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lo creían así. En los países en los que se disponía de datos sobre los hombres, los cambios de actitud fueron similares. No se habían producido grandes transformaciones materiales: no hubo cambios en los patrones demográficos, económicos o educativos que explicaran estas diferencias de actitud en todo el mundo. La autora concluía que la difusión de material cultural sobre los derechos de la mujer y la violencia influyó tanto en los responsables de las políticas nacionales, como en las personas corrientes. La labor de las activistas feministas internacionales resultó fundamental para impulsar esta agenda, un hecho que retomaré en el último capítulo del libro, cuando discuta sobre el cambio social y las posibilidades que nos ofrece la utopía.

      En el nivel macro de la estructura de género, las ideologías no son fijas ni inmutables, pero existen y tienen un evidente impacto en la conformación de las posibilidades para el cambio social feminista. Este nivel, similar al individual y al institucional, debe conceptualizarse con atención tanto a los aspectos materiales como a los culturales. Para comprender íntegramente el nivel macro de la estructura de género (Adams y Padamsee, 2001) debemos combinar las preocupaciones feministas por el significado cultural con los análisis institucionales de la desigualdad material (O’Conner et al., 1999).

      Como síntesis, la figura 1.6 muestra los procesos sociales involucrados en cualquier estructura de género según el nivel de análisis en el que se producen.

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      Fig. 1.6. Dimensiones de género.

      Pretendo avanzar en la comprensión del género desde varios puntos de vista. En primer lugar, este modelo ayuda a poner orden en los avances de la investigación científica que se han desarrollado para explicar el género. Si concebimos cada pregunta de investigación como una pieza de rompecabezas, el ser capaces de identificar cómo un conjunto de hallazgos se coordina con otros, incluso cuando las variables dependientes o los contextos de interés son distintos, puede hacer posible una ciencia acumulativa. Entender el género como estructura social resulta sumamente complejo. La atención a toda la red de interconexiones entre los géneros, las expectativas culturales que ayudan a explicar los patrones de interacción, las regulaciones institucionales y las ideologías culturales permiten a cada persona que investiga estudiar el crecimiento de sus propios árboles sin perder de vista el bosque.

      Permítaseme dar algunos ejemplos. Para entender cuándo y cómo se produce el cambio en una estructura de género, es necesario identificar mecanismos que creen desigualdad en cada nivel de análisis. Si en este momento histórico la segregación de género en la fuerza laboral se explicara principalmente (y no sugiero que lo haga) por el género, entonces haríamos bien en considerar los mecanismos de socialización más efectivos para criar a menos niños y niñas con esquemas de género y otros que consiguieran la resocialización de las personas adultas. Si quisiéramos un mundo con igualdad económica entre los sexos, o bien tendríamos que volver a socializar a los niños y las niñas para que estas ya no tuviesen mayor probabilidad que sus hermanos de «elegir» profesiones mal pagadas, o bien deberíamos aceptar la diferencia de género y tratar de establecer un valor comparable que permitiese que, en todas las profesiones, los trabajos igualmente «dignos» se pagaran sobre la base de algún criterio meritocrático. Sin embargo, si la segregación sexual en la fuerza laboral se ve limitada en la actualidad principalmente por las expectativas culturales de los empleadores y la responsabilidad moral de las mujeres por el cuidado de los seres humanos más pequeños, debemos trabajar para modificar estos significados culturales. Pero, de nuevo, si la segregación sexual de la fuerza laboral se produce porque los trabajos están organizados de tal manera que los trabajadores y las trabajadoras simplemente no pueden asumir con éxito al mismo tiempo el trabajo remunerado y la responsabilidad de los cuidados, dada la responsabilidad histórica de las mujeres respecto al cuidado y la mayor probabilidad, respecto a los hombres, de ser madres en solitario, son las reglas y organizaciones contemporáneas de los lugares de trabajo estadounidenses las que deben cambiar (Acker, 1990; Williams, 2001). La constante recurrencia, en la sociedad estadounidense, del debate sobre si las mujeres pueden «tenerlo todo» indica que estos procesos no se entienden bien y que tampoco se ha desarrollado un consenso sobre cuáles son los más importantes. Mi hipótesis para un proyecto de investigación de este tipo es que, probablemente, todos estos procesos sociales están involucrados en la segregación de género de la fuerza laboral. Mi hipótesis es que un problema complejo tiene causas complejas. El desafío empírico para las ciencias sociales consiste en determinar su peso relativo, en este momento, en cualquier circunstancia.

