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ha penetrado… y me ha clavado al muro con la pasión de mi vida.

      —Sin duda eres buena con las palabras —dijo Tengel con una sonrisa. Estaba conmovido y feliz.

      Silje cerró los ojos de nuevo, incapaz de hablar más. Tengel la miró. Una sonrisa suave apareció despacio en el rostro de ella. Ahora él sabía que ella estaba lista para él. Había pasado mucho tiempo desde que ella había sucumbido completamente a su propio deseo y él se preguntaba por qué.

      Luego, olvidó sus pensamientos. La pared oscura se desdibujó ante sus ojos y un mareo familiar y maravilloso se apoderó de él, una pasión insoportable invadió su cuerpo y se volvió completamente indefenso.

      —Oh, Silje —susurró él—, ¡mi amada flor! ¿Cómo es posible que una persona tan delicada y frágil como tú sea también capaz de volverse tan apasionada?

      ***

      Eldrid abandonó el valle. Ella y su esposo tomaron todas sus pertenencias del Valle del Pueblo del Hielo y partieron por el túnel del glaciar con destino a un futuro incierto en un mundo hostil.

      Silje lloró cuando partieron.

      Luego, esa misma noche, Silje le preguntó a Tengel:

      —¿Por qué no quisiste conservar ninguna parte de su ganado que nos pertenecía legalmente? Por favor, dime la razón real.

      Los niños jugaban afuera y Tengel estaba sentado en silencio reparando la red de pesca mientras Silje limpiaba la mesa tras la cena.

      —Aunque quisiera dejar el valle, tendría que partir solo a buscar un lugar donde pudiéramos establecernos. Pero no hay ninguna parte donde podamos vivir que no sea aquí, amor mío. Somos descendientes de Tengel, el Maligno, y nos cazan en todas partes. ¡Me vuelvo loco!

      —Lo entiendo bien —dijo Silje en voz baja. Lo miró por el rabillo del ojo. ¿De verdad que él no sabía nada? ¿No sospechaba de su estado?

      Ella esperaba con fervor que así fuera. Desde el nacimiento de Liv, Tengel había dicho: «¡Nunca más! ¡Nunca, nunca más! Si esto pasa de nuevo, Silje, mataré al niño nonato en tu interior rápido y sin dolor con una de mis pociones. La próxima, ¡tus súplicas no servirán de nada!»

      Ella debía admitir que había vigilado con atención la comida para comprobar que él no la hubiera espolvoreado con ningún polvo. Pero era evidente que no sospechaba nada. Ni siquiera cuando habían hecho el amor en el patio él había entendido por qué ella estaba tan dispuesta. Solo lo confundió la imprudencia de Silje.

      Claro, ella sabía que era una locura cultivar esa semilla diminuta de nueva vida. Sabía lo que significaría. Podía ser uno de los descendientes de Tengel el Maligno: un monstruo como Hanna y Grimar, o como la mujer junto al lago. Silje solo la había visto una vez cuando Eldrid quiso llevarle a la mujer unos huevos y queso. Se había apartado asustada al ver que algo tan primitivo, tan horrible, realmente existiera. Es más: la mujer también era odiosa.

      Ahora había fallecido. Pero Silje comprendió esa vez lo afortunados que eran Tengel y Sol de estar libres de su herencia maldita… a pesar de que la mayoría pensaba que Tengel era repulsivo e intimidante.

      Sin embargo, ese no era su único riesgo. Era probable que Silje no sobreviviera otro parto, el mayor temor de Tengel. Después de todo, Silje había sobrevivido solo gracias a Hanna cuando parió a Liv. Y si esta vez daba a luz a un «monstruo» de amplios hombros angulosos antinaturales, no tendría posibilidad alguna de vivir. La madre de Tengel había muerto desangrada cuando él nació. La madre de Sol había sobrevivido al parto, quizás porque Sol tenía una contextura muy delicada. Pero Sol igualmente había heredado los signos inconfundibles de su herencia: los poderes mágicos maravillosos y los ojos gatunos que inmediatamente dejaban en evidencia su linaje.

      Y aun así, Silje pensaba en arrastrar a Sol fuera del Valle del Pueblo del Hielo, hasta Trondelag, donde la gente del Pueblo del Hielo sufría una persecución despiadada.

