Santiago: cuerpo a cuerpo. Lucía Guerra

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Название Santiago: cuerpo a cuerpo
Автор произведения Lucía Guerra
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9789561236295



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que ninguna mujer en sus cabales habría hecho. A nadie, con apenas dos dedos de frente, se le habría ocurrido partir a un motel con una persona desconocida para exponerse al robo y al crimen en un Santiago tan plagado de delincuentes. ¡Ahí viene José! Mejor será salir arrancando y meterse en la cabaña donde está el hombre que entrega las llaves, pero por su maldita gordura le va a costar salir del auto y ¡para qué hablar de correr!

      Se pone la mano en el corazón para apaciguar las palpitaciones que le está causando este temor ya tan cercano al pánico. En ese mismo momento, José vuelve a entrar al auto.

      –Tenemos que estacionarnos allá atrás –le explica poniendo en marcha el motor.

      “Y Malena que no se aparece por ningún lado”, piensa Marta inspeccionando el follaje de los árboles. Entre las ramas de un eucalipto, de repente, divisa el rostro escandalizado de su madre que la increpa:

      –¡Qué vergüenza, Dios mío! ¡La hija de mis entrañas que provienen de tan buen linaje metida con un pobre diablo!

      Es el mismo tono alarmado que usaba cuando despotricaba en contra del gobierno de Allende.

      –Porque los rotos upelientos, mi linda, querían apoderarse del país y despojarnos de todo, olvidando que fue nuestra clase social la que forjó la patria, y somos sus descendientes los únicos que merecen los privilegios.

      Se pasaba horas hablando por teléfono y probándose los vestidos que le hacía una modista que llegaba a la casa acezando porque tenía que tomar dos micros.

      –¡Te prohíbo estrictamente que te acuestes con un taxista! –le grita en un chillido, señal de que está furiosa–. Nunca jamás debes olvidar el rango de nuestra familia –y al oírla, Marta hace un gesto displicente.

      Quizás por qué le gustaba tanto hablar del rango de la familia cuando este se había perdido hacía ya rato y, por esa razón, vivían en Manuel Montt y no en un barrio más elegante. Pero así había sido siempre su madre: siútica y arribista, más pendiente de la vida social que de sus propios hijos. Por eso quería y sigue queriendo tanto a su abuela, quien había sido la única que le había brindado verdadero cariño. Ella o Malena deberían estar aquí en este momento para infundirle fuerza y hacer desaparecer este temor que le hace temblar las manos.

      –Me emociona estar aquí contigo –le dice José cuando detiene el automóvil y se da cuenta de que esta frase no corresponde al repertorio que usaba con las mujeres cuando era joven y se las daba de seductor.

      –Te lo digo de todo corazón –agrega dándole un beso en la boca.

      Como en un milagro desaparece el miedo y, sonriente, Marta se apoya en la mano de él para salir del vehículo. Entonces, él le pasa un brazo por los hombros, la conduce hasta la cabaña y frente a la puerta que está por abrir, le acaricia el mentón y la mira a los ojos. A ella la conmueve esa mirada tan llena de ternura y de algo muy profundo que no puede definir. Ya no está nerviosa, tampoco siente curiosidad por lo que está a punto de suceder. Más bien, tiene la sensación de que empieza a sumergirse en un lago de corrientes muy suaves y cálidas.

      En cuanto entran a la cabaña, él la apoya contra la pared y empieza a besarle el cuello y el nacimiento de los senos que el escote del vestido deja al descubierto. Su piel, nunca antes acariciada por un hombre, le transmite una sensación de placer y al mismo tiempo de ansiedad, de un deseo que la impulsa a tomar el rostro de José con ambas manos y a darle un beso apasionado que se prolonga y multiplica en otros besos. La saliva le resbala por la comisura de los labios y José, sin dejar de besarla, ha puesto uno de sus muslos entre las piernas de ella para que se abran. Es tan lindo frotarlo así mientras la besa y, con ambas manos, acaricia y aprieta esas nalgas abultadas. Ella emite un leve quejido que lo enardece aún más y le baja el cierre del vestido que ella, presurosa, se saca dejándolo caer al suelo. Él hace lo mismo con sus pantalones y su camisa antes de guiarla hasta ese lecho en el cual tantos hombres y mujeres se han amado.

