El Pueblo del Hielo 2 - La caza de brujas. Margit Sandemo

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Название El Pueblo del Hielo 2 - La caza de brujas
Автор произведения Margit Sandemo
Жанр Языкознание
Серия La leyenda del Pueblo del Hielo
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788742810132



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podido resistirse a Silje?

      Ahora la escuchaba de nuevo. Sus pensamientos habían dado vueltas con tanta rapidez que no se había perdido nada.

      —Luego, nació Liv. Lo recuerdas, ¿no, Sol? —preguntó Silje.

      —Sí, habías engordado mucho.

      —Exacto. Puedes llamarnos mamá y papá si quieres, Sol. Nos sentimos comos tus verdaderos padres.

      Sol pensó al respecto un rato.

      —Podría, claro —dijo asintiendo con sabiduría—. Pero no me parece que esté bien, porque estoy acostumbrada a llamaros Silje y Tengel.

      —Lo entiendo. Nos hemos tratado como amigas. Siempre me has ayudado mucho. Lo sabes, ¿no?

      Sol subió espontáneamente al regazo de Silje y la abrazó fuerte. Silje le sonrió a Tengel. Ambos comprendieron que los aceptaban como padres.

      Dag parecía serio y pensativo. Su rostro alargado y delgado era tan típicamente aristocrático que su expresión poseía un aire casi cómico.

      —¿Mi mamá vino a buscarme? —preguntó él con voz baja. Era una pregunta difícil que Tengel respondió.

      —No lo sabemos. Solo sabemos que tu ropa llevaba bordado un pequeño escudo noble . Por eso creemos que eres un barón. Hemos intentado encontrar a tu mamá, Dag, pero dudo que aún viva.

      —¿Murió por la plaga?

      —Me temo que es muy probable, y sin duda por eso te perdió. Tu papá seguro está muerto.

      Era mejor decirle eso. Toda la evidencia sugería que la mamá de Dag no estaba casada y que Dag era el resultado de un encuentro casual. Dag pareció satisfecho con aquella explicación.

      —Mi mamá y papá reales están muertos —dijo con pena.

      —Los míos también —dijo Sol, quien logró llorar una lágrima, pero más que nada porque disfrutaba del drama.

      Sol y Dag asintieron con sobriedad.

      — Los padres de los otros niños siempre están discutiendo —comentó Dag a su modo contemplativo y precoz—. Es como si no se quisieran. Tengel y tú nunca os tratáis así. Es como si os respe… respe…

      —¿Cómo si nos respetáramos? —sugirió Tengel, terminando la oración por él—. Sí, tienes toda la razón. Así es.

      Su mirada amorosa encontró la de Silje y ella vio que los ojos de la niña estaban llenos de calidez.

      ***

      Silje permaneció despierta hasta tarde esa noche. Después de encender una de sus valiosas lámparas de resina, tomó el diario que Benedikt, el pintor, le había regalado tantos años atrás. Solo quedaban unas pocas páginas en blanco y no era probable que consiguiera uno nuevo en medio de la naturaleza donde vivía…

      Comenzó a escribir:: «Oy le ablamos a los niños sobre sus padres …» Como siempre, su ortografía era un espanto.

      Cuando terminó, apagó la llama y salió al patio. El solsticio se aproximaba. El valle estaba cubierto de la resplandeciente y mágica luz, de las noches de verano nórdicas. La bruma del lago era más densa. Ya se había expandido por los prados donde oscilaba como duendes bailarines, y el agudo canto de la grulla podía confundirse con facilidad por ninfas acuáticas o por las almas de niños perdidos. La brisa acariciaba con suavidad el césped, recorriendo huecos y recovecos de las vetustas casas. En su mente, Silje imaginaba que era el sonido de pequeños trolls traviesos o de otras criaturas sobrenaturales. Un viejo caballo trotaba junto al seco muro de piedra, regresando a su propia granja. ¿Era posible que el caballo también estuviera hechizado?

