Название | Oficio de lecturas |
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Автор произведения | Francisco Rodríguez Pastoriza |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788412295887 |
Aunque posteriormente Umberto Eco vendría a matizar las teorías de los frankfurtianos (Apocalípticos e integrados ante la cultura de masas. Ed. Lumen) suavizando la hipótesis de que es la difusión masiva lo que banaliza el objeto cultural, algunos de los principios que caracterizan a la pseudocultura se pueden aplicar a productos de dudoso valor cultural presentados por los media como indispensables para estar culturalmente (in)formados y que han provocado confusión en los sistemas de valores y debilitado los procesos de creatividad. No es necesario citar obras ni autores cuando pensamos en una gran parte de la programación televisiva, en la desaforada promoción de productos literarios vacuos, en el fomento de actitudes antiintelectuales y la sustitución del prestigio de la inteligencia por el de la fuerza física, en la utilización de la mujer como objeto sexual en la cultura, en el fraude en el arte, en el pretendido ocaso de las ideologías, en la confusión entre publicidad y propaganda, en la fama y la popularidad como valores supremos, en la promoción, en fin, de productos culturales carentes de valores.
Pero en este arranque del siglo XXI se perciben una serie de síntomas que advierten del descenso de un nuevo escalón en el concepto de pseudocultura al que se refería Blanca Muñoz. Se manifiesta a través de la aparición de nuevas expresiones calificadas como culturales, que suponen una degradación del concepto de pseudocultura. Un fenómeno que me atrevo a calificar de pornocultura, en la acepción de obsceno con la que el Diccionario de la Lengua Española define la pornografía (obsceno es lo que ofende al pudor).
PRODUCTOS PORNOCULTURALES
La televisión pública española ha decidido enviar al denostado y decadente Festival de la canción de Eurovisión a un sujeto que promociona una imagen de la música pop que pretende ser, como fenómeno, representativa de lo que hoy se hace en el país. En palabras de una de las responsables del área de programas de TVE, es el candidato idóneo para representar a España. Con una melodía infantiloide, un ritmo que pretende emular al hip-hop (ya quisiera) y una letra sin sentido (ni siquiera del humor), su intención es la de crear una imagen de provocación hacia un concurso contra el que lo más fácil es hacer una parodia, lo cual no es el caso, ya que la maniobra no llega a alcanzar tal categoría, ni menos ser una sátira de la sociedad actual, como se quiere vender. La operación comercial amparada bajo la etiqueta friki (derivación españolizada de freak), lleva el nombre de Rodolfo Chikilicuatre y ya ha proporcionado a su protagonista, el humorista David Fernández, salido de un programa de televisión de la competencia, La Sexta, que presenta Andreu Buenafuente (responsable de la productora El Terrat, creadora del personaje, de la que fue director general el actual director de TVE Javier Pons), ha proporcionado, decíamos, el estatus de popular y millonario para una buena temporada. Si los acontecimientos mediáticos responden a las circunstancias por las que atraviesa una sociedad, habría que preguntarse qué es lo que está pasando en la sociedad española de estos años. ¿Se puede relacionar este acontecimiento con los resultados del informe Pisa? ¿Se trata de la ilustración más expresiva de ese 50 por ciento de españoles que confiesan nunca haber leído un libro? ¿Forma parte del desinterés de los políticos por la cultura, excepto en los momentos en los que necesitan de la imagen de algunos creadores que apoyen sus candidaturas electorales? Hay ya quien justifica la aparición del fenómeno chikichiki y lo mete en el mismo saco que el rock and roll, las canciones de Dylan, la portada del Sargent Peppers, las letras de Frank Zappa, incluso las películas de Chaplin y la famosa fotografía del Che. Una peligrosa identificación que sugiere que todo es lo mismo, que el consumismo lo iguala todo, lo cual no es cierto. Pero, ridículo o simplemente patético, el fenómeno Chikilicuatre no va más allá de ser un síntoma más del bienestar en la incultura.
Apreciamos el carácter lúdico y los planteamientos rupturistas y revolucionarios del arte moderno. Hemos celebrado como hallazgos felices e imaginativos el que Marcel Duchamp decidiera convertir un urinario en una obra de arte o que Yves Klein iniciara el movimiento de arte conceptual con la presentación de su exposición Vacío (en la que las salas estaban vacías). Iniciativas así dieron lugar a la aparición de los happenings, las performances, las antropometrías (la utilización del cuerpo desnudo como soporte pictórico), el Land Art, manifestaciones todas ellas en las que buena parte de sus valores se encarnan en el ingenio y la provocación. La transgresión de esta frontera, lo que va más allá del fraude, lo que supone el descenso de ese escalón hacia la pornocultura, tiene que ver también con la degradación suprema de ciertos valores. Hace unas semanas, el artista Guillermo Habacuc Vargas presentaba en una galería de arte su última pretendida (pretenciosa) provocación: un perro atado por el cuello con una cuerda hasta su muerte por inanición, de sed y de hambre. La obra se titulaba Un perro enfermo, callejero (¡viva la imaginación!) y a este espectáculo denigrante asistieron cientos de personas como quien va a contemplar una exposición de Picasso. Por supuesto que ya han comenzado a pronunciarse voces que saludan la iniciativa como una denuncia de otros hechos también considerados como artísticos (léase los toros, por ejemplo), manifestaciones que tratan de justificar lo injustificable, que confunden la anécdota con la categoría y que no tienen en cuenta el fin y los medios.
Estos días se anuncia que el artista Gregor Schneider, premiado en la Bienal de Venecia de 2001, busca un museo que le permita mostrar la agonía y el fallecimiento de un enfermo terminal, con el fin de teorizar sobre «la belleza de la muerte». Al parecer ya existen voluntarios que están dispuestos a prestarse a morir en público para satisfacer las ansias de notoriedad de este artista que ya se burló de cientos de personas cuando en 2007 anunció una performance gratuita en el edificio de la Ópera de Berlín. Los asistentes esperaron durante horas a que se abriesen las puertas del edificio. Una vez dentro, Schneider les anunció que la performance había consistido precisamente en la larga espera que tuvieron que soportar bajo el frío del invierno de la capital alemana.
Diez años antes, el grupo SEMEFO, siglas del mexicano Servicio Médico Forense, aficionada al arte (una de sus artistas, Teresa Margolles exponía en enero de 2008 en la Galería Salvador Díaz de Madrid), mostraba en una exposición de arte una prenda de ropa con restos de sangre, arrancada en la morgue a una de las víctimas de una reyerta callejera.
Son solo algunos ejemplos. Asistimos con frecuencia a muchos más en la cultura de ahora mismo. Este tipo de manifestaciones, que los medios no se privan de calificar de culturales, lleva a pensar, pues, que nos encontramos ante la consolidación de unos nuevos valores, de una nueva forma de hacer cultura, que busca sobre todo la popularidad express y el enriquecimiento fácil y rápido a través de una nueva forma de provocación que supera los límites de la dignidad y que amenaza con llegar a convertirse en el factor más determinante del retroceso intelectual y humano de nuestras sociedades contemporáneas, que, en contradicción ya denunciada por intelectuales como George Steiner, son las más avanzadas tecnológicamente. Pero esto forma parte de otra reflexión
8 Originalmente publicado el 12 de abril del 2008.
CONSUMO CULTURAL Y BASURA9
En 1992 visitó España el arqueólogo William Rathje, un personaje que llamó la atención de los medios de comunicación. Se hacía llamar “el arqueólogo de la basura” y su trabajo consistía en analizar las fosas donde las civilizaciones del pasado habían depositado sus desechos. De este modo estudiaba las