Название | Las aventuras del jabalí Teodosio |
---|---|
Автор произведения | José Manuel Domínguez |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788468554563 |
Tras discutir y pensar largamente sobre el asunto, he llegado a la conclusión de que el problema de la competitividad mal entendida viene de tomar ante la competencia una actitud de ganar a toda costa y de caer en la desesperación, o llevar incluso a la trampa, si se pierde. Lo que intenta explicar este capítulo es cómo ser competitivo, pero manteniendo el fair play y aprendiendo tanto a perder como a ganar con elegancia. Para mí, lo ideal es colaborar para competir, hacerlo de manera sana y justa, utilizando las derrotas para aprender y las victorias para dar ejemplo de ganar con elegancia.
Teodosio y sus primos, de compras en el súper
I
Cuando Teodosio se despertó, la luz matutina ya entraba por las rendijas de la persiana y dibujaba rayas oblicuas en la pared. Al principio creyó que estaba en su cueva del bosque, pero enseguida se dio cuenta de que se encontraba acostado sobre un colchón, mucho más blandito que su cama de paja. Entonces se acordó de que estaba en casa de sus primos, a donde había ido a pasar el fin de semana, y del día tan divertido que había vivido, comiendo con ellos en el jardín, contándoles detalles de su vida en el bosque y jugando al parchís.
Se incorporó de la cama de un salto y estiró las pezuñas hacia el techo mientras bostezaba. La habitación en la que había dormido estaba en el piso de arriba de la casa de Adolfo -la famosa vivienda de ladrillo y cemento del cerdito mayor, que el lobo no había podido derribar con sus soplidos-. Tenía las paredes decoradas con árboles pintados, que le recordaban al bosque, y había un aparador de madera donde había guardado su ropa. Por la escalera subía un suculento olor a tortilla de calabacines que procedía de la cocina, atravesaba por debajo de la puerta de su dormitorio y pasaba por debajo de su hociquillo.
Sabía que era tortilla de calabacines porque era uno de sus platos favoritos y su primo Venancio, el cerdito más pequeño, le había prometido que cocinaría una para desayunar. Entonces se dio cuenta de que sus tripas rugían y de que tenía mucha hambre, así que, sin esperar más, salió en dirección a la puerta, la abrió y empezó a bajar las escaleras, que arrancaban justo al salir de su dormitorio. Desde arriba pudo ver que sus primos ya se encontraban sentados a la mesa y charlaban animadamente. Pero solo pudo ver eso porque, con las prisas por bajar a desayunar, al salir de la habitación la sábana se le había enredado entre las pezuñas. En cuanto bajó el primer escalón, se tropezó y se cayó rodando escaleras abajo, mientras la sábana se iba enrollando alrededor de su cuerpo.
Mientras tanto, sus tres primos, que estaban tomándose unas naranjas antes de hincar el diente a la tortilla, oyeron un estrépito en la escalera, miraron hacia allá y vieron una especie de bola blanca que venía hacia ellos a toda velocidad y desde la que se oía “uhhhh, ahhhh, uuuyyy”. Se pegaron un susto de muerte, pensando que era un fantasma que les atacaba. Incluso Lolo, normalmente muy tranquilo, se había incorporado de su asiento, muy nervioso, dispuesto a salir corriendo. Teodosio llegó rodando hasta la mesa, se incorporó de un salto, se quitó la sábana de encima de un tirón y, mientras se frotaba su dolorido trasero, dijo:
–¡Buenos días!
Sus tres primos le miraron con los ojos muy abiertos y fue Venancio el que habló.
–Buenos días, Teodosio. ¿Siempre haces este tipo de entradas espectaculares en todos los sitios?
–Sí. Digo no –replicó Teodosio–. Bueno, a veces. La verdad es que no lo tenía planeado. Tenía mucha hambre, olí la tortilla, la sábana se me quedó pegada y… En fin, que quería bajar las escaleras deprisa. ¡Pero no tanto!
Lolo meneó la cabeza lentamente para los lados, mientras lo miraba y lamentaba el aspecto que presentaba, aún medio dormido, un poco legañoso, magullado y con parte de la sábana enredada a sus pies.
