Sombras. Victoria Vilac

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Название Sombras
Автор произведения Victoria Vilac
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9789942884688



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sabía que lo buscaban. En segundos su cuerpo se transformó en cientos de ratas que deslizándose silenciosamente, se ocultaron en uno de los botes salvavidas.

      Mientras, en el camarote, Leena dormía profundamente cuando le despertó el aullido lastimero de un animal. Se sobresaltó y tratando de acostumbrar sus ojos a la débil luz de una pequeña lámpara, miró a su alrededor para preguntar a Serge si lo había escuchado, pero él no estaba. Debía ser la madrugada porque el frío calaba los huesos y el silencio y la oscuridad rodeaban el barco. Leena se acurrucó en la cama, pensando en los acontecimientos que habían cambiado su vida repentinamente en tan poco tiempo. En lo que le depararía el viaje y el futuro con Andrei en América. La presencia de Serge que la incomodaba y tantas cosas que le daban vueltas en su cabeza y ahora, nuevamente, el sonido perturbador del lobo. En el bosque era comprensible, pero ¿en altamar?

      Algo no estaba bien, pero no podía decir qué era o si ganaría algo con descubrirlo. ¿Serge habría ido a buscar a su hermano? Ese había sido su plan original; de alguna manera abordaría el barco en la madrugada para evitar ser visto por la tripulación. Pero para la gitana eso no parecía posible, solo un fantasma podría meterse en este barco sin que lo vean, pensó la joven, sin embargo, aquella idea no era del todo descabellada, porque tanto Serge como Andrei no eran seres comunes y eso Leena lo descubriría, quizá demasiado tarde.

      —¡Él está aquí! —una voz conocida sonó desde la puerta.

      —¿Andrei? —preguntó ella emocionada.

      —¡Sí, lo he visto! —respondió complacido mientras se sentaba a su lado.

      —¿En dónde está? ¡Quiero verlo! —exclamó Leena con genuino entusiasmo.

      —Debes ser paciente, el barco ha emprendido el viaje y aún hay gente en los pasillos. Esperaremos hasta que los hayan acomodado.

      —Claro… y hasta mientras ¿qué haremos? —le cuestionó la joven.

      —Evitar que los de la Gestapo sepan quienes somos…

      —¿La Gestapo?

      —La policía secreta de Hitler. Los hombres que no querían que abordáramos.

      —¿Es decir?

      —Es decir que no debes salir de aquí, ni interactuar con otros pasajeros. Debemos tratar de pasar inadvertidos, solo así no intentarán regresar el barco o peor aún bombardearlo —le señaló el joven con dureza.

      —Entiendo —vaciló.

      —¿Estás segura de que entiendes lo que digo? —le cuestionó nuevamente.

      —¡Sí, no tienes que hablarme en ese tono! —expresó ella indignada, mirándolo con asombro.

      Serge estaba a punto de perder la cabeza. Se sentía responsable por ella y por todos los pasajeros del Aurigny. Leena por su parte, se preguntaba porqué había accedido a subir al barco con aquel insoportable y de lo único que estaba segura, era de que no podría permanecer escondida en el camarote durante todo el viaje.

      En la mañana, con el barco en movimiento, la joven se preguntaba si los iban a alimentar o los dejarían morir de hambre. Le parecía imposible poder alimentar a tanta gente, pero por lo menos podía tratar de conseguir algo caliente para llevarse al estómago, además tenía otras necesidades como ir al baño, estirar las piernas, respirar algo de aire, y si era posible, ver el sol y sentir la brisa del mar en su rostro.

      Serge había desaparecido nuevamente y Leena no pudo evitar salir del camarote. Nunca había estado en un barco y quería conocer su funcionamiento. Avanzó lentamente, tratando de abrirse paso entre la muchedumbre que se había acomodado en los pasillos del navío, ya que no tenían cabida en tercera clase. Había caminado unos cuantos pasos, cuando escuchó que servirían sopa y pan a los viajeros, y no podía perder la oportunidad de llevarse algo a su estómago.