      Eldrid estaría bien porque parecía normal. No era uno de los elegidos, aunque descendía de Tengel, el Maligno. Liv no tenía ninguna de los peculiares rasgos del Pueblo del Hielo. Pero ¿qué sabía Silje del bebé que esperaba?

      Estaba embarazada de aproximadamente cuatro meses y había sido difícil esconderlo. Por suerte, no había tenido aquellas nauseas horribles de la vez anterior. Era más fácil ahora, pero pronto, sería imposible de disimular.

      Capítulo 2

      Dos días más tarde, llegó una visita. Al principio, Silje no tenía idea de quién subía con dificultad por la colina. Luego, vio el rostro horrible lleno de verrugas como repollos, los ojos penetrantes y la espalda encorvada.Era nada más y nada menos que Grimar. Silje no sabía qué esperar así que hizo una reverencia y le dio la bienvenida al pariente de Tengel y Hanna. Grimar sacudió la cabeza de lado a lado. Parecía una bolsa de harapos mugrientos parado en el patio. Sus prendas parecían hechas de moho y telarañas. Habló en voz baja:

      —Hanna quiere verlos. Quiere hablar con todos.

      —Gracias —dijo Silje, horrorizada ante la invitación—. Será un placer visitar a Hanna.

      —No habrá ningún festín —añadió rápido el hombre.

      —Claro que no. Probablemente, mamá Hanna no pueda salir de la cama. Tengel y el niño fueron al bosque en busca de madera. Volverán en un rato. Las niñas y yo nos pondremos mejores prendas que estas. ¿Podría sentarse aquí un rato y comer algo mientras espera? Así después iremos todos juntos a casa de Hanna.

      La criatura repulsiva vaciló y miró sorprendida a Silje.

      —¿Me invitas a entrar a tu casa? ¡Nunca nadie lo había hecho! Bueno, supongo que puedo pasar —balbuceó él mientras entraba arrastrando los pies acompañado de un hedor terrible.

      Antes de que las niñas tuvieran tiempo de hacer comentarios vergonzosos, Silje las llevó a la habitación de atrás para ponerles sus «delantales de domingo» que había hecho para ocultar sus harapientas prendas cotidianas. De inmediato, comenzó a poner la mesa para el anciano con la mejor comida que tenía, no muy abundante porque, al igual que muchos otros en el valle tras aquel crudo invierno, la hambruna había mermado sus provisiones comestibles. De todos modos, tenía cerveza, panecillos (hechos con los últimos restos de maíz que recuperó del suelo del granero) y queso de cabra. Incluso sirvió las últimas y codiciadas moras árticas que había guardado desde el otoño anterior.

      Grimar se sirvió la comida con entusiasmo. Era posible oír en toda la cabaña el ruido que hacía al comer. Silje lo dejó solo, fue a ver si las niñas habían terminado de vestirse y las peinó con rapidez.

      —Id a conversar con Grimar mientras me cambio de ropa —dijo velozmente Silje—. Liv, ¡no debes decir ni una palabra sobre su aspecto ni sobre su olor! Sol, te comportarás, ¿verdad?

      —Sí, lo conozco bien —respondió Sol de modo precoz.

      «Ya lo creo», pensó Silje con ironía.

      Finalmente, Tengel regresó, lo cual hizo que todo fuera mucho más fácil. Partieron junto a Grimar. El hombre que avanzaba a su lado resollando era un anciano bien alimentado.

      No habían preparado a Dag para la visita y estuvo a punto de quejarse porque no le agradaba la suciedad y el desorden. Tengel se apresuró a taparle la boca con la mano para ahogar su vergonzoso comentario. Ahora, Dag caminaba junto a Silje, lo más lejos posible del hediondo anciano.

      Como esperaban, Hanna los saludó desde la cama. Bajo la luz tenue del fuego, Silje notó que la mujer había envejecido mucho. Parecía que la edad por fin había alcanzado a la vieja bruja. Era una generación mayor que su sobrino, Grimar, y dos generaciones mayor que Tengel. De hecho, Silje estaba agradecida de que la luz de la habitación fuera tan escasa porque si mirar a Grimar era repulsivo, el aspecto de Hanna era diez veces peor. ¡Allí estaba frente a sus ojos el legado de Tengel, el Maligno!

      —Con que aquí estáis —replicó la anciana—.