Sombras. Victoria Vilac

Читать онлайн.
Название Sombras
Автор произведения Victoria Vilac
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9789942884688



Скачать книгу

de su tierra, de la India. Quizá por eso el vestido luce tan bien en ti. De ahí proviene tu familia Leena —dijo él, sin quitarle los ojos de encima, retirando un mechón travieso de cabello que cruzaba su mejilla, provocando que su inocente corazón latiera con locura.

      La joven tuvo miedo de aquellas sensaciones jamás experimentadas y escabulléndose corrió a la habitación y cerró la puerta tras de sí. Trató de asimilar todo lo que había escuchado y sentido, estaba muy nerviosa, no solo por la huida, sino por las emociones que él lograba despertar en su interior.

      Buscó el pequeño baúl de madera y extrajo el vestido. Lo acarició con delicadeza, en efecto, era una bellísima pieza. Se desnudó y rápidamente se enfundó el precioso sari. El espejo de cuerpo entero de Heyla Von Westrap ahora era su cómplice y en él la joven admiraba su regalo. Nunca había recibido un obsequio de ese tipo y nunca se había sentido tan hermosa y admirada hasta ese día.

      De pronto recordó a Kilian y su mirada en la fiesta de Santa Sara. ¿Si su padre hubiera aceptado que sea su esposo, las cosas serían diferentes? Ya no había tiempo para pensar en el pasado, pero un recuerdo que estaba vivo en su memoria la atormentaba: la mujer rubia. El dolor en sus ojos, su rostro rubicundo y la impotencia de verse abandonada, traicionada. ¿Ese era el futuro que le esperaba junto al conde? —se cuestionaba— Ya sabía por qué la había salvado de la muerte, pero no estaba claro qué quería de ella aparte de su lealtad…

      —Me tienes miedo —dijo Andrei, contemplándola desde el umbral de la puerta.

      Leena se asustó pero trató de disimular, estaba segura que había cerrado la puerta con seguro.

      —¡No!, solo estoy cansada —respondió incómoda mientras fingía que alisaba los pliegues de su vestido.

      Él se quedó mirándola. Sabía lo que pensaba y quería eliminar toda duda de su mente, entonces se acercó muy despacio. Ella quería apartarse, pero una fuerza extraña, le impedía realizar movimiento alguno. Andrei acarició su mejilla con suavidad mientras ella respiraba agitada y no se atrevía a mirarlo. Estaban tan cerca el uno del otro, que apenas unos centímetros separaban a sus cuerpos de tocarse. Leena tenía un nudo en su garganta, quería huir, quería quedarse, quería permanecer así para siempre.

      —Sí, creo que debes dormir —dijo él, sin dejar de mirarla.

      La calidez de su aliento la envolvía y podía percibir el aroma de su cuerpo.

      —Tienes razón —respondió, la joven tratando de alejarse muy lentamente, hasta que pudo retroceder al fin.

      Nuevamente sentía que la sangre le hervía y coloreaba su rostro. Andrei, se sintió complacido al verla así, totalmente aturdida ante su presencia y su proximidad.

      —El baile está pendiente Leena, —susurró mientras se alejaba y al fin ella le permitía ver sus ojos brillantes.

      Aquella noche, volvió a escuchar al lobo, su aullido era fuerte, como si le cantara a la luna, como si su alma salvaje se sintiera dichosa, era un aullido lastimero sí, pero ya no era solo uno, era una jauría de lobos aullando bajo su ventana. Leena pensó que se volvería loca. ¿Podría decir la señora Schmidt que no los había escuchado? Esta vez le preguntaría a Andrei. Cuando la siniestra orquesta dio fin a sus lamentos, Leena pudo dormir, pero el sueño se tornó en pesadilla.

      Ella bailaba con su hermoso vestido rojo, la música al principio alegre, se tornó nostálgica y luego fúnebre. Observándola con una mirada triste estaba su abuela Rajna, la matriarca de su clan. Tras ella, miles de gitanos en harapos deambulaban en parajes devastados, muchos de ellos tropezaban con cadáveres ya que en sus pies y manos lucían gruesos grilletes, que les impedían caminar.