      Pero la misma idea la tuvieron madres con pequeños en brazos, hombres de familia que quería alimentar a los suyos, y casi se produjo una estampida que la dejó adolorida y desconcertada. Cuando había perdido la esperanza de procurarse un mendrugo de pan, un rostro familiar pasó frente a ella y sus ojos se encontraron por segundos con los de aquel hombre.

      —¿Dante? —pronunció el nombre en voz baja, pero no obtuvo respuesta—. No, no era él, se dijo mirando al piso perturbada.

      Pero el hombre la había escuchado y regresó para observarla bien. Se paró frente a ella, la observó detenidamente y cuando la reconoció la abrazó muy fuerte. Fue un momento muy emotivo para Leena.

      —¿Niña, qué haces aquí? —le preguntó con una amplia sonrisa.

      —¡Es, es una larga historia! —balbuceó emocionada. Había encontrado al padre de Kilian.

      —¿Estás bien? —le preguntó, porque su semblante no era el mejor. Leena solo sonreía, aún estaba pálida y débil pero verlo le alegró el corazón. Las palabras se negaban a salir de su boca, solo algunas lágrimas de felicidad resbalaron por sus mejillas.

      —!Vas a América! ¿Y tu familia? —la joven se entristeció, pero no pudo hablar ni contarle lo sucedido, un nudo en la garganta le impedía narrar los dolorosos sucesos y prefirió callar—. ¡Ven conmigo Leena! —le dijo sin darle tiempo a responder— ¡Sé de alguien que se alegrará de verte!

      Ella se quedó paralizada, sin saber qué hacer pues le había prometido a Serge que no abandonaría el camarote y que no conversaría con los pasajeros y había hecho exactamente lo contrario.

      —No puedo —murmuró tímida, casi imperceptiblemente.

      —¡Vendrás conmigo! —respondió él sin darle tiempo a nada. La tomó del brazo y se la llevó por una serie de intrincados pasillos y puertas, abriéndose paso entre la multitud. Mientras seguía a Dante, quien se paraba de cuando en cuando para constatar que no los estuvieran siguiendo, el corazón de la chiquilla latía a mil por hora, quería hacerle muchas preguntas pero no se atrevía.

      Cuando llegaron a un lugar apartado del barco, cercano al cuarto de máquinas en donde el calor era insoportable, Leena pudo ver a un grupo de gitanos congregados en torno a una figura que no podía distinguir. Ellos, al verlos, se fueron apartando poco a poco hasta que tuvo frente a si a una mujer de edad avanzada. Leena se arrojó a sus brazos sin darle tiempo a mirarla bien. La anciana se sintió desconcertada. Cuando logró apartar un poco a la joven que la abrazaba y al ver su cabello castaño oscuro, supo de quién se trataba. Sintió en su alma, tanto felicidad como tristeza infinita.

      —¡Monshé! —gritó mientras la abrazaba y besaba pronunciando bendiciones en idioma romaní—. ¿Y tu familia?—inquirió sonriendo con angustia.

      Leena permaneció en silencio y sus ojos turquesa se llenaron de lágrimas, despejando las dudas sobre la suerte que habían corrido.

      —¡Estás viva! —le dijo mientras la bendecía y limpiaba sus lágrimas con una amarga sonrisa. La abrazó fuertemente y de inmediato sintió una extraña presencia cerca, una opresión en su pecho que no la dejaba respirar con tranquilidad.

      —¡No creí que volvería a verte, aunque mi corazón lo anhelaba tanto!—confió con emoción Leena a su abuela— ¿Cómo llegaron aquí? —preguntó en referencia al grupo de gitanos que acompañaban a la mujer.

      —Pedimos refugio en este barco porque nuestras vidas corrían peligro y gracias a Dios, nos permitieron subir. Dante conoció al jefe de máquinas en su juventud y él abogó por nosotros ante el capitán.

      El padre de Kilian se acercó a la joven y acarició su cabello.

      —¡Cuando esta locura termine, buscaremos a mi hijo para que puedan casarse! —exclamó decidido—. ¡Ahora nosotros seremos tu familia! —añadió el hombre alto y delgado de ojos pardos y largo cabello oscuro, que terminaba en una cola. Vestía ropas muy modestas pero no aparentaba ser gitano. La miraba con dulzura, recordando a Kilian y rogando en su interior que su hijo estuviera a salvo.

      En