Название | Espíritu atormentado |
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Автор произведения | Alix Rubio |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788412279047 |
Lord Henry se dejó caer en una silla. Su hija le rodeó los hombros con un brazo. El médico pareció meditar.
—¿No vio nada, señor Evans?
—No, doctor. Estaba allí sin poder moverme ni hablar, ni abrir los ojos. Como si estuviera muerto. Ellos debieron creer que lo estaba.
—No debían de ser ladrones, no robaron nada.
—¿Cómo nada, doctor? ¡Se llevaron a mi nieto! Podían haber buscado ayuda en vez de desaparecer.
Agnes comenzó a llorar, estrujándose las manos.
—Harold había decidido que si era un niño se llamaría Henry como tú, papá; y si era niña, Margaret. ¿Cómo le encontraremos? ¿Qué será de él, o ella, entre extraños?
—Dejemos descansar al señor Evans, hija mía. Gracias por su ayuda, tómese el tiempo que necesite antes de reincorporarse a su trabajo, el joven Adams le sustituirá.
Sentados en la salita de Agnes, tomando un té, Lord Henry suspiró.
—Encontraré a mi nieto. No me importa lo que cueste en tiempo ni en dinero. Hay que buscar a unos extranjeros viajando en un carro con un bebé.
—Milord, ¿tiene idea de cuántos individuos se ajustan a esa descripción? Varios miles. Pueden andar por cualquier parte. Si son lo que yo creo, serán prácticamente ilocalizables porque recorren nuestra isla de norte a sur y de este a oeste, descontrolados y sin documentación. Es muy fácil camuflar a un niño entre sus propios hijos. No le causarán ningún daño, son buenos y cariñosos con los niños, pero si no lo encuentra vivirá una existencia de pobreza y desarraigo toda su vida.
—Lo encontraré.
Henry Baxter no perdió el tiempo. Contactó con la policía local y viajó a Londres, donde contrató además el servicio de una oficina de detectives.
—Viajen por todo el país, vayan al continente o a América si es preciso. Pero encuentren a mi nieto o a mi nieta sin regatear medios ni gastos. Mis abogados estarán a su disposición para todo cuanto necesiten.
De regreso a la mansión ordenó preparar su equipaje.
—¿Dónde vas, papá?
—A Perth. No soporto quedarme aquí viendo a tu hermano y a Evelyn en cada rincón.
—Entonces iré contigo. Necesitas que te cuiden y yo tampoco soportaría quedarme sola ni aquí ni en Londres.
Lord Henry miró a su hija con intenso afecto. Era una mujer alta, pálida según los cánones de la moda, rubia y de serios ojos castaños. Vestía con elegancia y discreción, cuidaba su persona. Buena anfitriona, inteligente —demasiado, se recordó— y muy selectiva. Y pese a sus rentas y virtudes seguía soltera y sin ánimo de casarse.
—Agnes, ¿te has preguntado alguna vez que será de ti cuando haya muerto? No… no me digas que voy a vivir muchos años, porque no lo sabemos. Tienes que pensar en tu futuro y no solo en mi comodidad. Soy un viejo egoísta. Todavía eres joven, hija mía. No quiero ver cómo te conviertes en una solterona como tu tía Lily.
—Papá, tía Lily tuvo sus razones para no casarse. Las mías son diferentes. Yo no he vivido un amor desgraciado, mi prometido no ha muerto en una guerra. No es que sienta aversión hacia el matrimonio, pero me siento bien como estoy. Solo te debo obediencia a ti y tú eres muy indulgente conmigo. No quiero obedecer a un marido, no quiero que me controle, disponga de mí como si yo no tuviera voluntad, me agobie con hijos.
—Eso que dices demuestra que sí sientes aversión hacia el matrimonio, no te mientas.
Agnes, viendo reír a su padre, rio a su pesar.
—Como tú digas, papá. Puedes reírte, pero me siento tan libre y tan independiente siendo soltera. ¿Te escandalizo?