      Al llegar al borde de la cama, ella se desabrocha el sostén y él, al ver sus senos desnudos, los besa, los acaricia con su lengua y le dice que es la mujer más bella que ha conocido en su vida. No está mintiendo. Esos senos voluminosos y de piel tan blanca le producen una sensación de abundancia prodigiosa, la misma que experimentaba cuando con Pedro caminaban debajo de aquel parrón en la casa de su tío allá en Carrascal y, escondido entre las hojas, encontraban un enorme racimo de uvas que se comían alabando la generosidad de la tierra.

      Marta, en total éxtasis y con los ojos cerrados, disfruta sus caricias aún con la vivencia de estar de pie en el agua que lame sus senos haciéndolos florecer. Él ahora se ha arrodillado frente a su cuerpo desnudo para rozar con la lengua su pubis, su vagina de labios muy abiertos y ella allí siente un dulce ardor. Entre susurros, la hace yacer en el lecho y lo maravilla su cuerpo con esa blancura que semeja una nube de forma caprichosa en el celeste del cubrecama. Rápidamente, se despoja de sus zapatos y calzoncillos para ingresar a lo que ahora le parece un ámbito celestial.

      Por primera vez en su vida, ve a un hombre desnudo que nada tiene que ver con las estatuas griegas de los museos. Hombres hermosamente musculosos luciendo un falo tan pequeño y endeble que resulta ridículo. En cambio José que se ha subido a la cama para cubrirla con su cuerpo posee un pene grueso y viril que la motiva a acariciarlo. Qué extraño que no le resulte desconocido palpar este miembro rígido, es como si ya hubiera tenido bajo la palma de la mano muchos otros falos erectos de piel tan lisa y entre dos testículos que tiemblan levemente. ¿Será Malena quien le está enviando este saber? Mientras José la estaba acariciando apoyada en la pared, le pareció que ella se acercaba ataviada toda de verde y los labios en un apasionado beso, como la había visto por el espejo, pero en vez de desaparecer, Malena ahora se fundía en su propio cuerpo, entraba en él para desde allí enseñarle las artes del sexo.

      Las caricias que ella le está prodigando lo excitan hasta la locura.

      –Déjame ser tuyo, mi amor –murmura y empieza a penetrarla.

      Su vagina está gratamente húmeda, pero un centímetro más allá, algo le impide seguir avanzando. Parece una tela, una membrana que está cerrando el paso.

      –Perdona que no te lo haya dicho, pero soy virgen, nunca he tenido sexo con nadie –dice ella avergonzada.

      Él sonríe emocionado y de repente, le entra la duda, esa duda que le implantó Valentina. Qué raro... Hasta ahora ha sido tan experimentada en sus caricias. ¿Le estará mintiendo? Son tantas ya las mujeres que le han mentido. Inclina el rostro hasta ponerlo muy cerca del de ella para mirarla a los ojos y ve las lágrimas que ella está derramando en silencio.

      –No llores, mi amor –le dice enternecido–. Seré cuidadoso.

      Nunca ha hecho el amor con tanta dulzura y ella suspira muy quieta mientras él logra romper el himen que ensangrienta su falo, ahora cubierto por una sustancia espesa que intensifica su placer.

      Por fin, lo siente muy adentro y se hunde en una marea de oleaje imprevisto. Con las piernas encabalgadas en las caderas de él, recibe el golpe de esas olas de volumen y ritmo siempre diferente. Le gusta sentir el cuerpo enardecido de José, ese leve jadear sobre sus mejillas y la turgencia de su miembro deslizándose en un ir y venir que le produce placer y un poco de dolor. El tiempo ya no existe, tampoco esa cabaña de madera ni la rutinaria realidad de dietas y pólizas de seguro. Solo existe él creando este nuevo universo de cuerpos enlazados. De pronto, aquel oleaje se acelera, él lanza un quejido apremiante y se desploma sobre ella que lo abraza para cobijar su cuerpo ahora muy quieto.

      Pasa un momento, José suspira, la besa y, acostándose a su lado, la abraza por la cintura.

      –Prométeme que de ahora en adelante estaremos siempre juntos –susurra sintiendo una laxitud del cuerpo y el alma que lo hace quedarse dormido bajo la sombra de la paz absoluta.

      Ella también ha cerrado los ojos para revivir todo aquello. Ya sabía que la primera vez que una mujer hace el amor, no tiene la vivencia de un orgasmo, pero nunca se imaginó que el encuentro de dos cuerpos produjera tanto regocijo y felicidad. “Juntos, por siempre juntos”, se dice, y a lo lejos oye a