Donald Meltzer, vida onírica. Elena Ortiz Jiménez

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Название Donald Meltzer, vida onírica
Автор произведения Elena Ortiz Jiménez
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9786078676576



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una perspectiva ampliada y distinta. Vida onírica se inscribe en la tradición kleiniana y en lo que se ha dado en llamar el modelo post kleiniano de la mente, que añade a la metapsicología clásica nuevas dimensiones.

      Vida onírica es inconcebible fuera de este modelo de la mente. Es por eso que consideramos importante exponer sus rasgos más notables. El propósito es contribuir a una apreciación más provechosa del brillante estudio de Elena Ortiz.

      Freud advirtió la ausencia del componente sexual en el informe de Breuer sobre la famosa Anna O, una joven de 20 años a la que los dos médicos trataban de su enfermedad histérica. Esta desestimación de Breuer de un elemento que debía ser vinculado a los síntomas mostrados por la paciente, produjo en ella una violenta transferencia erotizada y un embarazo imaginario que llevó al médico a abandonar el tratamiento. Gracias a su extraordinaria capacidad de aprender de la experiencia, Freud entendió que había un conflicto dinámico inadvertido entre la fuerza pulsional y la resistencia que se le oponía. Esa lucha era la causa de la represión del conflicto en el inconsciente, y de los síntomas como una solución de compromiso. La intensidad con que las dos fuerzas —la pulsión y la resistencia— se oponían podía ser caracterizada como un factor económico.

      Otro componente metapsicológico que Freud consideró fue el principio tópico, es decir, la existencia de un aparato mental concebido como un conjunto interactivo de instancias (o, en la segunda tópica, estructuras). Más tarde, Hartmann, Kris y Lowenstein añadieron un punto de vista genético, es decir, el vínculo con la infancia y el desarrollo de la sexualidad infantil.

      Los trabajos que Melanie Klein inició hacia 1932 mostraron cómo las tendencias edípicas pregenitales (Edipo y superyó tempranos) incluían la fantasía de una intrusión en el interior del cuerpo de la madre. El descubrimiento y la teorización de la identificación proyectiva a partir de 1946 llevaron a revisar el principio tópico de la mente para concebirlo como un mundo interno, un lugar, habitado por múltiples ‘objetos’ vinculados por sus relaciones, con un guion escrito por la fantasía inconsciente. La importancia de la realidad psíquica en este mundo interno condujo a la convicción de que el ser humano vive en dos realidades y el significado de sus acciones, de sus emociones y de su pensamiento se establece como resultado de las transacciones de los seres que lo habitan, los objetos internos.

      En el siglo v a.C., Platón elaboró una teoría filosófica según la cual el mundo perceptible por la sensibilidad humana sería una copia o un reflejo imperfecto de otro en el cual las Formas (Ideas) serían inmutables, eternas y perfectas. Así, por ejemplo, el bien que podemos observar en el mundo es una modalidad de una idea del Bien ‘universal’, ‘absoluto’. Otro tanto ocurre con los objetos concretos: a un caballo, sensible —porque lo percibimos con los órganos de nuestros sentidos—, corresponde un caballo ideal, que reúne las características de todos los caballos realmente existentes en el pasado, el presente y el futuro. En la llamada Alegoría de la Caverna (República, 514a-517b) unos prisioneros están obligados a ver sombras en una pared al tiempo que escuchan ecos de voces. Las sombras son imágenes de figurillas de barro proyectadas gracias a la luz de un fuego que alimentan seres que hablan y cuyas voces los prisioneros perciben como ecos.

      Liberado, uno de los presos queda primero deslumbrado por la luz que se emplea para proyectar las figuras; luego, al salir de la caverna, el sol le resulta insoportable hasta que puede habituarse y entonces mira los objetos del mundo como realmente son y puede contemplar el Sol-Bien absoluto.

      El mundo de la caverna figura nuestro encadenamiento al mundo sensible; la salida, el ascenso del alma hacia el mundo inteligible, el que podemos percibir con nuestra inteligencia (intuición). El fuego de la caverna figura el sol visible del mundo sensible; el sol en el cielo, afuera, es el sol inteligible que representa al Bien porque es la fuente de todo lo que hay de bello y de verdadero, tanto en el mundo sensible como en el inteligible, y cuya contemplación asegura la sabiduría.

