Название | Las aventuras del jabalí Teodosio |
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Автор произведения | José Manuel Domínguez |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788468554563 |
–Ya, pero los dientes son otra cosa. ¡El jabón sabe muy mal! –replicó Teodosio muy disgustado.
–¡Acabáramos! –soltó Lolo palmeándose el muslo varias veces mientras sus hermanos se echaban hacia atrás en el sofá, entendiendo por fin lo que estaba pasando–. Los dientes no se lavan con jabón, hombre, sino con pasta de dientes. Mira, ven. Sube conmigo al baño que te enseñaré cómo hacerlo.
Lolo le dio un cepillo a Teodosio, le puso un poco de pasta de dientes y, cogiendo su propio cepillo, le enseñó cómo debía moverlo: de arriba abajo en la hilera superior de los dientes, pero de abajo a arriba en la inferior. El jabalí se frotó con energía, enseñando mucho los dientes, como los monos cuando intentan sonreír. Luego se enjuagó ruidosamente, haciendo un sonido como el de una tromba de agua bajando por un desfiladero, y escupió el agua, por suerte, toda dentro del lavabo. Se miró al espejo satisfecho y preguntó:
–¿Así está bien?
–Eeerr. Muy bien –valoró Lolo– pero la próxima vez intenta hacer un poco menos de ruido al enjuagarte, ¿vale? Si lo haces así en el bosque vas a asustar a todas las ardillas.
– Vale –contestó su primo–. La verdad es que siento la boca mucho más fresquita y me he quedado muy a gusto.
–Claro. ¿Ves? –dijo Lolo.
Y a continuación le explicó que eso de lavarse los dientes, como otras buenas costumbres, costaba un poco al principio, pero que luego, una vez se habituaba uno a hacerlo, saldría solo.
III
Una vez finalizada la clase práctica sobre higiene bucodental, Teodosio y Lolo bajaron al piso de abajo, donde los otros dos cerditos esperaban en el sofá.
Durante un buen rato, Teodosio les habló de su vida en el bosque. Las mañanas frías del invierno, pero agradablemente frescas del verano; el riachuelo del que bebía agua cuando tenía sed; cómo se refugiaba de las tormentas en su cueva; sus exploraciones por el bosque... Les contó que Aurelio el zorro seguía tan activo como siempre y que Valentina, su vecina la ardilla, saltaba de árbol en árbol como la mejor trapecista. También que cerca de su cueva había una encina que daba muchas bellotas, aunque a él le gustaban más las que se podían encontrar en un claro del bosque, a media hora de camino. Los tres primos le escuchaban encantados. Ellos siempre dormían dentro de la casa, en sus camitas, así que lo de hacerlo en una cueva, oyendo por la noche el ulular de los búhos, les parecía una aventura fascinante.
–Podéis venir cuando queráis –les propuso Teodosio–. En mi cueva hay sitio para los cuatro.
–Vale –contestó Lolo casi al instante–. Lo tendremos en cuenta para las próximas vacaciones.
Después de una larga charla, los cuatro primos decidieron jugar al parchís. Teodosio no conocía el juego y, cuando empezaron a explicarle las reglas, el muy glotón se entusiasmó al saber que durante la partida se podía comer.
–No te hagas ilusiones –le advirtió Venancio–. Lo de comer es en sentido figurado. En realidad no te comes la ficha. Solo la sacas del tablero.
–Pues vaya…–se decepcionó el jabalí–. ¡Ya me veía poniéndome las botas!
Sus tres primos se rieron de las ideas de Teodosio y, sin más, se pusieron a jugar, sorteando los colores de las fichas. Tiraron los dados una vez para ver quién obtenía el número más alto y comenzaba el juego. Lo sacó Lolo y empezaron a tirar uno tras otro. Ninguno sacaba un cinco, así que nadie había conseguido sacar ninguna ficha a las casillas. El jabalí se impacientaba.
–Tranquilo –comentó Venancio–. Por mucho que te inquietes no vas a conseguir que te salga un cinco. Solo conseguirás pasar un mal rato. Simplemente respira hondo y aprende a ser paciente.
