El Pueblo del Hielo 2 - La caza de brujas. Margit Sandemo

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Название El Pueblo del Hielo 2 - La caza de brujas
Автор произведения Margit Sandemo
Жанр Языкознание
Серия La leyenda del Pueblo del Hielo
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788742810132



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la pequeña de Silje. He visto lo bien que viven, ¡créeme! Tengel, ¿por qué no partiste con Eldrid? —Hanna era la única persona que trataba al intimidante Tengel como si fuera un niño travieso.

      —¿Deberíamos haberlo hecho? —preguntó él con calma. No parecía sorprendido ante la pregunta de Hanna.

      —Sabes perfectamente bien que deberían haberlo hecho y Sol también lo sabe.

      Los niños estaban de pie junto a la puerta en respetuoso silencio. Dag se sentía incómodo en la casa mugrienta.

      —No estaba seguro —dijo Tengel—. Hay tantos males que nos esperan allí afuera.

      —Siempre has sido un gran tonto —dijo Hanna con desprecio—. Ninguno de nosotros puede permitirse actuar con amabilidad. Debes estar a la altura de la situación y luchar por ti y por tu familia. Ahora, escúchame… —Hanna inclinó el cuerpo hacia adelante como si añadiera peso a sus palabras—: Sé que tú también lo has percibido. No quisiste quedarte con el ganado de Eldrid, lo cual fue sabio de tu parte. Ahora, prepárate para partir, Tengel. ¡De inmediato!

      Tengel estaba petrificado, con el rostro inexpresivo.

      —Y ¿qué hay de ti, Hanna? ¿Y de Grimar?

      Ella se hundió en su almohada.

      —Oh, somos demasiado viejos. Pero los niños y tu esposa… ¡Ven aquí, Silje!

      Había una atmósfera extraña en aquella habitación pequeña y oscura. Era como si hubiera espíritus en cada rincón, observándolos. Como si alguien en alguna parte estuviera llorando por la pérdida de una vida desperdiciada. Silje intentó ocultar su repulsión y avanzó hacia la anciana desagradable en la cama. Después de todo, Hanna había salvado la vida de Liv y la suya, y eso era algo que Silje no podía olvidar.Hanna tomó las manos de Silje entre sus dedos torcidos.

      —Tú y tus hijos, Silje. Ellos han… han… Bueno, ¡olvídalo! ¡Asegúrate de que el estúpido de tu esposo os saque del valle! —Hanna bajó la voz—. Porque esta vez no seré capaz de ayudarte.

      Silje tembló. Entonces ¡Hanna lo sabía! Por supuesto que lo sabía. Hanna sabía todo. Silje apretó las manos de la anciana.

      —¿Por qué cree que debemos abandonar el valle?

      Hanna miró a Tengel.

      —¿No sabes por qué? —dijo la anciana.

      —No —respondió Tengel—. Solo siento una gran angustia.

      La anciana asintió con la cabeza.

      —Percibo más que eso. Percibo que uno de nuestros parientes entre el Pueblo del Hielo corre un gran peligro.

      —¿Podría tratarse de Heming? —preguntó Tengel en voz baja.

      —¡Exacto! Ese incompetente. Deberían haberlo asfixiado en la cuna.

      No habían tenido noticas de Heming durante varios años. Creían que estaba muy lejos o incluso muerto.

      —Entonces, ¿tal vez ahora comprendes por qué debéis iros del valle?

      —¿De verdad piensa que estamos en peligro?

      —Os he mandado a llamar, ¿no? Tengo la sensación ardiente de que debéis salir de este valle con urgencia.

      —Bueno, lo pensaré.

      —Pues ¡piensa rápido! ¡Rápido! Y deja que tu hija, bueno más bien la hija de tu hermana Sunniva, Sol, permanezca aquí un instante. Quiero hablar a solas con ella.

      —¡Hanna! —exclamó Tengel con firmeza.