—No. Te admiro. Creo que eres muy valiente. Prométeme una cosa: cuando quieras, sea antes o después de mi muerte, cuando lo decidas si sientes esa inclinación, viaja, sal de aquí, rompe todas las barreras, vete a América, a la India, a China. Vuela, hija mía.
Agnes besó la frente de su padre.
—Te lo prometo, papá.
W
La feria se encontraba muy concurrida. Habían pasado los festejos de Pascua y el buen tiempo animaba a las gentes a salir y divertirse. Varias familias de Viajeros se concentraban en el prado donde habían montado sus espectáculos. Entre los aldeanos se paseaba un hombre que destacaba por su atuendo de ciudad. Miraba muy atento, se paraba ante cada espectáculo, parecía buscar. Una mujer echaba las cartas a una joven con aspecto de sirvienta. A unos pasos de ella, un joven campesino no la perdía de vista: su novio, se dijo el hombre. Y rio para sí, asombrado de la credulidad de aquellas personas sencillas. El chico se acercó a un gesto de la mujer y se dejó mirar la palma de la mano. Los dos jóvenes se abrazaron, y él depositó unas monedas en las manos de la mujer. Los siguió con la vista, parecían contentos, sin duda les había augurado un brillante futuro juntos. Pero a él quien le interesaba era la adivina. Ella guardó las cartas y se acercó a su carro, bastante viejo y descolorido. Entró para salir de inmediato con un bebé de pocos meses que lloraba, se sentó en un escalón y comenzó a amamantarla allí mismo, como si se encontrara sola. Una chica se asomó a la entrada. También era pelirroja, como su madre, y llevaba el cabello suelto bajo el pañuelo.
—Mary tenía ya mucha hambre. Hoy está siendo un buen día, Joan.
Joan se sentó junto a su madre y miró a su hermana.
—¿Le has leído ya la mano, madre?
—No —rio—. Es demasiado pequeña.
El hombre no entendió lo que decían. Se alejó y siguió buscando entre los feriantes. Había muchos niños de todas las edades, y varias mujeres con lactantes. Volvió sobre sus pasos y comprobó que la mujer pelirroja estaba ya en su puesto. Se acercó a ella y se sentó. Sentía un rechazo instintivo hacia ella, pero decidió tratarla con cortesía para ganarse su confianza.
—¿Cuánto por su lectura, señora?
Ella le escrutó con la mirada, reconociendo quién y qué era y lo que pensaba de los suyos, y respondió en inglés deficiente.
—La voluntad, caballero. ¿Qué quiere saber?
—Dónde puede estar una criatura de unos cuatro meses que desapareció misteriosamente.
—¿Niño o niña?
—Dígamelo usted, señora. Usted es la adivina.
Ella no perdió la compostura. Barajó las cartas y fue formando una especie de cruz con ellas. Mientras realizaba aquellos movimientos, Mary pensó rápidamente. Tenía que ocurrir tarde o temprano, que alguien apareciera haciendo preguntas. Estaban en un aprieto muy grave. Aquella gente rica no olvidaba y además tenía suficiente dinero para remover cielo y tierra. Solo que ella tenía una ventaja: sabía quién era aquel hombre y qué buscaba. Como él no creía en su don, le resultaría fácil confundirle con algo de paripé de abracadabra. Suspiró, cerró los ojos, canturreó en voz baja e hizo unas cuantas invocaciones pronunciando palabras sin sentido.
—Veo el mar —dijo de pronto con otro tono de voz, bajo y profundo—. Un barco lleno de viajeros en busca de un futuro mejor. Allí, en una bodega, una mujer… espere… sí, una mujer morena sujeta a una niña que no es suya y que ha encontrado en el puerto, abandonada. Una niña que no es del mar y que un hombre ha abandonado a su suerte… —Se pasó una mano por la frente, deshizo la figura y volvió a sacar nuevas cartas—. Veo que llega a una ciudad inmensa donde hablan su idioma… —Suspiró teatralmente—. Ya no veo más, los espíritus me han cerrado los ojos.
Él parecía indignado.
—¿Cree que puede