Название | Espíritu atormentado |
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Автор произведения | Alix Rubio |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788412279047 |
Louis Reese y los Baxter fueron presentados formalmente por un conocido común, y tras varios encuentros en diferentes eventos, Lord Henry y su hijo fueron recibidos en el gabinete de Lord Reese por este y su abogado, recibiendo la noticia de que Harold era el pariente masculino más cercano y futuro heredero de la fortuna de los Reese.
Que Harold quedara prendado de Evelyn y la pidiera en matrimonio fue el siguiente paso lógico. Evelyn acababa de ser presentada en Palacio, y apenas sin transición se anunció su compromiso. Louis Reese suspiró aliviado: ya podía morir tranquilo cuando le llegara su hora, el futuro de su hija estaba asegurado. Un mes después de la boda murió de un infarto fulminante. El joven matrimonio, que se encontraba recorriendo el continente, no se enteró hasta su regreso. Evelyn lloró desconsolada, y Harold la consoló lo mejor que supo. Como resultado, Lady Baxter quedó embarazada. Evelyn suspiró aliviada, no solo por haber cumplido con su deber de esposa; sino porque durante los siguientes meses se vería dispensada de las molestas visitas de su marido a sus habitaciones. Confiaba en dar a luz un varón y liberarse así de ulteriores atenciones conyugales. Quería mucho a Harold, pero su amor era idílico y espiritual. La carnalidad inherente al matrimonio la había sorprendido desagradablemente, aunque su marido era correcto y educado y cumplía sus deberes en la oscuridad y entre capas de ropa. Ella, como buena esposa, cerraba los ojos y se dejaba hacer pensando en Inglaterra.
Así llegó aquel veintinueve de diciembre de mil ochocientos treinta y siete. Lady Evelyn se había empeñado en dar a luz en Londres y no en el campo aunque aún faltaba casi un mes para el parto. Harold, si bien de mala gana, cedió en atención a su estado. El padre y la hermana se unirían a ellos a tiempo para la celebración del Año Nuevo. El ayuda de cámara y la doncella personal con el equipaje más pesado emprendieron viaje por la mañana y Milord y Milady después de comer. El cochero les aguardaba junto al carruaje. Como hacía mucho frío se taparon con las mantas de viaje, ella sujetaba un pequeño calentador de manos dentro de su manguito. Apenas hablaron. Evelyn cerró los ojos y pareció dormitar, Harold apartó un poco la cortina de la ventanilla. Un crujido sobresaltó a Evelyn.
—¿Qué ocurre?
Harold golpeó con su bastón para llamar la atención del cochero. Como no le oyó, sacó la cabeza por la ventanilla.
—Evans, ¿qué ocurre? No vaya tan deprisa.
El carruaje perdió dos ruedas y se salió del camino, volcando y dando varias vueltas sobre sí mismo. Los caballos relincharon aterrorizados y Evelyn gritó.
W
El carro se paró en medio del camino y dos hombres bajaron de él para acercarse al carruaje volcado. Uno de los caballos gritaba de dolor, otro pugnaba por soltarse de las correas. Los hombres se miraron entre ellos y al animal con la pata rota. El mayor de ellos sacó un cuchillo, tapó los ojos del caballo haciendo sonidos tranquilizadores y puso fin a su sufrimiento, mientras el más joven, un adolescente, liberaba al que estaba atrapado y comprobaba que no había sufrido ningún daño. Entonces vieron los tres cuerpos: tanto el hombre lujosamente vestido como el uniformado estaban muertos, mientras que la mujer gravemente herida no tenía fuerzas para gritar de dolor. Se fijaron en su avanzado estado de gestación y les resultó evidente que el accidente había acelerado el alumbramiento.
—¡Mary! —gritó en dirección al carro—. ¡Ven ahora mismo!
Una mujer vestida con faldas de colores y un pañuelo en la cabeza saltó al camino seguida por una chica ataviada de la misma manera. El hombre hizo un gesto con el brazo.
—Tú no, Joan. Solo tu madre.
