Название | Hijos del fuego, herederos del hielo |
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Автор произведения | Aimara Larceg |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789878710440 |
–Elwinda, te quiero –murmuró él contra su espalda–, te adoro. Pero apenas sé de ti. Quiero comprenderte, ¿Por qué te enfadas tanto? ¿Por qué me creaste? Tú lo sabes todo acerca de mí. Yo quiero lo mismo –suspiró, e hizo un silencio corto antes de continuar–. Estoy harto del bosque, del pueblo, quiero conocer otros lugares. El lugar donde naciste, tal vez... –volvió a suspirar, aunque esa vez pareció más un bufido–, ¿A dónde vas cada vez que me dejas solo? ¡Estoy harto de estar solo, de llorar, de que me hagas sentir así!
–¡Basta! –su cuerpo pareció dejar de responder. Se preguntó por qué Drystan le hacía eso. Luego intentó calmarse y llegó a la conclusión de que todo era su culpa. Él tenía razón, jamás se había tomado la molestia de explicarle nada. No lo creía necesario. De cualquier forma, ¿Qué tanto servía mantener el dolor oculto y enterrados los recuerdos? Drystan le dijo algo, pero ella ni siquiera lo escuchó.
Había cientos de cosas que la separaban de aquel lugar. Su tierra natal, la pastelería Dirkon, Dylen... ¿Cuánto podría comprender esa criatura tan dulce y desprovista de todo conocimiento acerca de la maldad? Jamás había sufrido de verdad. Por un instante quiso sentarse frente al fuego para decírselo todo, sin embargo el orgullo fue más fuerte. Pronto los ojos se le llenaron de lágrimas y un torrente escapó hacia alfombra. Cayó de rodillas y sin poder contenerse lloró como hacía tiempo no lo hacía, arropada por los cálidos brazos de Drystan.
Al final asintió, solo por esa vez cumpliría con lo que le pedía.
VI
Desde que todo había terminado, se sentía más aturdido de lo normal. La habitación vacía se le hacía tétrica hasta en los momentos que el sol iluminaba las tablas del suelo. Le tomó tiempo, pero al fin pudo volver al ritmo de trabajo diario. Las habilidades impecables de Lennox para hacerse cargo de todo fueron fundamentales en el proceso. Solo quedaban los Sanguine y él. El simple hecho de pensarlo le hacía sentir un vacío enorme. A veces se preguntaba si serían felices, o si estarían conformes con su vida. Cada vez que los veía trabajar con tanto ahínco, se preguntaba si aún hacía lo correcto. En esas estaba cuándo Lennox entró en la cocina, espantó unas chispas que saltaron desde la boca abierta del horno y se ubicó frente a él. Su mirada tenía un resplandor extraño, no lograba descifrar de qué tipo de emoción se trataba.
–¿Qué ocurre? –le preguntó Dylen. Ella se acercó a susurrarle algo al oído.
–Alguien ha venido a visitarlo, señor Dirkon –murmuró–. Es su hermana, Elwinda. La muchacha de la que alguna vez hablamos... –enseguida se echó hacia atrás por el cambio brusco de actitud en su amo.
–Dile que me he ido de viaje, no sabes cuándo regresaré –abandonó el banco alto donde se sentaba con intenciones de ir al piso superior. Quería ver a esa serpiente alejarse, para estar seguro de que no volvería. Pero no dio dos pasos cuándo ya la tenía adentro de la cocina. Ella se detuvo frente a él y lo miró con esos ojos oscuros propios de la familia. Apenas había cambiado. Seguía vistiendo pantalones, la indumentaria de los hombres siempre había sido su favorita, primer motivo de peleas entre su padre y ella. Se había dejado crecer el pelo hasta la cintura, y además llevaba de la mano a un muchacho casi tan alto como ella. Las palabras se le atoraron en la garganta, se dio cuenta de que el odio era mutuo y tampoco había cambiado. La detestaba más que nunca porque se veía fuerte, llena de vitalidad, al parecer había formado una familia. De los dos, él era el único desgraciado.
