de