No hablaban inglés, sino shelta, el idioma propio de los Viajeros. Se trataba de una familia de nómadas oriundos de Irlanda que viajaban por la Gran Bretaña trabajando como chatarreros o vendiendo y comprando caballos, la mujer leía las cartas y las palmas de las manos. La hija, obediente, volvió a subir al carro pintado con colores que en su día habían sido brillantes y ya estaban descoloridos por la intemperie.
Mary examinó a la moribunda Evelyn y suspiró apenada.
—La pobre mujer está ya medio muerta. Voy a tratar de salvar a la criatura.
Y comenzó a llorar mientras apartaba las ropas de la parturienta. Hacía pocos días que había perdido a su propio hijo de apenas un mes, dejándolo enterrado al borde de un camino. De todos sus hijos solo habían sobrevivido Billy, de diecisiete años y Joan, de catorce. Sabía que por su edad sería muy difícil que pudiera volver a concebir. Conmovida, se propuso salvar la vida de aquella criatura como fuera.
—Billy —le dijo al chico—, tráeme la caja donde guardo los frascos de pócimas y no molestes. No os necesito ni a tu padre ni a ti.
Mary vertió unas gotas de uno de los frascos en un retazo de tela que arrancó de una de las enaguas de Evelyn y se lo aplicó sobre la nariz y la boca para dormirla y que no sintiera el dolor. Desinfectó un cuchillo y se puso manos a la obra. Había participado en muchos nacimientos aunque no era partera, y sabía qué hacer, si bien era la primera vez que ayudaba a una madre moribunda. No resultó fácil. Ya era noche cerrada cuando nació la niña, sana y entera. Su llanto coincidió con la muerte de Evelyn, que no despertó. Envolvió el cuerpecito en ropas de su difunto hijo y subió al carro.
—La niña vive y su madre ha muerto, ¿qué hacemos ahora? No podemos dejarlos ahí tirados.
—Los vamos a dejar como están y nosotros nos vamos ahora mismo. Son gente rica, los buscarán y los encontrarán. Si nos encuentran a nosotros, tendremos problemas. Quédate con la criatura, no podemos abandonarla.
—Gracias, marido. Billy, Joan, acercaos, esta es vuestra nueva hermana, Mary.
Y acercó al bebé a su pecho esperando tener todavía leche para alimentarla. Cuando la niña comenzó a beber, la mujer lloró en voz alta. Los dos hombres se apresuraron a azuzar al caballo para alejarse cuanto antes. Mary se durmió tras la lactancia y Joan comenzó a tararear una nana en voz baja.
2
John Evans, el cochero de Lord y Lady Baxter, no estaba muerto. Fue consciente en medio del dolor que le causaban sus heridas de todo lo acaecido, pero no se pudo mover ni hablar. Le encontró al amanecer uno de los arrendatarios y lo trasladó a la casa rogando que no se muriera por el camino. Despertados de su sueño, Henry Baxter y su hija Agnes corrieron al departamento de la servidumbre donde se encontraba John. El mayordomo ya había enviado a buscar al médico. Los cuerpos del matrimonio fueron recogidos respetuosamente y preparados para el sepelio. Fue el médico quien advirtió que Evelyn ya no estaba embarazada.
—Señor Smith, ¿está seguro de no haber visto ningún bebé junto a Lady Evelyn?
—Completamente, doctor. Solo estaban el señor Evans y los difuntos, paz a sus almas. Lo que sí vi fueron rodadas de un carro, alguien se paró allí.
—Tendremos que esperar a que el señor Evans se recupere y cuente qué ocurrió.
Tardó más de un mes en curarse y estar en condiciones de hablar. El médico le visitó a diario, Henry Baxter dio instrucciones para que no le faltara nada. Finalmente, pudo relatar el trágico accidente y sus consecuencias.
—Su Señoría, le juro que había repasado personalmente el carruaje antes de ponernos en camino, todo estaba en orden. De pronto escuché un ruido extraño, como de algo rompiéndose. Lord Baxter preguntó qué pasaba y me instó a no ir tan rápido, pero no pude controlar el carruaje. Se desenganchó una rueda y después otra, como si hubiera pisado un obstáculo. No vi nada extraño, no se cruzó ningún animal. El coche volcó y giró. Salí despedido de mi asiento. Solo escuché gritar a Milady y relinchar a los caballos, especialmente uno de ellos chillaba de