Caos, virus, calma. Núria Perpinyà

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Название Caos, virus, calma
Автор произведения Núria Perpinyà
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788483936702



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de lo feo, ¿de qué belleza se habla? Cuando se racionaliza y teoriza sobre lo irracional, ¿deja de serlo?

      El caos estético se ha asociado con lo trágico, lo barroco, lo nihilista y lo absurdo. Tiene formas fragmentarias que han sido analizadas por el psicoanálisis y la deconstrucción. Se expresa con negatividad y con contradicciones, incluida la contradicción del capitalismo denunciada por el marxismo. El caos es el dios de la indeterminación posmoderna. Pero su reino no es tan estéril como pudiera parecer. Los artistas más arriesgados habitan en él. Lo inesperado es que ahora lo comparten con los posverdaderos, que yo prefiero llamar posfalseros para borrar el eco inmerecido de verdad de la post-truth. Cabe decir, sin embargo, que el concepto ha sido mal traducido, víctima de lo que denuncia: la mistificación. En inglés, truth es polisémico; significa verdad abstracta y también evidencia. Las traducciones más fieles serían: incierto, no cierto o poscierto, porque recogen mejor las dos acepciones, la moral y la material. Posfactual también ilustra algo que prevalece sobre los hechos; sin embargo, es un término agrio y postizo. Política posfáctica, al ser una expresión tan forzada en muchos idiomas, no ha cuajado y se ha impuesto el término posverdad. A pesar de este uso común, prefiero los conceptos de pseudoverdad y de posfalsedad porque inciden en su negatividad. Ahora bien: no hay una solución buena. Todas las palabras cuestan de decir y molestan un poco; quizás se trata de eso, que la palabra nos sea antipática para reflejar mejor una realidad desagradable.

      La posfalsedad es una plaga que se disemina a gran velocidad; una especie de filoxera americana que ataca a los viñedos europeos. Las calamidades no vienen solas sino que arrastran lacras harto conocidas como la demagogia o el negacionismo: negar que existió el holocausto; negar que las vacunas son útiles; negar el cambio climático, etcétera. Antes, la ignorancia avergonzaba; hoy, no tanto. Y menos, convertida en arma política. Confiemos que las cepas refinadas resistan a la ignorante y devastadora posverdad. Y que alétheia, esa verdad griega que brotaba y se imponía de forma natural, siga aleteando.

      Aunque no querría desvelar el desenlace de este ensayo, les hago saber que en él se aborda una tercera posibilidad estética, a medio camino de la unidad y el caos. Siguiendo a Diderot, veo compatible que un arte sólido y armónico pueda nacer de un genio inestable y de una época caótica.

      Además de conocer mejor a nuestro mundo, espero que este libro sirva para conocernos mejor a nosotros mismos y a nuestros miedos. Tal vez descubramos que no somos tan perfectos y consecuentes como presumimos. O, por el contrario, tendremos que admitir que somos más conservadores de lo que aparentamos y que necesitamos el orden para no caer en el abismo existencial de nuestros refugios contra el caos.

      Orden

      Decía Aristóteles que las obras literarias se asemejan a los organismos vivos porque unos y otros están presididos por el principio de unidad. Para san Agustín la presencia divina en las cosas era un vestigium secretissimae unitatis; y Leibniz creía en la armonía preestablecida del universo. Veamos qué queda de todo ello en el siglo xxi.

      Platón ensalza el orden porque la vida del hombre tiene necesidad de número y armonía. Orden es igual a virtud. Siglos después, Kant también defendería la ética del orden y el orden de la ética. Además, amaba la armonía universal (Zweckmässigkeit) donde todo parece conectado por un mismo espíritu. En este momento, Kant habla a través del idealismo romántico y recoge el sentir de pensadores anteriores como Pope quien, en Ensayo sobre el hombre, declara con solemnidad que todo es parte de un todo magnífico, cuyo cuerpo es la naturaleza; y Dios, su alma; y que desde el cabello al corazón, todo está completo y perfecto. Ahora bien, ¿es así de organizado el cosmos o somos nosotros quienes le proyectamos nuestro ideal? Como cuestionaba Foucault, ¿de quién es el orden? ¿Del sujeto o del objeto?

      En este orbe ideal, Dios se asocia con la verdad sagrada. Sus mandamientos son pétreos, inamovibles, están esculpidos en roca y la palabra irrefutable de Dios va a misa. Nada más lejos del alboroto de opiniones y de quejas de la posfalsedad.

