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con el de los niveles porque cuando pensamos en el género como una estructura social, debemos alejarnos de privilegiar cualquier dimensión en particular sobre otra. Cómo se produce el cambio social constituye una cuestión empírica, no un supuesto teórico a priori. Puede ser que los individuos que luchan por cambiar sus identidades, como en los grupos feministas de concienciación de la segunda ola o la nueva tendencia a crear círculos Lean In alentada por Sandberg (2013), atraigan finalmente a nuevos yos a la interacción social y ayuden a moldear nuevas expectativas culturales. Por ejemplo, a medida que las mujeres llegan a verse a sí mismas (o se socializan para verse a sí mismas) como actores sexuales, las expectativas respecto a que los hombres se esfuercen para proporcionar orgasmos a sus parejas sexuales femeninas se han convertido en parte de la norma cultural. Sin embargo, probablemente esta no es la única manera, ni quizá la más efectiva, de que se produzca un cambio social. Cuando las activistas de los movimientos sociales califican de desigualdad lo que hasta ahora se había considerado normal (por ejemplo, la segregación de las mujeres en empleos mal remunerados), pueden generar cambios en las organizaciones como, por ejemplo, en la escala profesional entre los empleos cuasiadministrativos de las mujeres y la gestión real que estas hacen, con lo que abren oportunidades que, de otro modo, no se habrían dado, lo que ha propiciado el cambio de la dimensión institucional. Las niñas que han crecido en el siglo XXI con el lema del «poder de las niñas», y que son conscientes de las oportunidades que ofrecen estos puestos de trabajo, pueden tener un sentido alterado de sus posibilidades reales y, por lo tanto, de sí mismas.

      En lugar de limitarnos a documentar la desigualdad, también debemos estudiar el cambio y la igualdad emergente cuando se producen. Quizá la característica más importante de este esquema conceptual es su dinamismo. Ninguna dimensión determina la otra. El cambio es fluido y repercute dinámicamente en toda la estructura. Los cambios en las identidades individuales y la responsabilidad moral pueden cambiar las expectativas de interacción, pero también es posible lo contrario. Cambiar las expectativas culturales y las identidades individuales supone procesos diferentes. Los cambios institucionales deben ser el resultado de la acción individual o grupal; sin embargo, dicho cambio es difícil, ya que las instituciones existen a través del tiempo y el espacio. Una vez que se producen los cambios institucionales, repercuten en las expectativas culturales y quizás incluso en las identidades. Y el ciclo de cambio continúa. No es posible hacer predicciones mecanicistas porque los seres humanos a veces rechazan la propia estructura y, al hacerlo, la cambian. Se puede perder mucho tiempo y energía tratando de demostrar qué dimensión es más determinante para la desigualdad o el cambio social. Mi objetivo al escribir sobre el género en tanto que estructura social es identificar cuándo el comportamiento es un hábito (la adopción de normas culturales de géne ro aceptadas) y cuándo hacemos género conscientemente, con intención, rebelión o incluso con ironía. ¿Cuándo hacemos género y al mismo tiempo reproducimos la desigualdad sin intención? ¿Y qué sucede con las dinámicas interactivas y las instituciones dominadas por los hombres cuando nos rebelamos? Si los jóvenes se niegan a hacer el género tal como lo conocemos ahora, ¿pueden rechazar el binarismo o simplemente están haciendo género de manera diferente, forjando masculinidades y feminidades alternativas? Termino este capítulo con un resumen de lo que sabemos acerca de la estructura de género que hereda la generación millennial, con la que nos encontraremos en los próximos capítulos.

      ¿Cómo perciben la estructura de género de Estados Unidos los y las jóvenes que llegan a la mayoría de edad en este momento y aquí, en la América cosmopolita? Evidentemente, hay mucha diversidad entre clases sociales, razas y etnias, pero se pueden identificar algunas tendencias. A nivel individual, ¿qué tipo de ambiente cultural respiran los niños y niñas a medida que crecen? Todavía viven en mundos muy distintos e internalizan sus propios géneros (Paechter, 2007), pero en este momento de la historia de Estados Unidos a las niñas se les permite más libertad para transgredir las normas de género que a los niños (Risman y Seale, 2010). Hace décadas que defendemos el lema del «poder de las niñas» y existe todo un conjunto de programas y políticas que las animan a estudiar disciplinas de ciencias, tecnología, ingeniería y matemáticas (STEM). Las atletas ahora pueden ser populares y a menudo lo son (Bystydzienski y Bird, 2006); sin embargo, a los niños todavía no se les da la libertad de ser niñas y ciertamente no se les anima a serlo (Kane, 2012). La investigación sobre los rasgos de personalidad de género muestra que ello tiene consecuencias (Twenge, 1997; Twenge et al., 2012).