      Puede que nunca encontremos una explicación teórica universal para el comportamiento de género, porque la búsqueda de leyes sociales universales (o el quid de la cuestión) es una ilusión que se desvanece en el empirismo del siglo XX. Sin embargo, en un momento concreto y en un entorno determinado, los procesos causales deben ser identificables empíricamente. La complejidad de la explicación va más allá de un contexto, incluso si se trata de un momento concreto, ya que los procesos causales particulares que limitan a los hombres y las mujeres a realizar tareas de género pueden ser fuertes en un entorno institucional (por ejemplo, en el hogar) y débiles en otro (por ejemplo, en el trabajo). Las fuerzas que crean el tradicionalismo de género para hombres y mujeres pueden variar tanto en el espacio como en el tiempo. La conceptualización del género como estructura social contribuye a una versión más específica del contexto de las ciencias sociales. Podemos aplicar este modelo para empezar a organizar la reflexión sobre los procesos causales que tienen más probabilidades de ser efectivos en cada dimensión para cualquier pregunta en particular, así que una de las contribuciones que se proponen aquí es un método para organizar la investigación empírica y sus resultados.

      Una segunda contribución de este enfoque es que supera la versión de la guerra en la ciencia típica de la Edad Moderna, en la que las teorías se enfrentan entre sí y hay una ganadora y una perdedora en cada contienda. En el pasado se ha dedicado mucha energía (incluyendo mi primer trabajo: Risman, 1987) a probar qué teoría explicaba mejor la desigualdad de género y descartaba toda posibilidad alternativa. Browne e England (1997) demuestran que el debate que enfrenta las explicaciones individualistas sobre el género contra las estructuralistas es ilusorio porque todas las teorías de la desigualdad de género incorporan supuestos tanto sobre la internalización como sobre la restricción externa. Así, mientras que la tradición de los enfrentamientos constituye tal vez una técnica efectiva para conseguir carreras académicas exitosas, al salir victoriosa la trayectoria del investigador «A» al tiempo que se derrota la teoría del investigador «B», como modelo para explicar los fenómenos sociales complejos, deja mucho que desear. La construcción de teorías que depende de los crímenes teóricos presupone una cierta moderación, pero este complicado mundo nuestro no necesariamente se describe mejor con explicaciones simplistas monocausales. Mientras que la moderación y las pruebas teóricas eran un modelo para la ciencia del siglo XX, la ciencia del siglo XXI debería intentar articular teorías complejas e integradoras (Collins, 1998). La conceptualización del género como estructura social es mi contribución a hacer más compleja, pero ojalá también más rica, la teoría social sobre el género.

      Un tercer beneficio de este modelo estructural multidimensional es que nos permite investigar seriamente la dirección y la fuerza de las relaciones causales entre los fenómenos de género en cada dimensión dadas unas circunstancias históricas particulares. Podemos tratar de identificar el lugar donde ocurre el cambio y a qué nivel de análisis la capacidad de las mujeres, los hombres y aquellos que se encuentran entre esos géneros binarios parecen ser capaces, en este momento histórico, de rechazar de manera efectiva las rutinas de género del habitus. Por ejemplo, podemos investigar empíricamente la relación entre los géneros y el género, y hacerlo descartando argumentos simplistas unidireccionales sobre la desigualdad que la sitúan en las identidades o en la ideología cultural. Es probable –de hecho, es muy posible– que la socialización en la feminidad ayude a explicar por qué hacemos género, pero seguramente y con el paso del tiempo, cuando hagamos género para satisfacer las expectativas de las demás personas estaremos contribuyendo a construir nuestro propio género. Por otra parte, las instituciones