      —¡Métete en tus asuntos! —gritó Hanna en una voz que helaba la sangre—. ¡Increíble que chicas tan brillantes se mezclen con semejante idiota! Marchaos. Y cuidad bien a la pequeña Liv Hanna, mi ahijada.

      Tengel se despidió con cautela. Hanna y él nunca habían logrado coincidir en nada. Ella era la bruja que luchaba por mantener vivo el legado maldito y él era el amigo de la humanidad; aunque estaba marcado por la maldición, intentaba evitar la propagación del legado.

      Silje inclinó el cuerpo por instinto y besó la mejilla hueca de Hanna. Allí fue cuando vio que los ojos de la anciana, tan cerca de los suyos, estaban llenos de lágrimas.

      —Adelantaos —dijo Grimar, quien los acompañó a la puerta—. Sol os alcanzará enseguida, estoy seguro.

      Camino a casa, Silje dijo:

      —Me siento tan triste, Tengel. Hoy es la primera vez que he visto a Grimar como un ser humano y siento pena por él.

      —No deberías —respondió Tengel, malhumorado—. Grimar es una herramienta de Hanna. Él hace feliz todo lo que ella le ordena. Los Gélidos saben lo que él hizo: han desaparecido personas y han sucedido cosas terribles sobre las que nadie se atreve a hablar. Nadie hace nada contra él porque Hanna lo protege.

      —De todos modos, sigo sintiendo lástima por él… Por los dos —susurró Silje con tristeza.

      —Agradezcamos estar bajo su protección —admitió Tengel—, gracias a ti.

      —¡Eran horribles! —comentó Dag—. Entonces, ¿nos mudaremos?

      —No lo sé —respondió Tengel.

      —Sí, nos mudaremos —afirmó Silje.

      —Pero no tenemos a dónde ir —dijo su esposo—. No podemos arrastrar así como así a los niños hacia la miseria.

      Pero Silje hizo oídos sordos a sus quejas.

      —Hoy mismo empezaremos a empaquetar nuestras cosas.

      —Está bien —dijo Tengel con un suspiro.

      ***

      Una vez tomada la decisión, Tengel trabajó sin parar. Se pasaba el día revisando sus enseres en las dependencias y en la cabaña, seleccionando y empaquetando todo lo que necesitarían.

      —Tendremos que esperar unos días más antes de partir —dijo Tengel—. Necesito pescar más y hablar con los vecinos para conseguir un poco de carne y otras provisiones. Y tengo que reparar la carreta.

      —De acuerdo —dijo Silje—. Entonces tendré tiempo de lavar la ropa. —Miró la pila de cosas que necesitaba descartar y añadió—: Cielos, ¡cuánta basura hemos guardado!

      —Sí, es increíble. Mañana la quemaremos.

      Tengel alzó con mucha cautela la hermosa vidriera que estaba sobre la estantería.

      —No debemos olvidarnos de llevárnosla.

      —¿Recuerdas cuando dijiste que la vitrinala vidriera pertenecía a otra casa?

      —Sí. Tal vez, después de todo, tenía razón.

      Pero la voz de Tengel sugería que aún dudaba.

      Tomó algo más del estante.

      —También debemos llevarnos esto —añadió Tengel.

      Con una amplia sonrisa, Tengel sostuvo un libro. Silje lo tomó y lo colocó junto a las otras cosas que se llevarían.

      —No necesitamos llevarnos todo, ¿no? Volveremos en el verano, ¿verdad?

      —Realmente espero que así sea. Me alegra oírte decir eso, Silje.

      Ella lo miró antes de responder.

      —Amo este valle con su lago, las montañas y las ciénagas, las violetas amarillas de montaña y las florecillas azules. Solo que no me agrada sentirme encerrada. Y sin duda me gustaría alejarme de los habitantes de este valle. Al menos de algunos de ellos.

      —En eso estamos de acuerdo —respondió él, sonriendo, y le robó un beso rápido antes de que entraran los niños.

      Silje tomó la caja de madera tallada que Tengel le