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esta metadisciplina; así, el éxito de la Teoría de la Cultura reside en su función expansiva y con unos efectos en cada una de las disciplinas en sí, dentro de las cuales esta es únicamente comprensible. Sin el saber específico, cualquiera de las ampliaciones previstas sería impensable, ya que en la Teoría de la Cultura no se persigue la funcionalidad de diversas disciplinas, sino la mera suma de sus presupuestos (Nünning, 1995b, p. 177). Por ello, es importante comprender que su función se trata más bien de una intermediación:

      «Statt einem festen Grund nachzuspüren, sucht die Kulturwissenschaft einem «Denken und Arbeiten an Übergängen» den Weg zu bereiten, das sich aus den fachspezifischen Methoden und Wissensbeständen verschiedener Disziplinen speist» (Wirth, 2008, p. 10 y sig.).

      «En vez de basarse en fundamentos fijos, la Teoría de la Cultura persigue abrir un camino para «la reflexión y la dedicación de espacios intermedios» que bebe del bagaje y de los métodos específicos de diversas disciplinas».

      En los pocos años de vida de la Teoría de la Cultura, lo fructífero de su colaboración podemos certificarlo precisamente gracias a sus resultados. Su aportación a las Humanidades del siglo XXI es irrenunciable no solo por su necesidad, sino también por sus ventajas:

      «[Kulturwissenschaften] begreifen kulturelle Konflikte, Krisenerfahrungen und Orientierungsprobleme als Herausforderung und beschreiben bzw. interpretieren sie im Rahmen ihrer methodischen Arbeit» (Jaeger, et al., 2011, vol. 2, p. X).

      «Las Teorías de la Cultura entienden los conflictos culturales, las experiencias de crisis y los problemas de orientación como un reto, describiéndolos e interpretándolos en el marco de su trabajo metódico».

      La ampliación cultural prevista ha conseguido desarrollar una muy fructífera perspectiva para la revisión de las disciplinas tradicionales. Dicha perspectiva, en definitiva, ha ayudado a fijar un punto de partida epistemológico para la observación crítica de nuestro sistema del saber científico (Fauser, 2004, p. 10).

      Sería injusto atribuirle únicamente a la Teoría de la Cultura la introducción o inyección del espíritu crítico a cada una de las especialidades. Sin embargo, la fortaleza y la rapidez con las que se han propagado sus intenciones han permitido una consideración más profunda (y cada vez más frecuente) de lo que se venía haciendo hasta ahora en las especialidades. Tan intensa ha sido su repercusión que todas las ciencias se han visto obligadas a redefinirse por sus intenciones (Nünning & Nünning, 2008b). La novedad y la revitalización que han aportado han venido motivadas especialmente por la recuperación de temas olvidados, sobre todo de aquellos que se encuentran en los extremos de las disciplinas más tradicionales y, por ello precisamente, fueron tratados solo marginalmente (Nünning, 1995b, p. 178 y 179). De este modo, a los resultados polifónicos los acompaña la superación de los límites disciplinares, nacionales, sociales o conceptuales (Nünning & Nünning, 2008b, p. 4 y sig.). Además de por su aportación teórica, hay que valorar también estas Teorías por su productividad (Schößler, 2006, p. IX) y su lógica de trabajo, que precisamente persigue los acercamientos y alaba las relaciones (Wirth, 2008, p. 66).

      Hacia una Filología cultural

      La diferencia de la forma en que se aplican las renovaciones previstas por la Teoría de la Cultura varía según la disciplina desde la que se acceda a las mismas. A grandes rasgos se puede decir que el bagaje metodológico de esta investigación permanece fiel a los postulados tradicionales de la Teoría de la Literatura y de la Filología. Se ha discutido mucho acerca del sentido de las Humanidades (Keisinger, et al., 2003), pero también en concreto sobre el término «Filología» (Thouard, et al., 2010): ¿cuál es su vinculación con la técnica literaria? ¿Hay límites nacionales? ¿Qué es y cuál es su futuro?

      La actividad filológica tiene una alta dependencia con el propio origen etimológico de la palabra, el amor a la palabra, que es además el principal argumento para que sea precisamente la Filología la disciplina científica escogida para el estudio de la literatura. De este razonamiento podemos extraer y agrupar bajo un mismo marco filológico, entre otros, el estudio del fundamento de cualquier acto comunicativo y sus vehículos de transmisión, entre los que se cuenta su soporte literario. Por ello, y ya que el lenguaje es un maestro de la desfiguración de la realidad, ha de ser el filólogo el que se lance a desenmascarar sus pormenores (Wertheimer, 1988).

