Carmen Aldunate sin corazas. Patricia Arancibia Clavel

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Название Carmen Aldunate sin corazas
Автор произведения Patricia Arancibia Clavel
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9789563248289



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seis hijos: Silvia (la mayor), Eliana (mi mamá), Filomena (la tía Mena), María Luisa (la tía Mary), Sergio y Andrés. Todos ellos nacieron y se criaron en la casa de Catedral con institutrices y profesores particulares, como se hacía en esos tiempos. Sergito, el menor, nació con síndrome de Down y murió de 8 o 10 años. Lo fantástico de mi abuela fue que, en tiempos en que estas situaciones no se enfrentaban y tendían a ocultarse, ella no escatimó esfuerzos para convertirlo en un niño más de la casa. De hecho, con una entereza envidiable y una fe que movía montañas, afrontó esta condición de Sergito como un regalo de Dios y no hizo ninguna diferencia en su crianza y formación con sus otros hijos durante los pocos años que este alcanzó a vivir. Hace poco vi una foto donde están mis tíos Andrés y Sergio, de unos 5 o 6 años, los dos vestidos iguales, de marineros, frente a un escritorio con un libro abierto. Y es que mi abuela prefirió no mandar al colegio a Andrés para no hacer diferencias.

      En todo caso, no fue esa pena la que marcó a mi familia, sino la muerte temprana de mi tía Silvia, la hermana mayor de mi mamá.

      ¿Fue un accidente?

       Sí, y soy una convencida que su trágica muerte a los 19 años trajo significativas secuelas anímicas en mis abuelos, mi madre, mis hermanos y, por extensión, en mí misma. Sin duda, hay un antes y un después de este hecho, el que, sin desearlo, ronda como un fantasma en mi vida y en lo que soy.

      En este momento de la conversación supe que recién estábamos rozando la superficie de la verdadera historia de la Carmen. Ambas sabíamos que no íbamos a poder esquivar nuestros dolores, esos que marcan nuestras vidas y que de una u otra manera explican por qué escribimos lo que escribimos, por qué pintamos lo que pintamos… Esos dolores que necesitan muchas corazas para que no duelan tanto.

      Ya era tarde. Nos habíamos tomado unos “taquitos” de whisky y comentamos que echar la vista atrás, a veces le hacía bien al alma.

       Es muy rico conversar contigo. Estos son temas que se hablan muy poco… Ojalá puedas rastrear más información sobre mis abuelos, en especial de Adela y de aquel accidente. Yo creo que detrás de su entrega y fuerte personalidad hubo mucho sufrimiento y pérdidas. ¿Cómo sobrevivió a la muerte de dos de sus hijos? ¿Cómo lo hizo Juana, que los perdió a todos? Hay distintas maneras de enfrentar estos profundos dolores. Algunos enloquecen, otros siguen adelante entregándose a los demás y también existen aquellos que —como nosotras— pintan o escriben…

      Sí, pienso que cada persona busca exorcizar sus dolores, expulsarlos, de acuerdo a sus dones y circunstancias, y tú naciste con el pincel en la mano…

       Sí, casi como chupete… Desde que estaba en la cuna vi colores y pinceles. Entre medio de todas sus actividades, mi abuela también pintaba y les traspasó el gen a sus hijas. Mi mamá tenía un taller en la casa donde aparte del dibujo, la pintura y la escultura, hacía unas cerámicas preciosas. Yo me crie entre gredas, yesos, telas, paletas, atriles, óleos y diluyentes…

      Le dije que hablaríamos de eso y mucho más en nuestro próximo encuentro. Eran más de las dos de la mañana y nos despedimos con la grata sensación que nos habíamos embarcado en una aventura sin vuelta atrás. En ese momento, aún no sabía qué estructura le daría al relato ni cómo ordenaría esta y las siguientes conversaciones. Lo único que sí tenía claro era que no podría dejar de contarlas.

      Durante los días siguientes, me sumergí en Google y en mi biblioteca buscando información sobre sus abuelos Eduardo y Adela. Me interesaba contextualizar y conocer más a fondo a estos personajes, no solo por la importancia que habían tenido en la historia de la Carmen, sino que también porque ellos representaban el modo de ser de una parte importante de la élite católica chilena de comienzos del siglo XX.

