Sombras. Victoria Vilac

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Название Sombras
Автор произведения Victoria Vilac
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9789942884688



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azules, barba y cabello castaño largo, aunque tenían la misma estatura y contextura física, sus características eran disímiles.

      Este hombre tenía ojos negros y bajo su sombrero, un cabello negro intenso que le llegaba hasta los hombros. Su rostro no denotaba asombro pero sus labios dibujaban una sonrisa irónica. Algunas arrugas se asomaban en medio de sus cejas y apretaba su quijada tratando de disimular su rabia. Habló pausadamente, mirando a los agentes alemanes y fijó sus ojos en el funcionario de aduanas.

      —Me parece que los señores están confundidos, mi nombre es Etienne Berthier y vivo y trabajo aquí desde hace mucho tiempo. No creo ser enemigo de Alemania —respondió tratando de disimular su molestia.

      Quienes hacían fila para ingresar al barco se quedaron atónitos. Casi todos huían de los nazis y en consecuencia también eran enemigos de Alemania. Un murmullo se extendió entre la concurrencia. Los agentes intercambiaron miradas, comprendiendo que habían cometido un error, o por lo menos, que ese hombre no era el individuo que buscaban. Permanecieron en silencio por breves minutos.

      Leena miraba la escena paralizada del miedo, sintiendo que su corazón latía a mil y un fuerte dolor le martilleaba la cabeza. Por su mente pasaron los recuerdos de los nazis asesinando a su padre, a su familia, asesinando a los otros gitanos, solo por el hecho de ser diferentes. Sentía que sus piernas empezaban a flaquear y un desvanecimiento de su cuerpo empezaba a apoderarse de ella. Serge, se dio cuenta de que Leena no estaba bien. Su rostro tenía un semblante blanquecino y parecía que de un momento a otro se desmayaría.

      Por su parte, el funcionario de aduanas blandía el sello en el aire, sin saber si estampar o no en el documento de viaje, el permiso de salida del país. Pero al mirar que la fila de personas pugnando por ingresar se hacía interminable, miraba tanto a los agentes de la Gestapo como al hombre parado frente a sí en busca de una respuesta.

      —La chica, ¿seguro es francesa? —el agente recordó brevemente su descripción, una gitana joven y bonita.

      —¡Es mi esposa, y claro que es francesa! —respondió Serge iracundo, cuando se percató de que el espía nazi la tomaba del brazo.

      —Soy francesa y viajo con mi esposo a América, ¿o hay algún problema con mi pasaporte señor delegado? —exclamó Leena en francés, tomando la mano de Serge, quien la miraba atónito.

      —Los documentos de los dos están en regla —anunció el hombre mientras esperaba el beneplácito de los nazis para sellar el pasaporte de Etienne Berthier y proceder con la fila interminable de hombres, mujeres y niños que deseaban partir en el barco. La mayoría, ataviados con gruesos abrigos en su mayoría de tonos oscuros, gorras, pañuelos, bufandas y sombreros para protegerse del frío, mientras acarreaban cajas de madera o maletas de cuero con las pocas pertenencias que podían llevar. Sus miradas eran tristes pero algunas estaban cargadas de esperanza, pensando en que escapaban de la muerte hacia un futuro diferente.

      —Adelante —pronunció molesto uno de ellos mientras se alejaba indignado y el otro se le acercaba para iniciar una discusión.

      Mientras el delegado del gobierno francés, sellaba el pasaporte de Serge y la pareja entregaba los boletos para poder abordar el barco, los agentes de la Gestapo discutían, sobre la imposibilidad de encontrar al dichoso conde en el puerto, que era casi como buscar una aguja en un pajar, ya que en el barco habían cientos de migrantes y aún faltaba por registrarse y abordar, una fila interminable de personas.

      Leena asió fuertemente el brazo del joven, ya que presentía que en cualquier momento sus piernas no podrían sostenerla. Una pesadez del cuerpo le invadía y sus pensamientos empezaban a disiparse como imágenes que aparecían y se desvanecían sin alguna lógica.

      —¡Resiste un poco más! —le susurró al oído, ya que sabía que los agentes aún los tenían en la mira y al interior del barco, doctores vestidos de civil observaban con atención a los pasajeros que presentasen la mínima señal de enfermedad para bajarlos del barco o restringirles la entrada a puertos americanos. Pero una vez en el navío, el panorama no era nada alentador; la cantidad de viajeros hacía que luciera atestado, y cualquier intento de acceder a los camarotes por los estrechos pasillos del gran buque, era imposible.

