Название | Duque |
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Автор произведения | José Diez-Canseco |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9786124831850 |
Todo el bar se llenó de risa, de insultos amistosos que rebosaron el comedor, y se marcharon, anchos y veloces por la mar lejana. Un policía acudió al estruendo:
—Señores, este escándalo…
—Es perfectamente normal —replicó don Pedro—. El señor (señaló a Teddy) acaba de llegar de Europa y trae el alma galga por el sancochado y el arroz con pato. La cocina, acaso usted lo ignora, leal servidor del régimen, es el más alto exponente de la nacionalidad. Los franceses ligeros y frívolos inventan bocaditos inconsistentes; los ingleses, prácticos y sanguíneos, el pórrich, el rosbif. Los alemanes, pesados y brutos, el chucrú nauseabundo y la cerveza filosófica; nosotros…
—Bueno, bueno, menos bulla y más orden; y a usted, so mozo…
—¡Un momento, indígena! Has de saber que yo mando en Palacio y no tolero desmanes. ¡Pertenezco a los Amos! Además, el señor —volviendo a señalar a Teddy— es íntimo de Pepe Pardo. De modo que, si con este no puedo, con el próximo régimen castigaré tu insolencia, porque has de saber que yo no le soy leal a nadie. Ahora, tómate este trago de champán y ¡lárgate!
Aranguren terció amigable, y todo se quedó en el proyecto de acallar la alegría gritona de los mozos. Al champagne, Aranguren fue llamado a beber a su salud. Rigoletto comenzó fácil y tumultuoso:
—¡Maestro! ¡Las tripas sonoras aplauden! ¡Pershing y tú! Debieras ser senador y presidir la comisión diplomática. ¡Morrow cedería al segundo plato! ¡Chupemos y alabemos a Dios que hace madrugar las uvas! Ya no es indispensable que Aranguren sea senador…
A nadie convenció el discurso. Rigoletto ordenó dos botellas más, y dos más, y otras dos, y entonces todos sintieron la necesidad de ir a Patos2.
—¡Uy, qué cochinada! —barbotó don Pedro.
No valieron protestas. Tronando y felices, volvieron a Lima, rumbo a la calle de Patos. Chata ranchería de hacienda colonial Tras las jaulas rojas, carotas pintarrajeadas sobre una lividez de haber vomitado. Gordas, desnudas y polacas. Francesas pueriles, criollas achinadas con voz de cerveza negra, que escupían las buenas noches con tufaradas de permanganato. Sonreían las rameras con bocazas pintadas, con el seno desnudo, con los ojos mortecinos y opacos. lnvitación marsellesa:
—Vengue, guiquito… Uno cochinadita, vengue, ¿quiegue?
Los mozos burlándose, riendo de la hembra traposa y famélica.
—Donde Lisette… —aconsejó Rigoletto.
—¿Tienes comisión?
Enderezaron al Huevo. Hombres avergonzados que salían de los burdeles sonándose para ocultarse. Ronda aviesa de jovencitos «vivos» con vocación a maquereaux. Rigoletto bajó del coche a llamar a una puerta. Con la mano extendida golpeó en el postigo. De la ventana bajó un delgado chorrito de voz:
—¿Quién esss?
—¡Yo, el Único!
—¡Ah, Guigoleto!
—¡Abre, canalla!
—Ya, hombrge, ya. No haces escandaló... Pego déjenme los cagos en la otrga cach…
Todos bajaron. Llevaron los coches a la vuelta, a Mariquitas. Murieron las luces; llave en los cambios y al grupo que les aguardaba. Tras Pepe Camacho, el postigo se cerró pesado y voraz.
—¡Bon soir! —saludó Lissette haciéndoles pasar al saloncito empapelado a listas verdes y amarillas.
1 Quiero consagrar un recuerdo emocionado y agradecido al Morri’s Bar, donde tan buenos whiskies servían y donde tantos «vales» me aceptaron. ¡Rest in pace!
2 Aviso a los interesados ignorantes que estas señoras se han trasladado, por disposición prefectural, a la Victoria: ocupan todas las calles que llevan nombre de próceres o de santos (Nota del autor).
CAPÍTULO IV
Pequeñita, rubia, la linda carita ajada de trasnocheos y amores desganados. Voz delgada, insinuante, sedeña. En las paredes de la salita, desnudos de la Vie Parisienne, un maravilloso apunte de Holguín, un Ronald Colman de Cine Mundial, un retrato con dedicatoria de Silvetti. Muebles de club cooperativo, con reps gastado y verde. Escupideras de vidrio, amarillas y rojas. Victrola afónica, —¡tantas malas noches!— con discos en que se pelean dos borrachos en el tranvía.
—¡Allons, niñas!
Acudieron cinco, trayendo de la mano una sonrisa que luego se encajaron en los rostros empolvados y ojerosos.
—¡Buenas noches!
—¡Buenas noches!
Hombres y mujeres formaron dos grupos distintos, mirándose aviesamente, como con un deseo de acometerse.
—Pa’ mí, menta...
—Poug moi, un peu de cegvessa.
—Yo, sifón.
Terció Rigoletto:
—¡Ah, caray! ¿Y quién convida? ¡Mi madre, qué concha!
—No, Pedro, hombre, déjalas: yo pago —accedió Teddy—. Doce ojos se le volvieron, pasmados. Lissette se le acercó ondulante y mecánica.
—Tu ne fais pas l’amour?
—¡Oh, pas encore! —respondió el muchacho ya borracho y bostezante.
—¡Un poco de miusic! ¿Bailamos? —invitó Ivette dándole vueltas a la manija de Víctor. Mientras servían lo pedido, y cada cual pasaba la copa al vecino, se decían de un modo insólito unos «gracias» fuera de lugar. A media copa, reventó el fonógrafo con un tango que hizo llorar a las mujeres la primera vez que lo cantó el negro Marchena en el burdel de la Medrano:
—¡Cascabel, cascabelito!...
Ráez y Camacho se sentaron en el sofá. A una seña de Lissette, dos niñas, mimosas y cansadas, se echaron sobre ambos, luciendo los muslos flácidos, empolvados, y las ligas celestes adornadas con rosas y hojitas verdes. Teddy, apoyado en el quicio de una puerta para sostener a Lissette, oía la apología que de ella hacía Rigoletto. Sobre una silla tumbados, Carlos Suárez y Janina se besaban con una voracidad y un descaro edificantes. El resto conversaba, olvidándose en un segundo de lo que hacía un segundo había dicho, junto a la mesa que sostenía el fonógrafo y la bandeja, de la compañía de seguros Italia, con copas de distinto juego.
Sirvieron unas copas más, y cada uno se fue con cada una. Pero faltó mujer para Camacho, que se quedó semidormido sobre el sofá incómodo, con la diestra que sostenía el puro —regalo de don Pedro— colgando tras el respaldo, y royéndose pertinaz y goloso la uña esmaltada del índice zurdo.
En la alcoba de Lissette —cuja de dos plazas con Pierrot de trapo, fotos pornográficas, retrato de Gloria Swanson, toilette de cajón de gasolina, cubierto con papel de cometa, polvos Éclat, Narcisse Noir, bidet de fierro aporcelanado, primus encendido calentando una tetera con agua, pantalla Tutencamen— Teddy preguntó inconsciente:
—¿Y qué vamos a hacer?
Lissette le respondió con la lengua sabia, jugueteándola entre los labios secos del muchacho. Se abrazó a él, haciéndole sentir su vientre que subía y bajaba con una regularidad de ejercicio físico.
Comenzó a desnudarle, dándole diminutivos arrulladores: mon petit chien, ma petit rat,