Название | Desenfrenada lujuria |
---|---|
Автор произведения | Pablo Bedoya Molina |
Жанр | Сделай Сам |
Серия | |
Издательство | Сделай Сам |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789585596719 |
Es absurda e insostenible la postura según la cual se acusa al Estado de regular el matrimonio heterosexual únicamente para complacer unas exigencias religiosas del cristianismo. Por el contrario, una mirada desprevenida en la historia universal basta para cerciorarse de que el matrimonio, a través de todas las culturas, todas las épocas y de todas las religiones ha sido una institución heterosexual. Y esto ha sido así porque la institución matrimonial parte de la verdad antropológica de que el hombre y la mujer son complementarios. Parte del hecho biológico, incontrovertible, por el cual la reproducción depende de la unión del hombre y la mujer, y de una realidad social cada vez más evidente: todo niño necesita tener mamá y papá [...] como ha sido evidente durante toda la historia del mundo civilizado, la función del matrimonio consiste en promover la fidelidad, la exclusividad sexual y la estabilidad de las uniones familiares, una redefinición del matrimonio es una fórmula ilusoria de buscar mayores libertades ciudadanas. La progresiva eliminación de los elementos esenciales del matrimonio, del que ha sido testigo el mundo occidental en las últimas décadas, solo ha conducido a nuestras sociedades a una inestabilidad social.3
Como se ve, la posición del exprocurador esencializa la heterosexualidad, al tiempo que la reivindica obligatoria. Para defenderlo, deshistoriza el matrimonio monogámico heterosexual, la familia moderna y la protección del Estado a estas formas únicas de relación. No obstante, lo que Ordoñez quiere mostrar natural —dado, presocial— la historia lo devela humano. Ni las relaciones entre personas del mismo sexo/género son ajenas a la reproducción y la crianza, ni la biología es tan incontrovertible como lo demuestran los desarrollos recientes de esta disciplina.4 Así, estos discursos han querido minar el orden democrático y el principio de laicidad que separa la Iglesia del Estado, para instaurar una visión única fundamentada en preceptos morales que, lejos de ser naturales, se han construido históricamente.
Sin embargo, sus perspectivas no son del todo nuevas. Los discursos, a partir de los cuales legitiman sus ideas, se han apropiado de conceptuaciones del pasado para institucionalizarlas de nuevo en el Estado. Tampoco son exclusivamente locales, pues estos movimientos de fundamentalistas religiosos se han multiplicado en distintos lugares del mundo, recurriendo comúnmente a argumentos similares basados en sus particulares nociones de Dios y de la Naturaleza.
Reconocer las trayectorias históricas de los discursos heteronormativos permite identificar que no han sido solo ideas abstractas, sino que se han producido en el transcurso de relaciones sociales, económicas y políticas determinadas, donde han cobrado vida aparatos ideológicos y políticos, engranajes orientados hacia el control y la enajenación del cuerpo, el deseo, el amor y la sexualidad.
Por esta razón, si bien este escrito parte del análisis de realidades localizadas en el Nuevo Reino de Granada a finales del siglo xviii y principios del xix, propone un análisis genealógico de la heteronormatividad que aporta a la comprensión del surgimiento, desarrollo e implantación de la heterosexualidad obligatoria como un sistema mundo que ha colonizado y violentado, a veces hasta su exterminio, otras posibilidades de amar y vivir juntos. En este sentido, espero que esta investigación pueda ser de utilidad para tender diálogos con otros contextos que enfrentan también la materialización de estos discursos, aparatos estatales y formas de coerción social del cuerpo, el sexo y el deseo.
Esta historia busca ofrecer además una interpretación de la institucionalización de la homofobia en Occidente, de su implantación violenta en América y de los mecanismos de control del cuerpo, el deseo y la sexualidad a los que dio lugar en la sociedad de finales del periodo colonial. De igual forma, busca mostrar las experiencias de personas que, en medio de la represión, idearon formas de agenciarse los placeres, ensanchando así los límites de la heteronormatividad.