      A pesar de la modernidad de su pensamiento, Rousseau continua alabando la idea divina del orden en su Emilio: «La bondad de Dios es el amor al orden; porque es por el orden que él mantiene lo que existe y liga cada parte con el todo». Sin ser nada metafísico, también Josep Pla se muestra a favor del orden civilizado oponiéndolo al desorden de las guerras, a la barbarie y al arte exagerado como el modernismo y el vanguardismo.

      Epistemológicamente, nuestro cerebro trata de comprender el orden del cosmos, pero su complejidad matemática y teológica nos supera. Gregory Bateson, en Espíritu y naturaleza, se pregunta si las ideas se suceden realmente encadenadas o si, por el contrario, la mente es una estructura organizada que sospechamos que funciona así sin tener suficientes pruebas de ello. La lógica del discurso parece una consecuencia de razonamientos coherentes; y aunque haya hilos laberínticos y zonas oscuras, nuestra mente posee una estructura compleja que nos permite entender, al menos, nuestro mundo. Las manifestaciones a favor de la unidad cósmica, divina e intelectual suenan como el allegro maestoso de una gran sinfonía ensalzando a la humanidad y a su creador. Esta perfección utópica puede asentarse en raciocinios o ser fruto de la fe.

      La concepción más elevada del orden es la unicista. En su punto más elevado, donde todo confluiría, estaría Dios o la energía creadora del universo. El unicismo tiene un centro regulador absoluto, origen y culminación de todo (archeos y telos). La unidad substancial une hombres y materia por encima de la diversidad de sus apariencias. Todos los árboles son el mismo árbol. Todos los hombres, el mismo hombre. Entre lo uno y lo diverso negligible, se elige el núcleo fundamental. Somos ante la esencia de la creación, llámese alma, hidrógeno o adn. De todas formas, la epigenética complementa las leyes ineludibles de los cromosomas con factores biológicos y ecológicos añadidos. Por lo tanto, las ciencias de la vida contemporáneas son menos deterministas y más complejas al tener en cuenta lo ambiental.

      La idea concéntrica del universo la encontramos en las esferas celestiales de Anaximandro, en Platón y en Llull, entre muchos otros; las esferas concéntricas permanecen en el imaginario celestial occidental durante siglos. Schiller en el siglo xix todavía se refiere a ellas. Ptolomeo, en el siglo ii a. C. propone siete círculos, uno por planeta. Hasta los descubrimientos de Copérnico y Galileo se creía que la tierra se hallaba en medio de estos círculos. Los astrónomos del xvi pusieron en el centro el sol. Como ustedes saben, la sustitución de la directora de orquesta fue polémica. Con el paso del geocentrismo al heliocentrismo la música de las esferas cambió. Sin embargo, continuó siendo igual de armónica.

      Cercana a la unidad concéntrica, está la piramidal y la branquial que incluye ordenaciones en forma de árbol como las figuras musicales que disminuyen gradualmente desde el 4/4 de la redonda hasta el 1/64 de la semifusa. El orden escalonado conoidal es similar aunque más estático. El feudalismo fue un sistema piramidal que reflejaba una sociedad estratificada basada en el vasallaje, donde cada uno era señor y súbdito de otros. Salvo en los extremos: abajo del todo, residían los vasallos que no eran señores de nadie y, arriba del todo, emperadores que solo eran siervos de Dios. Nada que no sepamos. La construcción piramidal de Man Ray como una metáfora dadaísta de la sociedad es más sorprendente. Se trata de una pirámide aérea hecha con sesenta y tres perchas cuya sombra es una telaraña. Man Ray imaginó una sociedad jerárquica en forma de árbol con un título significativo: Obstrucción. Las perchas, los individuos chocan unos con otros y se molestan.

      En una época en que las vanguardias tendían hacia al conflicto y la desintegración (como acabamos de ver a través de Man Ray), la Gestalt apostó por lo constructivo. Las leyes que formularon en los años veinte sostenían que la percepción antropológica era conservadora y, como tal, tendía a la continuidad y a completar lo informe. Nuestro instinto busca unir lo común a través de conexiones familiares. Por eso el experimentalismo crea rechazo entre el público. Se tiene que ser un poco intelectual para admirar obras extrañas pasando por encima del disgusto primario por lo raro e inconexo.

      En cambio, el Discóbolo sigue gustando a todo el mundo. ¿Por qué? Por sus proporciones matemáticas. Por su equilibrio dinámico. Mirón talló una escultura paradójica que poseía una quietud de bronce que expresaba el movimiento, gracias a unos ángulos, curvaturas, paralelismos y sistemas de palancas, que transmitían