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utilizo el marco teórico que se ha presentado en el último capítulo, el género en tanto que estructura social, para ayudar a comprender las experiencias de vida de la generación millennial. Empezaré ubicándola dentro de un contexto histórico y después revisaré lo que sabemos sobre su actual etapa de la vida desde la perspectiva del desarrollo humano. Integro lo que sabemos acerca de la transición a la edad adulta en este momento de la historia en la investigación sobre esa etapa de desarrollo de la vida conocida como la «adultez emergente» (Arnett, 2000; 2015). Finalmente, dirijo la atención a la investigación ya realizada sobre la generación millennial, especialmente respecto al debate etiquetado con las expresiones Generation Me1 (Twenge, 2014) y Millennial Momentum (Winograd y Hais, 2011). Generation Me retrata a la población joven centrada en sí misma, mientras que en Millennial Momentum se presenta una nueva generación lo suficientemente implicada en la participación ciudadana como para revitalizar América. Recurro a un reciente artículo de Milkman (2017) para ilustrar que al menos algunas millennials con educación universitaria han comenzado a crear movimientos sociales tras la crisis financiera de 2008. Concluyo resumiendo lo poco que se recoge sobre millennials y estructura de género en investigaciones anteriores.

      Tras la Segunda Guerra Mundial experimentamos una tendencia a prolongar una década la transición a la edad adulta y a que esta transición fuese más diversa e individualista. Durante la mayor parte del siglo XX, se alcanzaba la edad adulta cuando las personas jóvenes dejaban la escuela, encontraban un trabajo a tiempo completo y se mudaban de los hogares familiares para casarse y tener descendencia. Esto sucedía al finalizar la educación secundaria o la universidad en respuesta a un orden predecible. La escuela terminaba y los trabajos comenzaban, seguidos del matrimonio y la familia, todo ello en una rápida sucesión. Hace casi dos décadas, Shanahan (2000) llevó a cabo una revisión de la literatura científica para informar que el proceso etápico hacia la edad adulta resultado de la industrialización se estaba fragmentando, lo que conllevaba una «individualización» del curso de la vida. La duración de este patrón moderno, industrial y predecible queda, en realidad, como interrogante sin contestar, pero lo que está claro es que, a finales del siglo XX, las cosas han cambiado de manera espectacular. A estas alturas, esta transición ordenada y relativamente rápida de la adolescencia a la edad adulta parece un recuerdo lejano de un tiempo mucho más simplificado.

      El incremento en la duración y la variabilidad del proceso de transición a la edad adulta están ligadas a los cambios radicales experimentados tanto por la economía como por la familia en el siglo XX. Durante este tiempo, una mayor proporción de jóvenes han cursado estudios de secundaria y luego universitarios. En la actualidad, la mayoría de las y los estadounidenses asisten a la escuela secundaria hasta los 18 años y casi la mitad todavía permanecen en el sistema educativo hasta mediada la veintena (Furstenberg, 2010). Más del 10 % todavía lo están entre los 25 y 30, y otro 5 % se encuentran terminando su formación después de los 30 años. No es de extrañar que a la población joven estadounidense le lleve tanto tiempo ingresar en el mercado laboral a tiempo completo. Además, cada vez se da una probabilidad menor de que los primeros trabajos aporten un sueldo digno.

      Con tantos años dedicados a la educación y a empleos precarios con bajos ingresos, se necesita más tiempo para que una persona se sienta tan estable desde el punto de vista económico como para dar apoyo a otra persona que no sea una misma, mucho menos para convertirse en madre o padre. En 2016, había más personas adultas jóvenes que vivían con sus familias de las que lo hacían con una pareja (Pew Research Center, 2016). Sin embargo, esto es más común en algunas personas que en otras. Waters et al. (2011) publicaron un libro como parte de un proyecto financiado por la Fundación MacArthur que estudiaba las transiciones a la edad adulta y en el que demostraron la importancia del contexto social en este sentido. Las transiciones a la edad adulta son menos abruptas y más tempranas en los núcleos pequeños y rurales que en las grandes áreas metropolitanas. Aquellas personas que viven en ciudades con economías activas pueden pasar de un trabajo a otro y seguir siendo optimistas, mientras que aquellas que viven en ciudades con alquileres elevados tienen más dificultades para establecer vidas independientes de sus familias. Las personas migradas, particularmente aquellas que utilizan la educación superior como vía de movilidad ascendente, son las que más se conforman con permanecer en el hogar familiar hasta la edad adulta temprana. En general, el 40 % de las personas adultas jóvenes volverán al hogar familiar en algún momento tras su primer intento de independizarse, en un efecto «boomerang». Lo que se muestra en ese documento, sobre todo, es que el convertirse en persona adulta constituye un proceso gradual, para el que ya no existe un itinerario normativo. En la misma línea, Arum y Roksa (2011) demostraron, algo poco sorprendente, que la mayoría de las y los millennials todavía estaban sin rumbo2 después de graduarse en la universidad. Muchas millennials esperan más tiempo que las generaciones anteriores para crear sus propias familias, más allá del periodo errático de los veinte años. Las personas jóvenes de hoy se criaron en una era en la que el divorcio era algo común, y la mayoría son muy cuidadosas con sus propias elecciones matrimoniales.

