Ni rosa ni azul. Olga Barroso Braojos

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Название Ni rosa ni azul
Автор произведения Olga Barroso Braojos
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9788426733276



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produce desigualdad y tiene consecuencias negativas (más graves cuanto más extremo sea) tanto para niños como para niñas, para ambos. La más grave es que limita sus posibilidades de desarrollar todas sus capacidades como personas. Los orienta a que les gusten solo determinadas parcelas de la realidad y les niega determinados comportamientos, los que tienen que ver con la emotividad a los niños y los que tienen que ver con la participación social a las niñas. Restringe su libertad y sus potencialidades. Si bien hemos afirmado que el sexismo daña tanto a las niñas como a los niños, es importante visibilizar también que perjudica doblemente a las mujeres. ¿Por qué? Porque las mujeres son consideradas diferentes que los hombres y, en esta diferencia, se las considera de peor calidad que los hombres, el «sexo débil». Por tanto las sitúa en una posición de inferioridad respecto a los hombres y, a partir de ella, en una posición de dependencia. Si se considera que las mujeres no son suficientemente fuertes, capaces y válidas por sí mismas, necesitarán tener al lado a alguien que tenga las capacidades que, según el sexismo defiende, ellas no tienen. Y esa persona a la que necesitan es un hombre. El sexismo perjudica de un modo mucho más duro a las mujeres, puesto que ellas son las que van a sufrir la brecha salarial, el acoso sexual en el trabajo o en el ámbito académico, las agresiones sexuales por parte de desconocidos, etc. Los hombres también sufrirán violencia por el sexismo, pero la parte más dura y cruenta de esta violencia, innegablemente, está reservada a las mujeres en las que se convertirán nuestras niñas de hoy.

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      A QUÉ NOS REFERIMOS CUANDO HABLAMOS DE IGUALDAD

       El feminismo es la idea radical que sostiene que las mujeres somos personas.

       Ángela Davis

      Todos los seres humanos somos iguales.

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      Hombres y mujeres somos iguales.

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      Muchas personas estamos de acuerdo con estas afirmaciones y, además, consideramos que son los supuestos básicos que se deberían asumir en todas las sociedades para eliminar las injusticias contra las personas, especialmente contra los colectivos vulnerables. Por el contrario, a algunas personas estas aseveraciones les chirrían y, de alguna manera, les generan incomodidad. Ese malestar los lleva a buscar argumentos para no asumir ni cuestionar estas afirmaciones. Sin duda, hablar de igualdad entre personas de diferentes culturas, de diferentes procedencias, y hablar de igualdad entre hombres y mujeres resulta muy controvertido. Esta cuestión es objeto de discusión y da lugar a muchas opiniones contrapuestas. En este capítulo vamos a reflexionar sobre la consideración de la igualdad entre hombres y mujeres para poder esclarecer los motivos de tanto desentendimiento y la falta de acuerdo respecto a esta afirmación.

      En mi opinión, la razón principal que impide que nos pongamos de acuerdo en cuanto a la igualdad entre hombres y mujeres es que no partimos de una definición consensuada de la palabra «igualdad». Esto es algo normal, puesto que la igualdad es una idea abstracta que guarda una gran complejidad, cuya semántica se presta a mucha confusión y, por qué no reconocerlo, a ciertas paradojas internas.

      ¿Cómo decir rotundamente que una persona que tiene características diferentes, incluso muy diferentes, a otra es igual que ella a pesar de estas visibles diferencias? En este apartado vamos a resolver esta paradoja.

      El primer paso es entender adecuadamente la palabra y el concepto «igualdad». A su definición se le suponen tácitamente muchos significados e implicaciones, y algunos son incorrectos. Empecemos, pues, por definir correctamente el término «igualdad», por delimitar qué engloba su significado. Sin este punto de partida, no nos podremos entender. Estaremos, como en la torre de Babel, sin comprendernos porque cada uno utiliza un idioma; en este caso porque se presuponen definiciones y contenidos distintos.

      El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define igualdad, en su primera acepción, como:

      ‘Conformidad (es decir, semejanza) de algo con otra cosa en naturaleza, forma, calidad o cantidad’.

      De acuerdo a esta definición, podemos establecer que hombres y mujeres somos iguales porque idéntica es nuestra naturaleza, ambos somos seres humanos, y semejante es nuestra calidad, es decir, nuestro valor. No es necesario que nuestra «forma» sea la misma para ser iguales.

      No defendemos que hombres y mujeres somos idénticos, por supuesto que no lo somos; defendemos que somos iguales.

      Si entendemos que dos cosas o dos personas son iguales solo cuando son exactamente coincidentes en todo, entonces negaremos la igualdad entre hombres y mujeres. Pero caeremos en un error, puesto que la igualdad no se refiere a ser copias exactas, sino a poseer la misma naturaleza y el mismo valor. Imaginemos dos pedacitos de cuarzo rosa. Muy probablemente presenten diferencias (uno puede ser más grande que otro, uno puede ser un poco más brillante, uno puede tener el tono rosa más acentuado), pero ambos pedacitos son cuarzo.

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      Hombres y mujeres no somos copias exactas, presentamos diferencias entre nosotros. Las personas africanas y las europeas no son copias exactas del prototipo «persona», presentan diferencias (meramente físicas) entre sí, pero pertenecen a la misma naturaleza, a la de los seres humanos. Hombres, mujeres, europeos, asiáticos, africanos... somos lo mismo, somos personas, somos humanos. Y es por esto por lo que podemos decir que africanos, asiáticos y europeos somos iguales, aunque presentemos diferencias en nuestro color de piel, en la forma de nuestros ojos, en la cantidad de vello corporal, en el color de nuestro pelo, etc.

      Hombres y mujeres tenemos algunas características diferenciadas que básicamente se limitan al fenotipo sexual, es decir, tenemos genitales distintos y algunas características físicas diferentes: el timbre de nuestra voz, la proporción de masa muscular, la cantidad de vello, y poco más. Pero estas diferencias no nos hacen ser dos tipos de seres, no hacen que cada sexo pertenezca a una naturaleza distinta, que los individuos de un sexo sean personas y los del otro no. No, ambos pertenecemos a la naturaleza de los seres humanos, somos iguales en esto. Y, por tanto, como ambos sexos somos lo mismo, como ambos sexos somos personas, tenemos las mismas cualidades, las mismas capacidades, las mismas emociones, las mismas necesidades, las de las personas. Si a dos trocitos distintos de cuarzo, pero iguales por ser el mismo mineral, se les echa por encima un ácido o cualquier otra solución reaccionarán de la misma manera: no generarán dos tipos de repuesta, no, generarán la misma. De igual manera, si a un hombre, si a una mujer, si a un europeo o a un africano les echamos por encima la misma educación, reaccionarán de la misma manera, desarrollarán las mismas capacidades, no capacidades distintas. Desarrollarán las capacidades propias de ser personas.

      Por supuesto que europeos y africanos no somos idénticos; las células de la piel