Hijos del fuego, herederos del hielo. Aimara Larceg

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Название Hijos del fuego, herederos del hielo
Автор произведения Aimara Larceg
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9789878710440



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los Sanguine adultos poseían un magnetismo que impedía dejar de verlos, tal vez una característica natural para generar una dependencia por parte de su amo–. Lugares interesantes, algunos aún por descubrir, ¿No te da curiosidad? –al instante vio la duda reflejada en su rostro, sonrió leve, ¡Qué fácil picaba el cebo!–. ¿Qué edad tienes? No lo recuerdo...

      –Tengo cuatro años de edad, señorita Dirkon –respondió, y se sobresaltó cuando Elwinda le posó el dedo índice sobre los labios.

      –Te dije que me llamaras Elwinda –dijo ella sin afán de intimidarla. Luego sacó el mazo de cartas mágicas del bolsillo. Entretanto las mezclaba, continuó hablando para evitar perder su atención–. ¿Quieres saber si algún día visitarás alguno de estos lugares? Yo puedo decírtelo, con esto –extendió las cartas boca abajo sobre la mesada formando un abanico–. Todas las criaturas tienen un destino, nacieron para algo. A este oráculo no se le escapa nada.

      –Esto... –murmuró con los ojos clavados en las cartas–, esto es magia –continuó, como si fuera una palabra prohibida.

      –Bueno, podría decirse que sí –se recargó con los codos sobre la superficie, aún estaba cálida gracias al fuego utilizado para calentar el agua del té–.Tienen voluntad propia. Si logras conectar con su esencia, depositar tu confianza en ellas, te guiarán, ¿Y bien? Respira profundo, concéntrate, elige trece cartas. Las que más atraigan tu atención, pero no las mires. Solo señálamelas y yo haré el resto –la miró expectante, su comportamiento era exquisito. Estaba aterrada por la simple idea de ser descubierta, pero la curiosidad y la necesidad de probar cosas nuevas afloraba como un pimpollo en primavera. Lennox miró varias veces hacia el hueco de la puerta que llevaba hacia las escaleras, y al final tras un bufido, se acercó para elegir las cartas. Una pequeña victoria de la que Elwinda se enorgulleció.

      La tirada resultó interesante: El búho. El abismo, invertido. Las cadenas rotas. El corazón atravesado por la espada. El viajero. La luz y la oscuridad entrelazadas. La semilla latente. La madre tierra, invertida. El lobo blanco. La luna de sangre. El árbol sagrado. Las espadas cruzadas, invertida. El guerrero.

      Hacía tiempo existía un cuestionamiento, ideas profundas que jamás se expresaban gracias a la represión por parte de su hermano. Lo sabía bien, Dylen era el tipo de personas que aplicaba las mismas reglas con todo el mundo, él incluido. Las cartas servían para confirmar sus sospechas. Respiró profundo y se tomó su tiempo para hablar:

      –Tu corazón está dividido entre dos posibilidades, te agrada estar aquí, pero también te da curiosidad el mundo más allá de estas paredes. Esto es algo reciente. Hay un miedo a lo nuevo, pero es normal. Tras un enfrentamiento entre dos ideas, todo será superado. Y cuándo sea el momento, sabrás decidir tus próximos pasos. Los elementos están allí, al alcance de tus manos. Con el paso del tiempo tus decisiones cambiarán, tu pensamiento cambiará, pero es algo por lo que no debes lamentarte. Ya lo verás, porque El Búho te guiará con su sabiduría. Por más que intentes negarlo, ni siquiera eres la misma persona que ayer. Esos cambios se acumulan en el corazón y el alma, van modificándonos sin que nos demos cuenta. El árbol sagrado te bendice, cuida de ti y te acompaña desde las sombras.

      Ella se quedó en silencio, su mirada poseía un brillo especial que denotaba la velocidad a la que su mente procesaba las cosas. Gracias a las características de su especie existía una ventaja natural que a Elwinda le permitía influenciarla. A veces las palabras eran mucho más poderosas que la magia y lograban efectos a mayor plazo. También miró las cartas, acarició la imagen del lobo blanco. El peligro, pero la fortaleza para enfrentarlo de la mano del guerrero, ¿Qué clase de peligros podrían amenazar la existencia de una criatura tan maravillosa? Lennox no encontraba palabras para expresar el caos de su mente, Elwinda podía verlo con total claridad. Y de pronto su mirada reflejó una tristeza profunda. Era el límite, a partir de ese momento podría ocurrir cualquier cosa.