      —¡No puedo, necesito descansar! —le rogó ella con su semblante pálido y ojeroso, a punto de desmayarse. Tomó las valijas en donde habían guardado algunas pertenencias necesarias para su travesía y la sentó. Él permaneció de pie sosteniéndola por la espalda, simulando un abrazo cariñoso, situación común para una pareja de esposos. Sabía que los agentes abordarían el barco y escudriñarían el último agujero en busca de Andrei.

      La sola sospecha de su presencia en el navío, ponía en riesgo la vida de todos los pasajeros que buscaban escapar de la guerra; muchos barcos de inmigrantes habían sido hundidos por los aviones de combate alemanes como una advertencia a los enemigos del Reich.

      El joven reconoció a un mozo del barco y le preguntó por la ubicación de los camarotes de segunda clase. El muchacho ya estaba cargado de maletas, así que se limitó a pedirle que lo siguiera si quería su ubicación exacta, pero él no quería dejar sola a Leena en ese estado.

      —Ve con él —respondió ella tratando de recuperar sus fuerzas y añadió—, yo te esperaré aquí, lo prometo —continuó, tratando de sonreír para no preocuparlo más.

      El mozo estaba impaciente y Serge se perdió entre la multitud, tras el joven que cargaba el equipaje de afortunados hombres de negocios, herederos de grandes fortunas, políticos importantes o gente con suerte que podía costearse un boleto en primera clase.

      Transcurrido algún tiempo, Leena sintiéndose completamente recuperada del desvanecimiento, trató de buscar a Serge o por lo menos mirar el puerto francés por última vez, antes de abandonar la tierra que la había cobijado y que ahora debía dejar atrás si quería seguir con vida. Pero cuando se incorporó y pudo admirar el puerto desde otra perspectiva, se conmovió.

      El barco estaba lleno y aún mucha gente hacía fila para abordarlo, la tarde caía y con ella los tibios destellos de luz del sol se perdían en el horizonte. Una marea de gente caminaba de un lado para otro, esperando que se le asigne un lugar para descansar, para convertir un espacio pequeñísimo en su hogar por lo menos por una semana, si todo marchaba bien.

      —¿Cómo van a alimentar a tanta gente? —se cuestionaba mientras trataba de que no la lastimaran con las maletas, aunque la mayoría viajaba con tan pocas pertenencias que era una incógnita cómo podrían sobrevivir a las condiciones precarias en las que se llevaría a cabo el viaje.

      Un niño de escasos seis años con el cabello cortísimo y el rostro sucio, al igual que sus ropas, la miraba desconcertado preguntándole si había visto a su mamá. Su corazón le dio un vuelco al ver a aquella pobre criatura con los enormes ojos negros llenos de lágrimas, buscando a su madre. Se incorporó para atraerlo hacía sí y reconfortarlo, pero bruscamente una mujer salió de la nada y agarró al muchachito del brazo perdiéndose en la multitud. La joven solo pudo hacerle un ademán de despedida con la mano y retomó su asiento, en espera de su compañero de viaje.

      Cuando los últimos rayos del sol se desvanecieron, la imponente figura de Serge se abría paso entre los viajeros. Muchos aún esperaban un lugar para acomodarse y poder pasar la noche, la misma que se presentaba fría y miserable, en la cubierta del inmenso barco que debía atravesar el Atlántico. Leena había escuchado a algunos tripulantes indicar que el Aurigny debía partir con la luz del alba y eso significaba que Andrei tendría tiempo suficiente para abordar el barco. ¿Cómo lo haría? Era algo que no podía entender ya que los últimos pasajeros habían ingresado y no se permitía a nadie abordar el navío; caso contrario corría el riesgo de hundirse. Sólo un pájaro podría acceder al buque y eso si los guardias se lo permitían. ¿Volvería a ver a Andrei? ¿Podría abordar el Aurigny?—se preguntaba inquieta.

      —¡Leena, ven, sígueme! —Serge, disipó sus pensamientos y avanzó con las maletas hacia el camarote, al cual llegaron tras un largo peregrinaje. El espacio para circular era tan reducido y únicamente disponían de una cama, como corresponde a una pareja. La joven se sentó tímidamente