      Las mujeres se han vuelto más eficaces con el tiempo, sienten que controlan más sus vidas, tienen más confianza en su liderazgo, es decir, se han vuelto más «masculinas» según los estándares de los inventarios de «roles sexuales». Los hombres, sin embargo, no han cambiado. En promedio, no se han vuelto más femeninos. Mis primeras investigaciones sugieren que cuando los hombres desempeñan trabajos de cuidado, desarrollan una manera de ser más afectuosa y empática, características que usualmente se asignan como «femeninas» en las escalas de roles de sexo (Risman, 1987). Sin embargo, esto aún no se ha evidenciado en los estudios cuantitativos, así que tenemos una sociedad en la que se permite que las mujeres desarrollen algunas características masculinas e incluso se les recompensa en la adolescencia y en los primeros años de la vida adulta por ello. Las niñas tienen ahora más probabilidades que los niños de obtener los mejores resultados en secundaria, de asistir a la universidad y de graduarse (Diprete y Buckmann, 2013). La cultura ha cambiado, pero más para las mujeres jóvenes que para los hombres.

      Pero ¿qué ocurre con el aspecto material del nivel individual? ¿Cuáles son las formas en que los niños y las niñas llegan a encarnar su género? Los niños todavía aprenden a ser duros y a dar saltos, a desarrollar los músculos. Al mismo tiempo, mientras se anima a las niñas a ser atletas, se las educa para que se preocupen exageradamente por su aspecto, su peso y su ropa (Risman y Seale, 2010). En mi propia investigación sobre las estudiantes de secundaria, las niñas parecen preocuparse excesivamente por sus cuerpos, como si estos pudieran soportar el peso de la feminidad esperada, incluso en el caso de que sus comportamientos no lo hicieran. Los cuerpos femeninos se convierten en el recurso fundamental para «hacer feminidad» en un mundo en el que se anima a las niñas a competir con los niños en todas las demás esferas de la vida. Las niñas (al menos las heterosexuales) compiten por los niños con su apariencia y con los niños en el aula por las notas. Sigue siendo un mundo muy peligroso para un niño femenino; de hecho, para cualquier niño que sea de género no binario (Dietert y Dentice, 2013; Rieger y Savin-Williams, 2012). Aunque el cambio es desigual, ya que algunos jóvenes inconformistas tienen la suerte de que sus familias los apoyan (Meadow, 2012). Si algunos y algunas jóvenes adultos se sienten hoy más libres para desafiar los estereotipos de género, las expectativas culturales a las que se enfrentan están seguramente implicadas en ello.

      En el nivel de análisis interactivo, ¿cuáles son las expectativas culturales a las que se enfrenta la población joven en la actualidad? Seguramente, las normas culturales han cambiado desde el modelo cabeza de familia/ama de casa. Ahora se espera que tanto las mujeres como los hombres permanezcan en el mundo laboral a lo largo de sus vidas, a pesar de que los trabajos con un salario digno se están volviendo cada vez más escasos para aquellos que no cuentan con un título universitario. Lo que parece ser nuevo es que el empleo se ha convertido en la actualidad en un criterio para el matrimonio tanto para las mujeres como para los hombres, lo que significa que muchas más mujeres de clase trabajadora permanecen solteras cuando se convierten en madres, en comparación con lo que ocurría en el pasado. Compaginar el trabajo, el cuidado de los niños y las tareas domésticas es más un ideal que una realidad. Pero no debemos olvidar que, como ideal, es nuevo y diferente al de las generaciones anteriores (Gerson, 2010). Sin embargo, las creencias culturales en torno a la «maternidad intensiva» siguen siendo sólidas, y la «paternidad intensiva» ni siquiera se acuña como frase hecha. Algunas investigaciones sugieren que las mujeres, antes incluso de tener novio, se planean carreras que se puedan interrumpir fácilmente para ser madres (Cinamon, 2006). Estas mujeres frenan sus aspiraciones incluso antes de integrarse en la fuerza laboral por temor a que se produzcan futuros desajustes entre el trabajo y la familia. Si bien actualmente las normas culturales alientan a las mujeres a incorporarse al mercado laboral e incluso a hacerlo con gran ambición, existen multitud