–Nos hemos dado cuenta -le comentó-. Por poco te rompes la cabeza.
–De verdad que no pensábamos comernos toda la tortilla. Te hubiéramos guardado una buena ración. No era necesario que bajaras la escalera como una avalancha de nieve. Casi te matas -añadió Adolfo.
–Ya –reconoció el jabalí un poco avergonzado–. Siento el susto.
–No pasa nada –replicó Adolfo con el objeto de quitar hierro al asunto–. Mira, mejor subes otra vez arriba, te lavas la cara para que puedas abrir bien los ojos, te peinas esos pelujos revueltos que tienes entre las orejas y vuelves a bajar. Tranquilo, sin prisa, que nosotros te esperamos para desayunar.
Teodosio se había dado cuenta de que se había precipitado un poco con lo del desayuno. Está muy bien levantarse con energía, pero hay que asearse un poco antes que nada. Subió las escaleras con la sábana arrebujada bajo el brazo, la estiró cuidadosamente sobre su cama y luego pasó al baño a acicalarse. Una vez terminada esa tarea, se reunió con sus primos alrededor de la mesa del desayuno, se sirvió un vaso de zumo y empezó a dar cuenta de la ración de tortilla que le acababan de servir en su plato.
Los tres cerditos tenían la costumbre de organizar los alimentos muy bien en la despensa. Todos ellos estaban perfectamente colocados en fila. Detrás de un paquete de arroz había varios más. Tras una botella de zumo de naranja estaban las demás de ese mismo zumo. Al lado de la de naranja, estaba la de manzana y después de esa, en fila, el resto. Colocaban un papelito rojo antes del último paquete o botella y así, al usar el penúltimo, el papel rojo aparecía y les advertía de que tenían que comprar más.
–Se nos está acabando la comida –advirtió Adolfo entre mordiscos al pan, mirando de reojo varios papelitos rojos que se veían en la despensa–. Tenemos que ir al supermercado hoy, sin falta.
Sus dos hermanos asintieron con la cabeza y Teodosio los miraba sin decir nada. Él nunca había ido a uno. Siempre encontraba la comida que necesitaba en el bosque. Pero claro, ahora no estaba en su casa. Las cosas en las vidas de los tres cerditos seguramente funcionaban de otra manera.
–¿Puedo ir yo también? –preguntó Teodosio–. Nunca he ido a un supermercado.
–¡Claro! Así nos puedes ayudar a traer las bolsas –dijo Venancio.
–En cuanto terminemos de desayunar, nos preparamos y salimos –propuso Adolfo.
Justo a continuación y sin tiempo para que nadie pudiera decir nada más, el cerdito mayor puso su atención en Teodosio, a quien iba a darle más explicaciones acerca del plan previsto:
–El súper, que así se pueden llamar a esos establecimientos, está cerca. No es necesario coger el bus. Caminando diez minutos estaremos allí y así hacemos un poco de ejercicio. No nos vendrá mal –relató mientras se pasaba la mano por la tripa y miraba de reojo la de Lolo. Este dejó de masticar y se miró la barriga durante dos segundos. Debió de pensar que no tenía mucha porque se encogió de hombros y siguió masticando la tortilla de calabacín parsimoniosamente.
II
Cuando terminaron de desayunar, Teodosio y sus primos recogieron los platos. El jabalí les ayudó encantado. Pensó que, ya que se estaba quedando en casa de Adolfo, era bueno echarles una mano, a pesar de que él no estuviera acostumbrado a fregar la vajilla y los cubiertos. Así acabaron antes de recoger y pronto estuvieron en la puerta, con las bolsas de la compra listas.
Hacía un día estupendo, soleado, pero sin demasiado calor, y había muchos animales por la calle. Los cuatro iban charlando animadamente cuando llegaron a un semáforo. Estaba rojo para los peatones, así que los tres cerditos se detuvieron. Teodosio, sin embargo, no había visto nunca uno y dio un paso adelante. Un autobús venía a toda velocidad. En el último momento, Venancio le agarró por los pelos de la espalda y tiró de él hacia atrás. Adolfo y Lolo observaron la escena con los pelos de punta y un susto monumental.