      Las definiciones históricas del término «Filología» atestiguan esta actualidad. En el siglo XVIII se definía esta todavía como la «Ciencia compuesta y adornada de la Gramática, Retórica, Historia, Poesía, Antigüedades, Interpretación de Autores, y generalmente de la Crítica, con especulación general de todas las demás Ciencias», siendo el filólogo «el que estudia o profesa la Philológia, o Letras humanas» (Real Academia Española, 1737). Y es precisamente ante esta premisa cuando la reorientación de la Filología en este caso de la Teoría de la Literatura mediante la Teoría de la Cultura no parece estrictamente novedosa. Resulta casi contradictorio hablar de una «renovación» de la disciplina, tal y como prevé el postulado cultural cuando con la expansión se está, si cabe, volviendo a las «esencias». Esta es también la perspectiva de Jürgen Wertheimer, quien reprocha a las «nuevas ciencias» creer estar inventando algo nuevo que en realidad ya existía, y a partir de ahí, tiende un puente hacia la vital necesidad del intercambio interdisciplinar, donde son especialmente los filólogos quienes más tienen que decir (Wertheimer, 1988). El redescubrimiento cultural debemos verlo como si nos remontáramos un siglo atrás en la disciplina:

      «Die „kulturalistische Wende“ in den Literaturwissenschaften seit dem Beginn der 1990er Jahre nimmt bewusst (und unbewusst) Aspekte der 1920er Jahre wieder auf […] Wie in den 1920er Jahren geht die neuerliche Bestimmung der Geisteswissenschaften als Kulturwissenschaften von einem fächerübergreifenden, interdisziplinären Impetus aus» (Voßkamp, 2008, p. 76).

      «El “giro cultural” de la Teoría de la Literatura desde comienzos de los años noventa recopiló consciente (e inconscientemente) aspectos de los años veinte. Como en los años veinte, los nuevos parámetros de las Humanidades como Ciencias Culturales nacieron de un ímpeto transversal e interdisciplinar».

      La historia de la disciplina ha demostrado por tanto que la interpretación filológica, aunque aparentemente prescindible, es de gran utilidad, pero la Filología es una ayuda que interviene en algo tan importante para el ser humano como es la producción literaria. La labor de la Filología no solo se limita a la interpretación teórica, donde precisamente reside su contemporaneidad y necesidad, sino que también debe asumir la edición de documentos, la recuperación y actualización de materiales y el trabajo lingüístico o de explicación de los textos facilitando los recursos para su máxima explotación (Thouard, et al., 2010).

      La Filología se ha encargado igualmente de ampliar la labor de la literatura en tanto que elemento comunicativo. Durante la segunda mitad del siglo XX, la literatura ha dejado de ser un objeto analizable únicamente desde la estética, sino que la adopción de una esfera de entendimiento desde la cultura ha exigido una comprensión medial de la literatura (Gumbrecht, 1998). Para ello, dicha ampliación reclamó una reorientación del foco hacia la entidad medial del texto, tal y como lo intentaron antes la Semiótica, las Teorías de la Comunicación o los Estudios de la Memoria (Benthien & Velten, 2002, p. 21).

      El criterio de su aportación fructífera no es la pregunta acerca de si disponen de una clara concepción teórica, sino más bien si son científicamente productivas (Köppe & Winko, 2008, p. 236). Es decir, aspectos como la innovación de la interpretación, el potencial crítico de sus argumentos, la amplitud de perspectivas, su novedad o el alto interés de los temas con que se ocupa son aspectos que demuestran su contemporaneidad. Por ello, hablar de una Teoría de la Literatura Cultural hace posible pensar en su aplicación práctica sin dejar de lado las raíces históricas de la Filología.

      Sin embargo, una presencia de métodos filológicos cada vez más anticuados contradecía las exigencias contemporáneas (Böhme & Scherpe, 1996, p. 11). La Teoría de la Cultura ha importado y potenciado la interconexión de la Germanística con otras disciplinas, lo que ha permitido aumentar su orientación