      Para evitar asustarla se le insinuó despacio, con tranquilidad. Al poco tiempo ya tenía las respuestas a todos sus interrogantes. Supo que debido a su predisposición biológica, o gracias a la materia con la que estaban hechos, los Sanguine adultos respondían a estímulos físicos como cualquier otra criatura. En parte creía que nada tenía sentido, en parte le fascinaba y deseaba más. La experiencia volvería a repetirse, lo sabía gracias a la dependencia emocional desarrollada por la criatura. En ese sentido era igual a Drystan, cuando alguien con quien conectaba la abandonaba, sufría. Sin embargo necesitaba descansar y controlar que su hermano no se hubiera acercado a su protegido. Dejó a Lennox allí, tendida en el suelo de la cocina con el vestido a medio colocar y se dirigió escaleras arriba.

      Drystan dormía. Se lo veía más pequeño de lo que era gracias a las proporciones de la cama. Se recostó a su lado y le acarició el cabello, luego le miró el rostro con detenimiento, tenía lágrimas secas. Se giró despacio para apagar la vela y en la penumbra siguió el recorrido con el dedo índice hasta la mandíbula. Drystan se agitó en sueños, momentos después comenzó a despertarse. Eso era nuevo, pesadillas...

      –¿No vas a acostarte? –inquirió al notar que ella estaba vestida, incluso con las botas puestas.

      –Aún no, solo te veía dormir –volvió a recorrer el camino de las lágrimas secas–, ¿Otra vez estuviste llorando? Estuve aquí todo el tiempo –se sorprendió cuándo Drystan comenzó a llorar.

      –Lo siento, hice algo... algo que no debía –intentó secarse las lágrimas con el dorso de las manos, pero las mismas salían a raudales–. Desobedecí tus órdenes. En vez de dormir, tuve una conversación con Dylen. Lo siento.

      Ella sabía cuál era el problema, y de repente sintió que la ira volvía a apoderarse de su pecho. Era increíble. No se detenía hasta no obtener lo que deseaba. Y Dylen por supuesto habló. Era muy propio de él. Notaba la manera en la que veía a Drystan, lo quería para él, haría cualquier cosa con tal de ponerlo en su contra. Lo mantuvo entre sus brazos, sin mover un músculo. Drystan estaba tan triste como aterrorizado, la energía que emanaba su cuerpo era insoportable.

      –Te prohíbo que vuelvas a hablarle –dijo al cabo de un tiempo, cuando por fin pudo serenarse–. Si te acercas a él de nuevo, te castigaré, ¿Querías saber acerca de mí? Has hablado con la persona correcta. Así que ahora vas a soportar esa carga, a intentar dormir y a dejarme en paz, porque necesito hablar con Dylen.

      –Fue mi culpa, ¡No le digas nada! Yo lo obligué a hablar –su desesperación hizo que a Elwinda se le derritiera el corazón. Lo apretujó y lo acomodó para que durmiera, dándole suaves caricias en el cabello. Drystan tardó mucho tiempo en dormirse, a veces le apretujaba los puños en la camisa y se ponía tenso gracias a pesadillas de las cuales despertaba al poco tiempo. Luego volvía a caer en un estado pacífico del cual ante el mínimo ruido se sentaba en la cama sobresaltado. Cuando estuvo segura de que no volvería a despertarse abandonó despacio la cama para buscar su libreta de notas, un tintero y una pluma. Quedaban dos opciones: ir en busca de su hermano para anunciarle que ni bien amaneciera se iban, además de darle un buen sermón y preguntarle qué rayos le sucedía para haberle hablado a Drystan de su pasado; o echarle un vistazo a su vieja habitación, la cual tras una inspección rápida el día anterior encontró llena de trastos inservibles. Sí, su antigua habitación ahora era un lugar donde acumular la basura, ¡Vaya ironía!

      Por supuesto, Dylen estaba despierto. En un comienzo se negó a recibirla, pero bastó con hacerlo a un lado para pasar y tomar asiento en una silla desvencijada donde su madre les había dado el pecho a ambos. Era extraño que aún la conservara, ¿Qué clase de sujeto se aferraba a esa clase de cosas? Él le dedicó una de esas miradas cargadas de resentimiento, pero no dijo nada.

      –Han pasado muchos años y sigues aquí, haciendo las mismas cosas...

      –Ve al grano –interrumpió gélidamente sus palabras, para darle a entender que no era bienvenida.

      –Quiero llevarme a Lennox conmigo durante un tiempo, te la devolveré cuando lo crea conveniente.

      –Imposible –respondió, sin darle oportunidad de continuar–. Si quieres