      «Es increíble la belleza de este lugar,» pensó Silje, «sin embargo, ¡lo odio tanto! Amo a Tengel y a los niños, pero deseo de todo corazón que pudiéramos irnos de este valle. Odio estar encerrada aquí con esta gente de mente estrecha. No tengo nada en común con ellos. Llaman bastardos a mis hijos, y a Tengel, hechicero, demonio y quién sabe qué más, aunque él jamás les ha hecho daño. Él nunca usa los poderes que sé que posee y, de todos modos, es un marginado. Igualmente, hay algunos que lo aceptan, ¡gracias a Dios!» Eldrid, la prima de Tengel y su mejor amiga en el valle, abandonaría ese lugar junto con su esposo, y Silje anhelaba unirse a ellos: querían crear un hogar en el mundo exterior; tenían la esperanza de que su vínculo con los rebeldes hubiera caído en el olvido.

      «No sabemos nada sobre el mundo más allá del valle,» pensó Silje. «El hambre y la pobreza nos han mantenido aquí. Quiero salir y ayudar a Benedikt y a los suyos. Me gustaría tanto ver al rey al menos una sola vez en la vida. Pero él nunca está en Noruega… Mi vocabulario es cada vez más pobre y comienza a parecerse al del Pueblo del Hielo. Hemos intentado educar a Sol y Dag, pero estamos alcanzando el límite de nuestras capacidades. Lentamente, empezamos a olvidar lo que nosotros hemos aprendido. Tengel también quiere partir, lo ha dicho, pero hacerlo implicaría arriesgar nuestras vidas. Aun si logramos salir del valle, nos arrestarán y mi amado Tengel será torturado hasta la muerte. Él y Sol jamás podrán ocultar que son descendientes del primer Tengel, el espíritu malvado del Pueblo del Hielo.»

      Silje emitió un suspiro desesperado.

      Los inviernos… Silje los detestaba y los temía. Allí todo se convertía en hielo, incluso la comida. Y tenía el miedo constante de que no hubiera alimento suficiente, de que se terminaran las provisiones. La hambruna del invierno pasado había sido una pesadilla: recordaba la mirada perdida de los niños al acostarse, con tanta hambre como en la mañana cuando despertaban. Como en la última Navidad, cuando lo único que tuvieron por comida fue el pan que ella había decorado …

      Cuando pensaba cuántos inviernos más le esperaban en los años venideros, le resultaba difícil respirar. Sentía la necesidad de huir, a donde sea, de llevarse a Tengel y a sus seres queridos a un lugar seguro.

      El roce sutil de la mano de Tengel sobre su hombro la asustó.

      —Vi que no estabas en la cama —dijo él en voz baja—. ¿Qué haces aquí afuera?

      —Nada —respondió ella de modo evasivo.

      —No hace falta que lo digas —respondió él—. Anhelas salir de este lugar, ¿no?

      —Tengel, por favor, no pienses que me arrepiento de nada.

      —No pienso eso. Sé que has sido feliz aquí.

      —Sí, muy feliz.

      —Pero ahora estás inquieta y crees, como yo, que esta vida aislada no nos hace felices.

      Silje hizo un gesto impaciente.

      —Si no nos obligaran a quedarnos aquí, amaría este valle con todo el corazón —dijo ella con énfasis—. Si pudiéramos pasar aquí solo los veranos, sería perfecto. Pero no tenemos opción. Creo que amo y odio el valle a la vez.

      —Conozco el sentimiento. Cuando abandoné el valle, anhelaba regresar aquí. Y en cuanto regresaba, quería irme de nuevo. Pero ahora es…

      Él dejó de hablar e hizo silencio. Silje lo miró con ternura.

      —Estás inquieto. Lo he notado durante varios días. Me pareció extraño que rechazaras la oferta de Eldrid de cuidar de su ganado, pero me dio un poco de esperanza. ¿Qué sucede, Tengel?

      —No lo sé —respondió él despacio mientras la brisa nocturna mecía su cabello negro—. No sé lo que es, pero hay ruidos en todas partes. ¿No has oído el llanto angustiante del viento? ¿El terror dla hierba mientras cruje? ¿No oyes el gemido de las casas?

      —Sabes que no escucho esas cosas —dijo Silje—. Pero Sol percibe algo. Está muy irritable últimamente y suele tener la mirada perdida.

      —Me persigue la sensación de peligro. Si tan solo supiera de dónde proviene.

      Escogiendo sus palabras con cautela, Silje respondió:

      —Creo