Название | Caos, virus, calma |
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Автор произведения | Núria Perpinyà |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788483936702 |
Núria Perpinyà
Caos, virus, calma
La Teoría del Caos aplicada
al desorden artístico, social y político
XII PREMIO
MÁLAGA
DE ENSAYO
JOSÉ MARÍA GONZÁLEZ RUIZ
Núria Perpinyà, Caos, virus, calma
Primera edición digital: febrero de 2021
ISBN epub: 978-84-8393-670-2
© Núria Perpinyà, 2021
© Fotografía de cubierta: oliviodare
Colección voces / literatura 306
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La obra Caos, virus, calma fue galardonada con el xii Premio Málaga de Ensayo, que fue concedido el 16 de noviembre de 2019 en Málaga. Formaron parte del jurado Javier Gomá, Estrella de Diego, Espido Freire, Alfredo Taján, Juan Casamayor (editor de Páginas de Espuma) y, como presidenta del jurado, Susana Martín Fernández (Directora del Área de Cultura del Ayuntamiento de Málaga).
© De esta portada, maqueta y edición: Editorial Páginas de Espuma, S. L., 2021
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A la querida unión entre ciencias y letras llamada Max
Introducción
Las alarmas sanitarias, las pinturas abstractas, las noticias falsas y algunas partes del universo, a pesar de ser cosas tan diversas, comparten maneras de ser. Las cuatro son hijas del caos. Este libro compara la teoría del caos, las vanguardias, la posverdad y las epidemias. La familia del caos es prolífica. La meteorología, las guerras, los laberintos de internet, las explosiones aleatorias de estrellas, la música experimental y los fracasos empresariales comparten su adn.
La civilización humana ha florecido gracias a su pensamiento creativo. Su imaginación matemática le ha ayudado a conocer mejor las estrellas. Y sus sueños literarios nos llenan de felicidad. Ahora bien, cuando se trata de política, las invenciones no son tan bienvenidas. Dar rienda suelta a la fantasía y hablar sin fundamento no es aconsejable cuando analizamos la economía de un país; o cuando, en lugar de tomar medidas para frenar una epidemia, unos políticos consideran que no hay que tomar ninguna porque en su país las cosas no cambiarán. Laissez faire, laissez passer. Ante todo, hay que defender la economía y nuestras costumbres, dicen. Somos una gran potencia, los microbios nos respetarán. Las palabras de los ignorantes pesan más que las de los médicos. Con la posverdad hemos topado.
Las pseudoverdades y el caos son causa y efecto de incertidumbres, nacen de ellas y las provocan. Las múltiples y variadas inseguridades de nuestros días serían el negativo del relajado, perspectivo y tolerante «todo es relativo». Cuidado con los conceptos relativistas. Admiramos la litografía de escaleras de Escher, Relatividad, porque nos muestra una perspectiva original y una arquitectura inconstruible. Sin embargo, nos disgusta que el discurso de un presidente esté lleno de trampantojos. El recuerdo de Escher pone sobre la mesa que una de las causas de la posverdad es la teoría de la relatividad. Pobres físicos, ¿qué culpa tienen de no haber sido comprendidos por los legos? Legos que ni siquiera los han leído pero que repiten hasta la saciedad aquello de «como decía Einstein, todo es relativo». La teoría de la relatividad no lo ha dicho jamás ni ha sugerido que todo sea subjetivo y cambiante. El campo humanista que le es más afín no es el nihilismo sino la historia y la sociología. El concepto de relatividad de Einstein y de Heisenberg es sinónimo de correlación, según la cual la inexactitud de una medida aislada puede ser ajustada con los valores de los elementos dependientes. Era tanto el empeño de exactitud de Einstein, que el primer nombre que barajó para su investigación sobre las constantes físicas era el de Invariantentheorie (teoría de las invariantes). Al final, se decantó por acentuar el carácter correlativo de las medidas. Nada más lejos, pues, de las mistificaciones que usan el nombre de la relatividad en vano. Les diría que intentemos no jurar en nombre de Einstein en falso, si no fuera porque lo falso está en boga. En el siglo xxi, las opiniones infundadas ganan terreno a pesar de que existen hechos probados que las desmienten; las medias verdades y las mentiras son tan habituales que parecen una plaga incombatible. Sin embargo, si hemos logrado contener las epidemias, también encontraremos remedios contra la falsedad. La maledicencia es la peste negra de ahora y de siempre. Las infamias existen desde que el hombre es hombre. Las maldades actuales no son peores que las medievales, incluso pueden ser considerablemente menores, pero como ahora se amplifican, parece que hayan aumentado. Más que los hechos reprobables en sí, es su resonancia lo que ha crecido. De gripes y de infecciones ha habido siempre, pero antes eran locales y no sabíamos el número de muertos.
El arte del siglo xx ha sido complicado y angustioso. Su trazo dominante ha sido la incertidumbre. Al otro lado de la depresión trágica, hemos disfrutado de la polisemia defendida por filósofos como Paul Ricoeur, el cual nos hablaba de las maravillas de la equivocidad textual. No previmos que este ilusionismo docto podía desviarse de su camino y perderse en niveles bajos, ni que la refinada ambigüedad se malograría. Lo mismo que nos dió la vida (la riqueza de lecturas) nos ha aniquilado. No supimos ver que nuestro entretenimiento de miles de interpretaciones sería contraproducente. Los intelectuales desconfiaron de las ideologías y, después de ellos, la incredulidad se asentó en las masas y el pensamiento débil se impuso. Ha sido culpa nuestra: hemos ironizado tanto que, al final, el sistema se ha hundido por falta de devotos. Se ha dudado tanto de las verdades oficiales, se ha aborrecido tanto los fanatismos que Occidente ha amanecido en el siglo xxi desnudo de verdades sólidas. Al virus de la posverdad le ha sido fácil colonizar un cuerpo sin defensas.
Los semiólogos estimularon la respuesta del lector; pero, después, aparecieron los tertulianos y los anónimos incendiarios de las redes sociales. A falta de argumentos irrefutables, en el mundo político y mediático de la posverdad se buscan beneficios económicos a base de chistes, bajas pasiones e indignaciones. La opinión es el opio del pueblo. Antes, su uso estaba circunscrito a pequeños círculos. Internet le ha conferido una inmensa caja de resonancia, una maraña de trillones de atriles, púlpitos y tarimas para que cualquiera pueda alzar su voz y criticar a quien se le antoje, incluyendo a los poderosos. De alguna forma, una de las aspiraciones de la democracia se ha conseguido. Aunque no exactamente como creíamos.
Tradicionalmente, el caos ha significado una falta absoluta de orden. Pero ¿existe el no-orden? La pregunta se parece a la de: ¿existe la nada? Y la respuesta, también: no. La física nos ha demostrado que no existe. Pero sí que existe el caos. Así que, atendiendo a la máxima de Hegel de que todo lo real es racional, nos ponemos como objetivo racionalizar al caos. Después de años de estudio, podemos afirmar que no se conoce ningún fenómeno totalmente caótico aunque sí que pueden distinguirse dos tendencias opuestas: el caos tradicional valorado negativamente y el caos moderno tan sobrevalorado.
La explicación del caos tradicional es de carácter teológico y reaccionario. La ausencia de Dios significa la imperfección, la cual se manifiesta en unos seres repulsivos (el diablo), en un sexo débil (la mujer) y en unas formas toscas (lo popular y pintoresco).
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