Historiar la heteronormatividad
En 1975 se publicó “Tráfico de mujeres”, un texto ya clásico de la teoría feminista y la antropología, donde Gayle Rubin introdujo la categoría de sistema sexo/género, la cual definió como “el conjunto de disposiciones por el que una sociedad transforma la sexualidad biológica en productos de la actividad humana, y en el cual se satisfacen esas necesidades humanas transformadas”.5 Para Rubin, el género es un conjunto de relaciones que —al igual que lo hace el capitalismo al convertir el trabajo en capital— transforma el cuerpo sexuado biológico, su materia prima, en un producto significado socialmente, en este caso, las identidades de género como el ser varón o el ser mujer. Para esta autora, al igual que para otras teóricas del feminismo radical de los años setenta,6 el género es una categoría crítica, útil para el análisis de los sistemas de producción de la diferencia y de las jerarquías desiguales de poder que, en torno a la diferencia sexual, se han configurado en Occidente y en otros contextos culturales. De tal modo, el género es una categoría primaria de relaciones significativas de poder.7
Rubin también introdujo la categoría de heterosexualidad obligatoria, lo que significa que “la heterosexualidad era mucho más que una práctica sexual; era una institución social basada en una división binaria de la sexualidad y de un orden jerárquico: de los hombres sobre las mujeres y de la heterosexualidad sobre la homosexualidad”.8 Teóricas como Monique Wittig y Adrienne Rich trabajaron en profundidad esta categoría. En sus obras, la heterosexualidad obligatoria no es vista como orientación sexual —como comúnmente puede entenderse hoy la heterosexualidad—, sino como un régimen político configurado a través de relaciones políticas, económicas y morales que establecen parámetros obligatorios sobre el cuerpo, el deseo y la sexualidad, con el fin de hacerlo lucrativo para la producción y la reproducción del capital. De tal modo, la obligatoriedad de la heterosexualidad se ha configurado como una fuente de producción de fronteras que ha dado forma a los límites de la normalidad, y hace que las vidas de los sujetos que los cruzan tengan menor importancia y sean objetos de violencia, como ocurre con quienes no se ajustan a los patrones morales mayoritarios, o como sucede con los hombres y mujeres que sienten deseos eróticos y afectivos por las personas de su mismo sexo/género.
De manera similar, en los años noventa, dentro de las trayectorias de la crítica queer, Michel Warner propuso el concepto de heteronormatividad para dar cuenta de cómo “la matriz de los discursos, las formas y las prácticas institucionales posicionan a la heterosexualidad como la expresión sexual normal, natural e inevitable y legítima”.9 Esto ha sido posible a través de la “promoción, la afirmación y reinscripción performativa de tropos discursivos”,10 usando estrategias de vigilancia y control de la sexualidad, tal como las descritas en la obra de Michel Foucault.
De tal manera, siguiendo las tesis de historiadores como Michel Foucault,11 David Halperin,12 John Boswell,13 Mark Jordan14 o Colin Spencer,15 las sociedades griegas, romanas y cristianas primitivas mostraron una amplia apertura hacia diferentes tipos de prácticas sexuales. Esto ocurría por varias razones: en las sociedades grecorromanas antiguas, muchos de los preceptos sobre sexualidad no eran de orden legal, sino más bien recomendaciones para un buen vivir, para un “cuidado de sí”, dirigidos principalmente a los varones de sectores sociales altos, alrededor de instituciones educativas como academias y gimnasios. Esta ars erótica —como la denomina Foucault— fue un conjunto de recomendaciones no obligatorias que, por tanto, no acarreaban castigos cuando eran incumplidas, aunque en ocasiones sí podían generar sanciones sociales.
Por lo anterior, antes de la institucionalización de la homofobia las relaciones eróticas y afectivas entre varones o entre mujeres, y no las que se daban entre mujeres y hombres, podían pasar desapercibidas o, al menos, no generar preocupación, porque no eran consideradas por el común de la gente como un atentado contra la unidad familiar, la reproducción social, mucho menos el orden