Y tenía razón. Al cabo de pocos minutos, a Teodosio le salió un cinco y pudo empezar a mover su ficha por el tablero. Los cuatro primos ya habían entrado en juego. Al principio solo había 5 o 6 fichas, pero pronto se llenó el tablero y las dieciséis corrían por turnos, se atascaban en barreras o se perseguían unas a otras. Un jaleo. Lolo comió una de Adolfo, pero a continuación este hizo lo propio con una de Teodosio. Dos o tres tiradas después, fue Venancio el que se comió otra ficha de su primo. El jabalí se puso rojo de enfado.
–¡Esto es injusto! –farfulló Teodosio–. ¡Me habéis comido dos fichas casi seguidas!
Venancio se doblaba de la risa. Era muy contagiosa y la acompañaba de una de sus expresiones favoritas: “oink, oink”. La pronunciaba a golpecitos cortos, como si estuviera dando saltitos sobre su culo. Lolo también se empezó a reír, pero el jabalí cada vez se enfadaba más. En ese momento Adolfo intervino:
–Cálmate, Teodosio. Nadie ha hecho trampas.
–Ya –reconoció el jabalí mientras intentaba pronunciar más palabras, aunque entrecortadas-. ¡Ppp pero es que así no voy a meter nunca las fichas en su casa!
–Jijiji –se oía a Venancio–. Cuando uno no está en su casa siempre puede venir alguien a intentar comerte ¡Si lo sabremos nosotros!
–Y qué más da que te hayan comido dos fichas, hombre –dijo Lolo–. Tú sigue jugando como si tal cosa.
A Teodosio no le convencía la idea. Seguía estando un poco nerviosito. Adolfo lo calmó, explicándole que, a fin de cuentas, solo se trataba de un juego. Que en ellos, uno ha de hacerlo lo mejor que sepa pero que, de todos modos, ya sea uno cerdo o jabalí, puede tener mala suerte ese día y perder, y que no por eso se cae el mundo.
–Hay que tomárselo con calma. ¿Entiendes? –dijo Lolo–. Se trata de pasárselo bien y reírse un rato, no de ponerse de los nervios.
El jabalí respiró hondo dos o tres veces y pareció tranquilizarse, con lo que el juego se reanudó como si nada hubiera pasado. Las fichas empezaron a correr de nuevo por el tablero. Teodosio le comió una a Venancio, quien se rio de la acción:
–Ya veía yo que acabarías por comértela. Le vendrá bien un rato de descanso en su casa. Había corrido demasiado -comentó animadamente. Y siguió jugando como si nada.
Teodosio empezaba a pasárselo bomba. Cada vez estaba más emocionado jugando y cuando sacaba un 6, hacía gala de su alegría con una frase que, afortunadamente para él, comenzó a repetirse:
–¡Seeeisss! Uno, dos, tres, cuatro, cinco y seeeis ¡Y vuelvo a tirar!
Cuando metió la primera ficha en la casa dio un salto tal que casi tira el tablero. Luego le comió una a Lolo y otra a Adolfo. Iba como un tiro. Lo que en un principio había comenzado mal, había cambiado con el paso de los minutos. Ya no era un desafortunado que veía cómo los otros jugadores avanzaban a pasos agigantados mientras él seguía aún a la espera de comenzar a moverse. Ahora era Teodosio quien estaba consiguiendo sacar, casi en cada momento clave, el número que necesitaba.
Su fortuna ya no cambió y terminó por ganar la partida. Estaba eufórico y empezó a dar saltos por la habitación.
–¡He ganado! ¡He ganado!
Los tres cerditos lo miraban con asombro, mientras él seguía pegando saltos por la habitación, de un lado a otro, desde la alfombra o desde una silla, hasta se subió al sofá y dio un brinco. Aterrizó sobre los muelles del sofá, pero se impulsó hacia arriba con todas sus fuerzas, que se sumaron a la de los propios muelles, con lo que salió disparado hacia arriba como un cohete y se pegó un coscorrón con el techo. ¡Croc! Se oyó y aterrizó sentado sobre la alfombra, con las piernas muy abiertas, un poco aturdido y frotándose la cabeza mientras no paraba de dolerse:
-¡Ay, ay, ay!
Adolfo, vista la situación y el tremendo golpazo, fue corriendo a por unos hielos para ponérselos en el chichón que empezaba a sobresalir entre los pelos de la cabeza,