      Es poco probable que se casen antes de que ambos miembros de la pareja sean económicamente autosuficientes (Settersten y Ray, 2010). Ello implica un largo periodo de soltería, y para aquellos que no consiguen ser económicamente estables, el matrimonio se retrasa a menudo más allá de la paternidad. La presión por casarse para poder ser sexualmente activo resulta hoy en día un artificio histórico y tiene poca relevancia en la vida de las y los millennials. Una vez que la cohabitación se ha aceptado y el sexo fuera del matrimonio se ha convertido en algo normativo, existe poca presión para casarse a una edad temprana. La edad media para contraer matrimonio en 2016 era de 29 años para los hombres y 27 para las mujeres (Pew Research Center, 2016). Las personas con educación universitaria a menudo esperan para casarse hasta que se encuentran bien afianzadas en sus carreras, es decir, hasta la treintena. Hoy en día, las parejas pueden ser del mismo sexo o de sexos opuestos, pero lo que tienen en común es que esperan hasta que disfrutan de una situación económicamente segura para casarse. Esto supone que, a menudo, se dan largos periodos en su desarrollo en los que dependen económicamente de sus familias, al menos en parte. De hecho, casi la mitad de las y los jóvenes viven con sus familias hasta entrada la veintena, y ello se da también en una de cada diez jóvenes en la treintena (Furstenberg, 2010). Existe una variabilidad creciente en la edad del matrimonio y de la maternidad/paternidad según la clase económica.

      A menudo, la juventud adulta vive sola, regresa a su hogar y eventualmente lo abandona de nuevo en busca de una vida independiente. Las personas jóvenes se mudan a menudo para ir a la universidad, buscan trabajo, viajan, viven más allá de las limitaciones tradicionales de la familia y el vecindario. Las y los estadounidenses prefieren vivir independientemente e, incluso, una parte consideran que en los hogares intergeneracionales se genera cierta tensión, aunque esto es menos común en las familias migrantes.

      Giddens (1991) sugiere que tal libertad comporta el inicio de la individualización del curso de la vida. En lugar de darse una única forma de crecer, se dan casi tantos itinerarios como personas. Crecer es algo difícil de llevar a cabo en el siglo XXI, y esto era así incluso antes de la Gran Recesión que afrontó la generación millennial en 2008 (Furstenberg et al., 2004). Pero ¿qué significa exactamente crecer en el mundo actual?

      Furstenberg y otros investigadores (Settersten y Ray, 2010), basándose en preguntas de la General Social Survey de 2002, una encuesta representativa a nivel nacional sobre la transición a la edad adulta, descubrieron que el 95 % de la población estadounidense equiparaba la edad adulta con el fin de la escuela, el establecimiento de un hogar independiente y el acceso a un trabajo a tiempo completo. En el pasado, la población estadounidense creía que el matrimonio y la parentalidad formaban parte de la transición a la edad adulta, pero eso ha cambiado. Utilizando los datos del censo longitudinal del último siglo, así como quinientas entrevistas en profundidad con personas adultas jóvenes en la América del siglo XXI, Furstenberg et al. (2004) sugieren que no es hasta aproximadamente los 30 años de edad cuando la mayoría de las personas jóvenes de hoy en día logran realmente la independencia exigida por esta nueva definición de edad adulta, en la que se incluye