Название | El Pueblo del Hielo 2 - La caza de brujas |
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Автор произведения | Margit Sandemo |
Жанр | Языкознание |
Серия | La leyenda del Pueblo del Hielo |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788742810132 |
—Sabes que podemos obtener la leche necesaria de la familia que se mudará a casa de Eldrid. Así que no necesitamos ganado ahora mismo.
—Supongo que son buenas personas, pero no me agradan sus hijos. Se burlan de los nuestros —dijo Silje y su voz expresaba un dolor profundo—. Y otros también lo hacen. Les dicen cosas horribles; tú mismo las has oído esta noche y sus padres no permiten que sus hijos jueguen con los nuestros. Me desespera esta tristeza, Tengel.
—Le temen a Sol, ¿no? Conozco la sensación por mi propia infancia. Siempre marginado, siempre temido.
—Pero tienes razón en que Sol es peligrosa —dijo Silje en voz baja—. ¿Recuerdas cuando esa niña pateó a Liv? Sol armó una muñeca de apariencia similar a la niña y la sostuvo sobre el fuego. Y ese mismo día, la niña se abrasó con carbón. Acabó con unas quemaduras horribles.
—Hasta que logré que la muñeca no fuera dañina.
—Aún no sé de dónde sacó la idea.
Tengel emitió un largo suspiro.
—Yo sí. Descubrí que cuando Sol desaparece, no va a jugar. Va a casa de la vieja Hanna.
—Ay, no —dijo Silje en un susurro, aterrada.
—Las niñas siempre han sido muy importantes para Hanna, de lo que me alegro, pero también me asusta mucho. No me agrada que Sol la visite sola.
—¿Cres que la vieja bruja… le enseña a Sol…?
—Me temo que sí. Por supuesto que ella percibe el poder que Sol posee.
—Es horrible —sollozó Silje. Tengel se inclinó hacia adelante y acarició el hombro de la chica.
—Mi querida Silje, ¿qué destino te he impuesto?
—¡No hables así! Nadie me ha hecho más feliz que tú. Cuando estoy lejos de ti unas horas, te echo tanto de menos.
—Apenas tenías dieciséis años cuando te encontré. Ahora tienes veintiuno y nos has soportado mucho tiempo. Incluso yo comprendo que estabas destinada a otra cosa y no a trabajar con esfuerzo en esta pobre cabaña.
—Espero no haberme quejado demasiado. Sé que todavía no soy un ama de casa talentosa y los niños crecen demasiado rápido, y que sus prendas y zapatos ya no les sirven. Me entristece pensar que no puedo conseguirles prendas nuevas. Y me deprime porque realmente no me gustan las tareas domésticas, Tengel. Ni siquiera puedo tejerles nuevos vestidos a los niños. Porque puedo tejer, pero tras este invierno tan terrible, ya no hay más ovejas en el valle, así que ni siquiera tenemos lana con la que trabajar. Se han burlado de Sol por la capa que intenté coser el año pasado y suelo olvidarme de lavar sus prendas aunque estén sucias… y vaya, ahora estoy quejándome: no era mi intención.
En la tierna sonrisa de Tengel se veías una comprensión infinita, pero también desesperación e impotencia. Sus labios tocaron el cabello de Silje.
—¿Crees que no te entiendo? ¿Que no sé cuánto anhelas crear o pintar? ¿Que no sé que a veces escribes en tu diario cuando los demás hemos ido a la cama?
—¿Sabes que tengo un diario? —exclamó ella.
—Claro que sí. También sé dónde lo escondes. Pero jamás me atrevería a leerlo. Solo ten cuidado: que nadie más lo encuentre. Una joven con un diario… ¡es sin duda obra de Satanás! Te quemarían por bruja sin dudarlo un instante.
—En qué mundo cruel vivimos; olvido lo protegidos que estamos aquí en las montañas —dijo Silje sorprendida como si hubiera descubierto algo nuevo—. No me hubiera importado que leyeras mi diario —añadió rápido—. Lo hojeé la otra noche: mi amor por los niños y por ti está escrito en cada página.
