Carmen Aldunate sin corazas. Patricia Arancibia Clavel

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Название Carmen Aldunate sin corazas
Автор произведения Patricia Arancibia Clavel
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9789563248289



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al parecer tu lado lúdico no viene por lo Aldunate…

       Soy mucho más Salas que Aldunate. Mi abuelo, Eduardo Salas Undurraga, era el ser más extraño que he conocido. Excéntrico como el que más, venía de una familia muy emperifollada y, que yo sepa, no hizo nunca nada más que casarse con mi abuela —Adela Edwards Mac-Clure— quien tenía los millones de arlequín. Tenía fama de ser uno de los hombres más elegantes de su época y su gran hobby fue la fotografía en vidrio. También era inventor de cosas raras y, entre sus locuras, estuvo la de encargar a Suecia tres casas de veraneo prefabricadas idénticas, las que decoró con el mismo mobiliario. Pero no solo eso… también hizo traer en triplicado su ropa desde Inglaterra, aduciendo que así podía viajar ligero de equipaje entre casa y casa. Instaló una en Nogales —el fundo de mi abuela—, otra en Viña y la que yo alcancé a disfrutar al máximo, que fue la de Quintero.

      ¿Puedes hablarme de tu abuela Adela? Tengo entendido que ella era nieta de Juana Ross, la mujer más rica de Chile a comienzos del siglo XX, pero a su vez, ejemplo de humildad y de entrega a los pobres…

Adela Edwards Mac-Clure

A2 Eduardo Salas Undurraga

      Sí, es verdad. La “mamita Juana” —como le decían en la familia— influyó mucho en la manera de ser y pensar de mi abuela Adela, quien fue su ahijada y nieta regalona. Siempre escuché que hizo votos de pobreza y que recorría los cerros de Valparaíso, toda vestida de negro, ayudando a quien se le ponía por delante.

      Lo que yo sé es que Juana tenía una enorme riqueza ya que se casó con su tío Agustín Edwards Ossandón, forjador de la fortuna Edwards. Quince años menor que él, tuvieron que pedir dispensas a la Iglesia Católica para el matrimonio por lo cercano del parentesco, ya que él era hermano de Carmen, su madre.

       ¡No te puedo creer, no tenía idea! Es bueno tenerlo en cuenta, ya que quién sabe si de allí vienen todas nuestras rarezas…

A3 Juana Ross

      Y también, por qué no, ¡el temple y fortaleza…! Piensa tú que doña Juana vio morir a sus siete hijos y a su marido, antes de partir ella misma en 1913. Su funeral fue apoteósico y es considerada una de las filántropas más importantes de Chile…

       Yo solo me acuerdo que con mi mamá nos reíamos harto, ya que a nosotras no nos tocó ni un “real” ni de Juana ni tampoco de mi abuela Adela, quien también dedicó su vida a la labor social y a la defensa de los derechos de la mujer.

      Cuéntame, ¿tú alcanzaste a conocer bien a tu abuela?

       ¡Claro que sí! Viví mis primeros años con ella y mi abuelo Eduardo en el palacete que tenían en la calle Catedral, pleno centro de Santiago. Tanto ahí como después, cuando enviudó y se fue a vivir frente a nuestra casa en la calle María Luisa Santander, compartí mucho con ella. Era católica practicante y, en ambas casas, tenía una capilla al lado de su pieza. Allí escuchaba misa diariamente y recibía a cuanto obispo y cura existente por los alrededores. ¡Cuánto les habrá pagado! Con mis primos José y Felipe Subercaseaux —hijos de mi tía Mary, hermana de mi mamá— teníamos terror de tocar una piedra que estaba en el medio del altar, porque alguien nos dijo que era sagrada. Así y todo, muchas veces entrábamos a hurtadillas, tocábamos la campanilla y hacíamos “nuestra” propia misa con pan en vez de hostia. Por otro lado, casi siempre vi a mi abuela vestida con una sarga negra porque, al igual que su abuela Juana, hizo votos de pobreza y fue extremadamente puritana.