–¿Creíste que podías huir de mí, hermanito? –el tono de voz era tan frío que podría congelar lo que deseara con tan solo hablar. Lo miró de arriba hacia abajo varias veces, luego dejó escapar una ligera risa–, ¡Estás hecho un desastre! Sinceramente, creí que me iba a encontrar con un dueño digno de una pastelería famosa, ¿Qué te ha sucedido? ¿Mucho trabajo, eh? Este lugar es igual a como lo recordaba, no ha cambiado nada.
–¿A qué has venido? –la interrumpió. Lo que menos necesitaba en esos momentos eran los comentarios de su hermana, ¡En realidad no había cambiado! Tampoco hubiera esperado menos de su parte–. No viniste al funeral, sé que recibiste el pergamino. Me costó mucho encontrar tu dirección, y sin embargo no viniste. Era nuestro padre.
–¡Oh! Llegué unos meses tarde, qué pena –fingió tristeza y se secó una lágrima imaginaria. Más tarde soltó la mano del muchacho y se puso a recorrer despacio la cocina, con las manos en los bolsillos de los pantalones. Sus cabellos negros despedían destellos ante la luz del fuego.
–¿Cómo te atreves? Vete de aquí, ahora mismo –Dylen no quería subir el tono de voz para no asustar a los Sanguine, pero ellos ya comenzaban a percibir la tensión del ambiente. Mientras trabajaban les echaban miradas curiosas y se miraban entre ellos, quizá con cientos de interrogantes en mente. Luego vio como el chico observaba a Elwinda mientras negaba con la cabeza, un claro gesto de desaprobación. Era alto, pálido, delgado, con los cabellos negros lustrosos. Su aura despedía bondad–. No me has presentado a mi sobrino. Al menos ten la decencia de... –sus palabras fueron interrumpidas por una carcajada de ella.
–¿Tu sobrino? ¿Desde cuándo tengo hijos? –se quitó la capa de abrigo y se despegó la camisa ligeramente sudada del pecho, mientras tanto rodeó el mesón principal donde decoraban pasteles–. Su nombre es Drystan, es un Sanguine de fuego... ¡Dioses! ¡Qué calor! ¡Tú! –señaló a Lennox con el índice–. Hazme el favor de traerme un poco de agua, vino, lo que sea –rodó los ojos cuándo la muchacha se acercó con las manos vacías, ¿Acaso estaba sorda? La tomó por la muñeca mientras rumiaba algo inapropiado, pero al siguiente instante se quedó de piedra. Ese calor, esa mirada, conocía a la perfección esas características. Observó el rostro aterrado de ella cuándo se acercó a examinarla.
–La estás asustando –se quejó Dylen y de inmediato fue a interponerse entre ellas.
–¿Cómo es que tú...? –la voz le temblaba, le era imposible controlarse. Se acercó al muchacho que decoraba pasteles y le puso una mano contra la mejilla, el mismo calor. Él dejó de hacer su tarea, la miró extrañado pero no le dijo nada. Elwinda miró a su alrededor, ¿Cómo no se había dado cuenta antes? ¡Estaba rodeada de Sanguine de fuego! De repente todo el amor que sentía por esas criaturas se transformó en una ira dirigida hacia su hermano. Eran Sanguine adultos, los tenía encerrados trabajando día y noche. Lo más probable era que no conocieran más lugares que esa cocina, o esa casa–. Tú... ¡Tú no mereces tener tantos!
–¡Tú eres la que no debería tener una criatura tan noble! ¡Ni siquiera deberías intentar criar a uno!
–Drystan es perfecto –respondió, herida por el comentario de Dylen. Luego miró alrededor, todos habían dejado de trabajar y los miraban perplejos. Chasqueó la lengua, Drystan la miraba más indignado que nunca–. Ya lo conocerás, nos quedaremos unos días. Tiene ganas de explorar las estúpidas tierras donde nací. Nuestro equipaje está detrás del mostrador, ¡Pobre de ti si no nos dejas quedarnos! –su mirada se suavizó al ver que Drystan se acercaba a los demás, era la primera vez que veía a otros de su especie. Era el único que no estaba aterrorizado por la discusión.
–Lo haré solo porque tenemos que zanjar unos asuntos, pero no quiero que te quedes demasiado. Pueden usar la habitación de nuestro padre.
–Esta