—¿Te gusta escribir?
—Sí, mucho. Es como un respiro para mí. Cuando revisé lo que había escrito, me sorprendió lo bien redactado que está.
—A mí no me sorprende. Tienes un modo de hablar y expresarte muy lindo. Lo sabes. No se parece en nada a los otros en el valle. Ahora me has generado curiosidad. Me encantaría ver lo que has escrito.
Ella rio. Estaba satisfecha y feliz.
—Supongo que es un desastre. Nunca he recibido mucha educación, lo sabes. Solo escribo las palabras como las pronunciamos. Oh, Tengel, ¿qué haces?
Él acariciaba a Silje en todas partes y, con una risita suave, la empujó más fuerte contra la pared. Silje, quien había sentido una esperanza cauta cuando él le había dicho que tal vez abandonarían el valle, no se resistió. La mejilla de Tengel rozó su frente. Tengel no tenía barba y ella no sabía por qué. Pero Tengel era consciente de que tenía dieciséis años más que ella y no quería lucir mayor de lo que era. Pensaba que si se dejaba crecer la barba, eso enfatizaría la diferencia de edad entre ambos.
—Tenemos que visitar a Benedikt y su granja —prosiguió Silje ahora que él pensaba en mudarse—. Me preocupo mucho por ellos.
—Claro —balbuceó Tengel, ausente—. Si tan solo pudiera tomar la decisión correcta. No sé si llevarlos conmigo …o hacerlos quedarse aquí. Sabes muy bien que no tenemos a dónde ir.
El roce de sus dedos excitaba la piel de Silje. Sus caricias creaban temblores leves en todas partes, pero se agolpaban discretamente en una zona de su cuerpo. Su deseo por aquel hombre que otros consideraban muy intimidante era insaciable. No era solo el hecho de que la naturaleza lo había dotado tan bien (ella no sabía hasta después de conocerlo): lo único que necesitaba era mirarlo una vez para que el anhelo urgente la invadiera y la dejara débil y completamente a su merced.
Silje solía tener dificultades para concentrarse.
—¿Y Benedikt? ¿No podemos vivir con él?
—Ni siquiera sé si está vivo. Y esa mujer horrible, Abelone, nos echará. No, Silje, he pensado muchas veces que debemos irnos, pero me da miedo correr el riesgo.
La voz de Silje era cada vez más suave.
—Siendo honesta, no creo poder soportar otro invierno después del último.
—Lo sé.
De pronto, los labios de Tengel estaban en todas partes… en su frente, su sien…
—¿Qué estamos haciendo? —rio ella mientras intentaba recobrar el aliento—. Somos una pareja de prudentes mayores, casados durante años… pero es muy excitante estar aquí afuera.
Silje se acomodó sobre la muralla baja que rodeaba la cabaña para igualar la altura de Tengel mientras él levantaba la falda de ella. Las manos cálidas y cautelosas de Tengel se ubicaron de inmediato sobre sus caderas mientras ella le daba un beso muy muy largo.
—Esto no es propio de ti, Silje —susurró él con voz temblorosa en su oído, feliz ante la iniciativa inesperada de la chica—. Has estado algo… vacilante los últimos años.
—Sí, supongo que sí —respondió ella, sorprendida de que él no comprendiera el motivo de su pasión ansiosa actual. Ella inclinó el cuerpo hacia adelante, acariciando el cuerpo de Tengel hasta que finalmente lo guio hacia ella y emitió un grito ahogado silencioso al hacerlo.
—No he querido rechazarte, pero he estado muy asustada.
Los movimientos de Tengel eran lentos y dulces.
—Lo entiendo. Tenías miedo de quedar embarazada otra vez. Es comprensible. Yo también me asuste mucho.
—Parir a Liv fue la peor pesadilla de mi vida —susurró ella—. No quiero vivir algo semejante de nuevo.
—No te culpo —murmuró él—. Hemos tenido mucho cuidado… y ha funcionado.
—Mm-mn —balbuceó ella, lo cual podía o no significar algo.
Ella besó la garganta de Tengel con labios