Oficio de lecturas. Francisco Rodríguez Pastoriza

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Название Oficio de lecturas
Автор произведения Francisco Rodríguez Pastoriza
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788412295887



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a los bárbaros es lo que amenaza con convertirnos en bárbaros. Este es el principio sobre el que descansa el ensayo de Tzvetan Todorov El miedo a los bárbaros (Galaxia Gutenberg), que recorre la evolución de la civilización y la cultura europeas desde los orígenes grecorromanos a las actuales sociedades multiculturales, donde lo arcaico cohabita con lo ultramoderno.

      Todorov clasifica a los países del mundo actual en tres categorías: aquellos que han estado al margen y ahora quieren participar (los emergentes), los que han sufrido humillaciones reales o imaginarias por parte de los más ricos y poderosos y por ello están cargados de resentimientos, y los países occidentales, presas del miedo a las dos categorías anteriores. Los países occidentales tienen derecho a defenderse de las amenazas que puedan suponer para sus valores los apetitos y los resentimientos, pero una defensa desproporcionada se identifica con la barbarie y produce siempre resultados contrarios a los esperados. La invasión de Irak y las torturas en Guantánamo y Abú Ghraib ilustran de manera muy clara las reacciones que provocan los abusos. El miedo a causa de las agresiones sufridas refuerza los golpes de unos; el resentimiento alimentado por humillaciones pasadas y presentes conduce a otros a actos cada vez más violentos y desesperados. La solución reside en la tolerancia y la moderación.

      Las palabras civilización y cultura adquieren significados diferentes cuando se utilizan en plural (civilizaciones y culturas). La civilización es siempre una (su valor absoluto es el de oponerse a la barbarie), mientras la cultura es plural. El término cultura se refiere al conjunto heterogéneo de formas de vida colectiva y sirve de vínculo a la comunidad que la comparte: tiene un significado más amplio que el de civilización. El avance hacia la civilización ha de hacerse aceptando previamente la pluralidad cultural, sin considerar que ninguna cultura es superior a otra. La evidencia de que todo individuo es pluricultural (una mujer médico, cristiana, jubilada, europea y ecologista reúne en sí misma todas estas culturas y otras más) y de que su cultura es una amalgama de culturas anteriores, viene a demostrar que todas las culturas son mixtas, híbridas, mestizas (elíjase el término que se prefiera) y además están en continua transformación. Por lo tanto, no hay culturas supervivientes; la cultura que no ha cambiado es una cultura muerta. Y, como los individuos, también las sociedades y los estados son multiculturales, por lo que es inútil estar en contra del multiculturalismo ya que toda sociedad y todo individuo son multiculturales.

      Todorov dedica un amplio capítulo a desmontar la teoría del choque de civilizaciones de Samuel Huntington, quien sugiere que occidente está amenazado por otras civilizaciones (sobre todo China y el Islam) y que los actuales conflictos mundiales son de naturaleza cultural. Por el contrario, Todorov mantiene que el encuentro entre culturas no suele producir conflictos sino interacciones. Una guerra de religión entre países distintos, dice, sería una novedad histórica (incluso las cruzadas, como se sabe, no tenían como motivo la liberación de Jerusalén sino la reconquista de territorios arrebatados por los musulmanes y que impedían el camino hacia las riquezas de oriente). La idea de que se trata de guerras religiosas o culturales obedece a que este planteamiento maniqueo permite afirmar la pertenencia emocional a una comunidad y se presta a la instrumentalización para otros objetivos por aquellos a quienes conviene esta simplificación.

      La guerra contra el terrorismo se ha convertido en la metáfora de este enfrentamiento. Se trata de una lucha contra un enemigo abstracto, sin tiempo (no concluye nunca) ni lugar (no pertenece a un Estado). La palabra guerra, además, permite utilizar métodos discutibles, métodos inhumanos para eliminar la inhumanidad, lo que supone convertirse en bárbaros para luchar contra la barbarie: “legalizar” la tortura, no respetar los acuerdos internacionales, establecer censuras, etc.

      El asesinato de Theo van Gogh, las caricaturas de Mahoma publicadas por un periódico danés y el discurso de Benedicto XVI en el que se hacía eco de una frase de Manuel II Paleólogo (Mahoma solo ha aportado cosas malas e inhumanas, como el derecho a extender la fe que predicaba por la espada) dan pie a Todorov para reflexionar sobre provocaciones irresponsables que además facilitan a los gobiernos dictatoriales y demagógicos de algunos países musulmanes aprovechar el descontento de sus poblaciones en la dirección que les conviene. La intolerancia, además, falsea la realidad al fomentar reduccionismos tales como que la población musulmana es el Islam; que todo el Islam es islamismo y que todo islamismo es terrorismo.