      No me fue difícil ratificar que ambos eran miembros destacados de la llamada “fronda aristocrática”. Ricos, refinados, cultos y conservadores, les había tocado vivir en plenitud el Chile del 1900 y la Belle Époque. Se habían casado el 1 de diciembre de 1889, yéndose a vivir a la gran casona de calle Catedral N° 1183, mencionada por la Carmen y donde ella pasó sus primeros años de vida. Busqué en las revistas de la época y encontré fotos y descripciones de su fachada como del interior, lo que supuse que a ella le encantaría. Había sido durante las dos primeras décadas del siglo XX —antes del accidente de Silvia, que ocurrió en 1919—, el centro de actividades sociales de sus abuelos y el lugar donde habían nacido su madre y sus tíos.

A7

      Casona de mis abuelos Salas Edwards

      De Eduardo no encontré mayores datos. Las crónicas solo me confirmaron que se vestía como un “dandy” y que, junto a Adela, tenían una vida social intensa. Habían deslumbrado en el recordado y suntuoso baile de fantasía que se realizó en octubre de 1912 en el palacio de los Concha-Cazzote. La revista Zig-Zag comentó que fueron una de las parejas más aplaudidas de la noche y publicó: “Espléndido fue el ingreso de Eduardo Salas Undurraga, disfrazado del Káiser Guillermo II de Prusia. Bajó desde un carruaje tirado por varios caballos junto a su mujer, Adela Edwards, quien se vistió de Juana de Aragón con un traje idéntico al que perpetuó en su retrato el propio Rafael”.

      De Adela había muchísima más información. Era la mayor de los nueve hermanos Edwards Mac-Clure y, de las mujeres, la más cercana a Agustín, quien llevaba los negocios de la familia. Por otra parte, confirmé que la cercanía con su abuela Juana la impulsó desde muy joven a realizar obras de caridad. Al parecer, era la menos mundana de entre sus hermanas y ya antes de casarse —lo hizo a los 23 años— había creado en Valparaíso un hogar para niños sin familia.

      Su matrimonio y el hecho de ser madre de seis hijos, no le impidió seguir desarrollando su veta social. Efectivamente fue una mujer autónoma, activa y profundamente religiosa, con clara conciencia que su favorecida situación económica la obligaba moralmente a ayudar a quienes nada tenían. En efecto, con gran empuje, en 1907 —entre medio del nacimiento y formación de sus hijos— creó la primera Escuela Normal particular femenina del país, de donde en casi 70 años de funcionamiento egresaron más de dos mil maestras. En la hacienda Nogales, por otra parte, su labor de catequesis fue enorme. Las fuentes establecen que, gracias a su constante ayuda, los más de ochenta niños que vivían en ese campo recibieron una permanente formación cristiana.

      Impulsora del Congreso Mariano de 1918 que reunió al feminismo católico chileno, allí dio a conocer su gran obra: la Cruz Blanca, aquella institución que me había mencionado Carmen y que formó en defensa de la “niña inocente pero profanada”, como ella decía en sus escritos. Muy vinculada con la jerarquía eclesiástica, era amiga del arzobispo Juan Ignacio González y de conocidos personajes de la Iglesia, como los sacerdotes Santiago Vial, Horacio Campillo y Carlos Casanueva, rector de la Universidad Católica.

      Con esta y otra información, especialmente sobre la muerte de Silvia, partí de nuevo a Pedro de Villagra.

A02

      1 · Adela, mi heroína sin estatua

      Llegué donde la Carmen contenta de lo que había averiguado. Los perros volvieron a ladrar cuando toqué el timbre, aunque esta vez les tuve menos miedo. La verdad es que Mafalda y Frida no son tan peligrosas… Al entrar al living, miré todo con mayor atención. Detrás del sillón del fondo, apegado a la muralla, volví a fijarme en una serie de grabados de fuertes colores, que después supe eran de su primera época cuando, recién casada, partió a Estados Unidos. El cariñoso recibimiento y el ambiente cálido, permitió que no me costara nada retomar nuestra larga conversación anterior.

      Le pregunté cómo se sentía. Si yo no hubiera sabido, nada me hubiera indicado que hacía ocho meses había pasado un tiempo largo en la clínica, con