Название | Caos, virus, calma |
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Автор произведения | Núria Perpinyà |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788483936702 |
El polígono es otra forma compleja. La tabla periódica de Mendeléyev y las clasificaciones de especies de Mendel y Darwin son sistemas poligonales. La sistematización de la moda de Roland Barthes también lo es. Haciendo gala de la modernidad de los sesenta, en Sistema de la moda, Barthes agrupa el vestuario en ocho categorías (identidad, configuración, materia, medida, continuidad, relación, distribución y conexión), las cuales se subdividen en diversos ítems (v.g. forma recta, redonda, en diagonal; ajustado / holgado / evasé, etcétera). Al estructurar un mundo liviano denostado académicamente como la moda (pero, eso sí, muy francés), Barthes nos demostró que cualquier fenómeno es susceptible de ser razonado.
Aunque internet no es una entidad espiritual como Dios, tampoco tiene forma. O es tan nueva y inaprensible que no se deja geometrizar. Su informidad nunca vista es tan irregular, tan abierta e infinita que no hay ningún perímetro que pueda abarcarla. La forma caótica de internet, donde se acumulan billones de webs y de links, vive en el puro desorden del anarchivo. Sin embargo, dada nuestra tendencia antropológica al orden, tarde o temprano los ingenieros informáticos organizarán y catalogarán las toneladas de información de internet. Cuando esto ocurra, se habrá generado una ordenación pluridimensional.
En este capítulo hemos visto órdenes de diversos tipos (unicista, dialéctico, jerárquico y poligonal). Como antesala de los capítulos siguientes, aludiré a la actividad neuronal. El proceso cerebral de la sinapsis consiste en la transmisión de un impulso nervioso cargado de información entre neuronas y células. Estas órdenes se pueden agrupar en tres tipos: hacer, detener, modular. ¡Qué tríada más clara tenemos incrustada en el centro neurálgico de nuestro ser! A partir de aquí, surgen millones de subórdenes y matices. En un recién nacido las órdenes son esquemáticas; a medida que el niño crece, también lo hace su actividad cerebral hasta llegar a las setecientas conexiones por segundo. A pesar de la apariencia enmarañada de las ramificaciones de las dendritas a los dos años, el conjunto está jerárquicamente ordenado y es funcional. Sus señales cerebrales se transmiten con una perfección prodigiosa. Ello nos lleva a pensar que hay unidades muy complejas –como la mente, el universo y las largas fórmulas matemáticas– que parecen caóticas; no porque lo sean, sino porque no las entendemos.
Fig. 1. Conel, J.L.
The postnatal development of the human cerebral cortex (1959).
Desorden
Si existe algo desordenado en el universo, no lo conocemos. Nos equivocamos creyendo que el caos no tiene orden. Las trayectorias de la espiral de la galaxia NGC 3631 son descritas como caóticas porque no son exactas aunque siempre circulan por la misma órbita. Pasemos de la astrofísica a una evidencia cotidiana. La apreciación «su mesa es un caos» es una descripción que parece implicar que es una mesa sin orden. Pero el sin orden no existe, de la misma manera que no existe un vacío sin nada. El orden subyacente a una mesa poco impoluta sigue directrices como: los papeles y documentos no respetan líneas rectas; hay horror vacui; el tablero no es visible; los objetos están escalonados y superpuestos; se rechaza el uniformismo (v.g. no todos los libros tienen el lomo visible); los cuadernos están abiertos; los bolígrafos, diseminados; y hay restos de comida y tazas usadas. Por lo que respecta a los papeles arrugados esparcidos por doquier, a pesar de ser el símbolo del desbarajuste, tienen un patrón de pliegues común. Estas directrices de una mesa desordenada, constantes en un mismo individuo, serían comunes a otras mesas desordenadas de otra gente. Orden y desorden tienen reglas estables. Lo que los acerca es más de que lo que los aleja.
Andreas Gefeller hace fotografías de trastos y suciedades, como las que halla en el callejón trasero de una escuela de Bellas Artes. Dicha basura arremete contra el limpio, ordenado e idealizado arte clásico, a la vez que plasma la larga batalla y los esfuerzos de todo trabajo (incluido el artístico) de hacer y rehacer.
Hay diversos tipos de caos. El real y habitual que incluye las imperfecciones diarias y los caprichos de la naturaleza; y el imaginario, al que tememos. Son muchos los que creen que, desde la Revolución Francesa, el mundo se ha vuelto anárquico e incontrolable. Que el temor de Dios y el respeto a las instituciones del Ancien Régime ha sido substituido por el nihilismo insolente o desesperado. Harold Bloom considera que esta evolución desacralizadora y erosiva queda reflejada en el canon literario occidental: la aristocracia poética fue relevada por la democracia decimonónica y, esta, a su vez, por el caos estético del siglo xx.
La mayoría del arte contemporáneo es una expresión del caos. Vas a los museos punteros y el caos te amenaza sala tras sala: vemos las esculturas de Chamberlain hechas con chatarra como Calla Mira donde un coche destrozado aún conserva la memoria del siniestro; vemos la topografía negra del laberinto del mapa de Manhattan de Bradford Across 110th St.; el Fuego cromático abominable de Hirschhorn donde se acumulan pancartas y maniquíes acribillados con agujas; las fotografías apocalípticas desenfocadas de Ruby; los Autorretratos aleatorios de Esther Ferrer hechos de cortes desalineados; los cuerpos de Saville mezclados en una orgía forzada con sombras de otros; las agitadas fotografías pixeladas de Thomas Ruff; los perfiles de letras que se deshacen de Jaume Plensa; y así, hasta los restos de los carteles de las paredes: lamentos de un moderno ubi sunt, la composición de los cuales, como no podía ser menos en el caos, tienen sus elementos constantes: lo multicolor, lo fragmentario, lo despintado, los trozos irregulares de caras y letras, las múltiples capas de los afiches. Ya en 1959, Raymond Hains se dio cuenta de que los muros de los carteles despegados no eran nada despreciables estéticamente y que su caos podía ser muy filosófico.
Por muy raro y anárquico que sea el arte contemporáneo, obedece a unas reglas. La primera y principal es que los cuadros caóticos siguen las normas del caos: se respeta la irregularidad y el desequilibrio; se prescribe la iconoclastia y se prohíbe el realismo; se buscan las superposiciones; se acata la confusión; se es fiel al horror vacui o, en el otro extremo, al vacío.
Pero no avancemos conclusiones; primero, abordemos como se ha visto tradicionalmente al caos.
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