      5 Originalmente publicado el 10 de enero del 2009.

      LO QUE NO ES TRADICIÓN ES PLAGIO

      La historia nos ha enseñado que la irrupción de una revolución artística o literaria, la aparición de una nueva corriente estética, la instalación de un fenómeno emergente original en el panorama de la creatividad o de una novedad que rompe los modelos sobre los que se asentaba el pasado, todos estos fenómenos, tienen como objetivo sustituir a la cultura anterior. Sin embargo, toda novedad tiene por fuerza que rendir tributo al pasado. Todos los ‘neo’, los ‘post’, los ‘tardo’, incluso los ‘ismos’, son deudores de los conceptos a los que sirven de prefijos o sufijos. Ningún artista podría haber desarrollado sus propias audacias si no estuviera familiarizado con el lenguaje de la tradición, que es el marco de referencia de todo proceso creativo.

      Esta es, en resumen, la tesis que mantiene el profesor Javier Aparicio Maydeu en su obra Continuidad y ruptura. Una gramática de la tradición en la cultura contemporánea (Alianza Editorial). Aparicio Maydeu sostiene que la presencia de la tradición es condición de todo acto creativo, ya que toda ruptura se apoya forzosamente en la tradición. Es el conocimiento de la tradición el que estimula al creador hacia la ruptura. Todo lo creado por un artista tiene siempre una deuda virtual con lo leído, lo visto, lo escuchado por ese artista: «Los genios no surgen de lámparas maravillosas sino de un lento aprendizaje». Por tanto, la ruptura que tiene más fuerza es aquella que está más enraizada en la tradición, su verdadero valor se pone de manifiesto cuando sus aportaciones esenciales vienen de la tradición: «Debo mi arte a todos los pintores», dijo Matisse. Y Sartre: «Escribir es leer, leer y leer». Por tanto, tradición y creatividad, continuidad y ruptura, son el anverso y el reverso de una misma moneda porque la cultura, y especialmente la cultura contemporánea, debe su singularidad a la tradición: los surrealistas encontraron el surrealismo en las culturas africanas, Picasso se inspiró en los indígenas de Mali, los cubistas encontraron su fórmula en Durero. Todas las manifestaciones estéticas, todas las obras de arte, mantienen siempre una relación con sus precedentes, ya sea por reproducción (simulacro, copia), por evolución (manipulación, imitación) incluso por revolución (negación). Ninguna nueva creación está legitimada, por tanto, para poner en tela de juicio anteriores creaciones porque su novedad deriva de estas. Así pues, por contradictorio que pueda parecer, toda ruptura fortalece la tradición.

      El tiempo necesario para que una ruptura ejerza su influencia depende del talante más o menos conservador del mercado y de la crítica de la sociedad de la época, pero siempre se tolera mejor la continuidad que la ruptura, se asimila mejor la ruptura moderada que la radical, lo conocido que lo desconocido, y esto es así porque toda ruptura interrumpe la familiarización del público con la estética a la que estaba acostumbrado. Para hacerse asimilables, a veces se eligen fórmulas híbridas que alientan la ruptura sin cuestionar la continuidad. Gilles Lipovetsky asegura que el postmodernismo tiene por objeto la coexistencia pacífica de estilos, el descrispamiento de la oposición tradición-modernidad: productos mainstream para el consumo global, blockbusters diseñados para un perfil heterogéneo, crossover que integran lo híbrido y lo diverso.

      Todo experimento artístico lleva consigo el deseo de subvertir la estética dominante, pero, al mismo tiempo, aunque parezca contradictorio, lo que persigue todo creador es que su ruptura se convierta en tradición porque de este modo le será posible consolidar su cambio y hacerlo permanente; es decir, convertirlo en tradición. El peligro está en la velocidad a la que se están produciendo las rupturas, la llamada tanatofilia de las vanguardias, el hecho de que unas rupturas impidan a las anteriores asentarse y convertirse en tradición, al modo en que el consumismo convierte en obsoletos, cada vez a mayor velocidad, los objetos que consume. De continuar esta