      Había también hombres ricamente ataviados con armaduras brillantes y espadas que blandían al aire, peleaban contra feroces hombres barbados de tez morena y la pelea cada vez era más cruenta. Entre ellos estaba Andrei, quien brutalmente mataba y los desmembraba. La sangre de ellos en su rostro, parecía gustarle, sus ojos destellaban como los de un lobo, mientras limpiaba los rastros del líquido de su mejilla y lamía sus dedos manchados.

      Rajna lo contempló sin inmutarse y luego se dirigió a Leena, le pidió su mano y cuando ella la hubo alcanzado, un certero corte con espada desprendió la cabeza del cuerpo de la anciana.

      La joven despertó horrorizada. Como todo sueño, incompresible e ilógico, tenía piezas que calzaban dentro de la realidad, como el conde Ardelean con sus antepasados guerreros, su pueblo esclavizado pero Rajna estaba ahí queriendo decirle algo, quería su mano…

      —¡Martyia Mule! —Recordó sus palabras y se sintió confundida.

      Su abuela había hablado de “El Ángel de la Muerte” pero aún estaba viva. Cuando creyó que iba a morir, Andrei la había salvado. Entonces, ¿quién era el Ángel de la Muerte? ¿Hitler? ¿Los nazis? ¿Quién? —se preguntaba incesantemente.

      En ese momento deseó haber aprendido más sobre quiromancia y cartomancia, pero ya era tarde. No todas las gitanas eran adivinas como Rajna, ni leían la suerte en la mano, en cartas o en el café. Por lo menos ella se consideraba demasiado común. Aún no entendía qué le deparaba el destino y porqué la gran matriarca se aparecía en sus sueños. Ella se había quedado en España y no habían tenido noticias suyas desde que la guerra había recrudecido. En su corazón deseaba que su abuela estuviera viva.

      Aunque sus sueños no habían sido para nada placenteros, trató de mostrarse optimista. Se vistió y bajó al estudio para ver a Ardelean, pero la señora Schmidt le comentó que había salido. Aquello le pareció bastante extraño.

      —¿Pero al menos le dijo a dónde iba? —preguntó ella, aunque ya conocía la respuesta.

      —No, pero le dejó esto —respondió la malhumorada ama de llaves, mientras le entregaba una carta sellada.

      —¿Una carta para mí? Leena la recibió atónita ¿Sería parte del plan? —se cuestionó mientras subía a la habitación y cerraba la puerta. Rápidamente abrió el sobre y extrajo su contenido.

      Leena:

      Mi amigo Adolfo, me requiere en Berlín, como te había comentado. Debo dejarte por unos días. Pronto me reuniré contigo.

      A.

      —Esto no tiene sentido —pensó ella— ¿Andreí se había ido por su voluntad o se lo habrían llevado? Salió de la habitación nuevamente y corrió en busca de Wagner o de la señora Schmidt.

      —¿Dígame qué le pasó a Andrei… es decir, al conde? ¿Qué sucedió en la mañana? —inquirió ofuscada, mirando a la mujer con impaciencia.

      —Pues, llegaron unos soldados y él salió con ellos, pero antes le dejaron escribir una nota para usted. Parecía tranquilo ¿Por qué está tan alterada? —la cuestionó Schmidt, ignorante de todo lo que Ardelean le había dicho sobre Hitler y su intención de matarlo.

      Trató de mostrarse serena, pues de nada servía ponerlos sobre aviso de lo que podía o no suceder.

      —Sí, tiene razón —dijo ella esbozando una sonrisa poco convincente mientras arrugaba el papel entre sus manos.

      —Venga, coma algo —el ama de llave se dio la vuelta, segura de que Leena accedería con agrado.

      —No, no tengo apetito —sonrió nuevamente y subió a la habitación para pensar mejor.

      Las cosas no resultaban según lo planeado ¿Qué debía hacer ahora? ¿Preparase para esperar, para escapar o para morir? No dejaba de pensar en las palabras de su abuela: “Martyia Mule”, el Espíritu de la Noche, el Ángel de la Muerte, te vigila”.

      No podía sentarse sin hacer nada; abrió los armarios y revolvió los cajones. No sabía qué buscaba exactamente, pero consideró que lo más acertado sería tener ropa cómoda para una caminata. Encontró varios vestidos muy hermosos y otros atuendos, seguramente de la condesa Westrap; trajes de amazona para montar, botas altas, pantalones oscuros y camisas, también un abrigo o chaqueta para el