      ¿Cómo lo manifestaba?

       Me acuerdo que como estaba tan ocupada con sus obras de caridad, a nosotros, sus nietos chicos, nos recibía temprano en la tina mientras se bañaba. Se metía al agua enteramente vestida, sin mostrar nada de su cuerpo, y para mí eso era tan natural, que pensaba que todas las abuelas del mundo se bañaban de la misma manera. En la casa de calle Catedral había un Rubens y, como ella consideraba que era impúdico mostrar las pechugas, no encontró nada mejor que pintárselas encima de un color azuloso para que no se le vieran. Cuando se murió, tuvo que venir un experto para restaurar el cuadro y poder venderlo. Ya mayor —murió en 1952 cuando tenía 76 años— recorría los parques y jardines con su bastón e iba rompiendo los “pirulines” de las estatuas o poniéndoles yeso encima. Pero esta pechoñería —que claramente yo no heredé— no impedía para nada que fuera una mujer divertida y con un gran sentido del humor. Nunca la vi golpeándose el pecho o con cara amargada. De repente la pillábamos en alguna maldad, como cuando llegaba a almorzar y venía con los bigotes marcados con azúcar flor porque había pasado a comer pasteles. Se hacía la lesa, pero era muy golosa y dulcera. Le encantaban los postres y, pese a que tenía una diabetes bastante avanzada, no se privaba de nada. Pero lo más importante para mí, es que fue una mujer muy activa e independiente. Debe haber sido una de las primeras feministas que tuvo el país y batalló incansablemente por el voto femenino.

      Mientras me describía a su abuela, se me vino a la mente la propia Carmen y la gran temática de su pintura: mujeres, mujeres y más mujeres. Pensé entonces que quizás en el origen de su inspiración estaba la necesidad de reencontrarse con sus raíces y con ella misma. Juana, Adela, Eliana, su madre, habían sido mujeres diferentes, disruptivas y le hice entonces la pregunta si cuando pintaba las tenía presentes…

A4

      Mis abuelos maternos

      Yo no pienso cuando pinto, lo hago por instinto, simplemente me sale de la “guata”, pero sí te puedo decir que Adela fue mi primera gran inspiración, tanto así que uno de los primeros cuadros al óleo que enmarqué fue el de ella. Lo tengo en mi taller y… me observa. Fíjate que —entre muchas otras cosas— creó una institución —Cruz Blanca— que tenía como objetivo acoger a las jóvenes solteras que quedaban embarazadas y no tenían dónde ir. ¡Imagínate esto en una época en que estas pobres mujeres eran tratadas como parias! Siempre la admiré por su fuerza y carácter y también por esa capacidad de enfrentar la vida a su manera. No lo sé, pero tiendo a creer que, casi como osmosis, esa forma de ser se plasma —de una u otra manera— en mi pintura.

      ¡Por suerte que no heredaste su parte pechoña! Creo que se hubiera dado varias vueltas en su tumba si hubiera alcanzado a ver algunos de tus dibujos y pinturas…

A5

      Mi mamá, mis primos José, Felipe Subercaseaux y yo

      Jajaja. Me acuerdo que después de una exposición donde presenté varios cuadros de desnudos, un amigo de mi abuela me escribió con humor: “Qué bueno que estés recuperando los pechos y partes pudendas que tu abuela hizo desaparecer…"

       A estas alturas de la conversación, ya nos habíamos tomado un par de cervezas y nos habíamos fumado varios cigarrillos. Pasamos al comedor donde un coromandel japonés heredado de su abuelo paterno, hecho a mano con incrustaciones de nácar, decora toda una pared. La Angélica —quien cocina como los dioses— tenía preparada una comida exquisita. Yo, que no quería perder ni una coma de lo que la Carmen me estaba contando, me trasladé a la mesa con grabadora en mano. Me había crecido la curiosidad por saber más de su familia y le pregunté cuánto le habían influenciado las mujeres de su entorno familiar.

A6

      Sergio y Andrés

      Absolutamente.