      Donald Meltzer llamó “mitológico”, “teológico”, “religioso”, “filosófico”, “platónico” al modelo de la mente que surge de las concepciones kleinianas. Ciertamente, la metáfora platónica tiene una cualidad explicativa extraordinaria: el mundo concreto, sensible, los hechos, sólo tienen significado si recurrimos al mundo simbólico inteligible y sólo aprehensible por medio de la intuición. “¿Cuál es el olor de la ansiedad?”, pregunta Bion. Los fenómenos del consultorio sólo son inteligibles, no sensibles; y detrás de las ondas sonoras de las palabras que el oído psicoanalítico capta debe intuirse el significado. “Me siento en el consultorio —dice Meltzer— y miro las sombras en el muro de mi mente.”

      El mundo platónico de las ideas fue reinterpretado en la tradición kleiniana no como una abstracción estática, sino como un tipo inmanente de trascendencia, un punto de vista poético: es decir, son las operaciones del mundo interno, entre los objetos internos, manifestadas a través de los sueños y de la fantasía inconsciente (el guion en ese teatro del significado) las que dan significado a nuestra vida. Y estas expresiones, los sueños y la fantasía inconsciente, son simbólicas en su esencia; estéticas.

      El sol del Bien es también, para Platón, el de la Verdad y la Belleza. La admiración de Bion y Meltzer por los poetas románticos alemanes e ingleses procede sin duda de la concepción que éstos tuvieron de la infancia, pero, de igual manera, de la importancia que para ellos adquirió la filosofía (“Las alas de la poesía requieren de las plumas de la filosofía”, dice Coleridge), y de la identificación de epistemología y filosofía del arte (estética), es decir, de Verdad y Belleza, que practicaron: “Verdad es belleza y belleza es verdad/ es todo lo que debes saber en la tierra”, dice Keats). Esta identificación de verdad y belleza condujo a Bion a construir un modelo epistemológico que privilegió la verdad y a Meltzer a vincular la verdad con la belleza.

      El mundo interno kleiniano suponía una concepción geográfica porque el cuerpo de la madre y las fantasías que éste desencadena en el bebé lo sitúan en los diversos lugares. (Más tarde, en la huella de esta concepción, Donald Meltzer desarrolló una pormenorizada geografía psíquica constituida por el mundo externo, el vientre, el interior de los objetos externos, el interior de los objetos internos, el mundo interno y el sistema delirante, el “no-lugar”.)

      La visión epistemológica de Bion encontró en la identificación proyectiva una modalidad de exploración que lo llevó a una teoría del origen y el desarrollo del pensamiento. Bion describió el objeto parental como un pecho-mente, un aparato que permite a los pensamientos embrionarios desarrollarse en complejidad, mientras que las fuerzas negativas de la mente se oponen a la verdad en la realidad interna y externa, en oposición al pensamiento simbólico. Desmentalización, psicosis y estados psicosomáticos (soma-psicóticos) implican esta interferencia.

      Así pues, al modelo de la mente del psicoanálisis clásico, que Meltzer llamó neurofisiológico, y cuya metapsicología incluía los principios dinámico, económico, tópico y genético, Klein y Bion adicionaron los factores geográfico y epistemológico.

      “Todos los hombres desean por naturaleza saber” (aquí, ‘saber’ debe ser entendido como ‘comprender’), inicia la Metafísica de Aristóteles. El impulso epistemofílico, fue la propuesta psicoanalítica que Melanie Klein elaboró para explicar esta necesidad humana. Para ella, la materia de ese comprender era el pecho, el cuerpo de la madre, porque en la primera realidad del niño el mundo es un pecho y un vientre (Klein, 1930b: 233). Para Meltzer el conocimiento primordial es igualmente la respuesta a la primera percepción del mundo-pecho objeto combinado, sólo que el afán no es únicamente epistemológico, sino fundamentalmente estético, porque se trata de la respuesta del bebé a la belleza del mundo.

      Para Meltzer, una dimensión estética del aparato mental se presentaba como lógicamente necesaria, una consecuencia de la evolución del modelo de la mente propuesto inicialmente por Freud, y del propio método psicoanalítico. Sin embargo, esta nueva perspectiva no radica sólo en que el método puede ser considerado un arte adscrito más al terreno de las humanidades que de la ciencia. De hecho, como Bion, Meltzer no desestima el carácter científico del psicoanálisis. La estética, para él no sustituye otras categorías;