En blanco y negro. Elisa Serrana

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Название En blanco y negro
Автор произведения Elisa Serrana
Жанр Книги для детей: прочее
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Издательство Книги для детей: прочее
Год выпуска 0
isbn 9789563573145



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convergencia la que permite, a su vez, la confluencia de lo enfermo con lo excéntrico, lo marginal, disfuncional y raro. En Lo normal y lo patológico, Canguilhem traza los movimientos producidos al interior de los discursos médicos en su devenir histórico y destaca que este entretejido entre salud y normalidad, de un costado, y enfermedad y anomalía, por el otro, se produce en el transcurso del siglo XIX de la mano de la transformación de la medicina en una de carácter científico y experimental. El privilegiado lugar que comienza a ocupar la medicina desde el siglo XVIII en adelante, y que se afianza en el siglo XIX haciendo que la medicina desplace paulatinamente a la religión y sus discursos, puede explicarse precisamente porque el hablar médico se convierte en uno de implicancias normativas. Ya no será el cura el que dictamina aquello que está bien o mal, sino será ahora el dedo índice del médico el que advierte sobre los comportamientos condenables. No está de más recordar la expresión “dioses de blanco”, que parece situar en los médicos la facultad de decidir sobre quién está sano y quién enfermo, quién vivirá y quién morirá, quién se salvará y quién sucumbirá.

      Volvamos a nuestra casa de campo habitada por los anormales. Se trata, si se pensara este conjunto de seres raros y enfermos, siguiendo a Canguilhem, de un conjunto paradójico. Pues la única característica que comparten sus miembros es, precisamente, su rareza, su alejamiento de la normalidad. El único rasgo diferencial es la diferencia que, en sí, no es un rasgo, sino más bien la ausencia de una característica, o un desvío. Es por ello que la serie que forman los seres caídos de la casa de Campo de En blanco y negro es una de carácter inestable, una que amenaza constantemente con disolverse y en la que no reina ninguna empatía ni sentido de comunidad. Un conjunto no solo paradójico, sino también paralógico, pues burla la lógica de los conjuntos, al establecer la diferencia en tanto denominador común.

      La serie de los diferentes, que difieren de los “normales”, pero también entre sí, entonces, acoge como también expulsa a la ciega de su configuración. La ciega opera como una especie de casilla vacía, que organiza la serie, sin nunca aparecer del todo en ella.

      El criterio de la casilla vacía lo propone Gilles Deleuze en su texto “¿Cómo reconocer el estructuralismo?”, para identificar a aquel elemento que conforma una serie, pero teniendo una posición, de alguna manera, externa a la misma serie. Tomando de ejemplo el juego de ajedrez, el rey operaría como esa casilla vacía que simultáneamente está adentro y fuera del juego. Con él comienza y termina una partida. En torno a él se organizan todas las reglas y la estructura del juego. Es un elemento que no puede, como todas las otras piezas, ser comido, ni reemplazado, ni comparado con ningún otro elemento del sistema “ajedrez”. Si bien es el que más poder ostenta, es, al mismo tiempo, el que menos movilidad tiene. Deleuze subraya con la idea de la casilla vacía que, en los relatos, en una estructura textual, siempre hay un elemento que opera como un motor oculto, en el sentido de que no se hace presente de forma explícita en la estructura. Pero sin aquel elemento, la serie no funcionaría, no arrancaría la narración. Escribe Deleuze, siguiendo el análisis que Lacan propone de “La carta robada” de Edgar Allan Poe:

      La naturaleza de este objeto […] está siempre desplazado respecto de sí mismo. Tiene como propiedad el no estar allí donde se lo busca, pero también ser hallado allí donde no está. Se dirá que “no está en su sitio” (y por ello no es en absoluto real), pero también que no está en su reflejo (y por ello no es en absoluto una imagen) ni en su identidad (por lo cual no es en absoluto un concepto).

      En Blanco y negro es la ceguera la que opera como casilla vacía. Es, una y otra vez, durante el relato, colmada de sentidos divergentes. La ciega es identificada con un sinfín de significantes cambiantes: adopta formas y figuras tan distintas entre sí que termina por disolverse y constituirse solo fantasmalmente. La ciega es denominada por sus tíos, por su madre, su abuela y su primo como “perro”, “mono”, “chancha”, pero también “pajarito” o “ardilla”. Es catalogada de “tonta”, “retardada” e “idiota”, de “muda” y “loca”, de “ignorante” y de “analfabeta”, así como de “vaga” e “histérica”. A su vez se la tacha de “bruta”, “inmunda” y asquerosa”, y para el tío Luciano es un “pájaro de mal agüero”. La pregunta que se hacen los personajes es si acaso la ciega tiene alma, y si se trata de un ser racional y educable. Las opiniones van variando según quién las emita y según diferentes momentos del relato. Es de esta forma que la ciega y su ceguera recorren toda la novela, sin nunca aparecer colmadas de significado, sino siempre desplazadas de sus posibles sentidos. La misma ciega no sabe leer su ceguera si no en las formas en que esta va siendo cifrada en la mirada de los otros. Se va metamorfoseando de perro a chancha, de retardada a histérica, de desalmada a educable.

      La diferencia con nombre de mujer

      La pregunta por la ceguera y sus implicancias va anudándose con la interrogante acerca de la sexualidad y el género de la ciega. Si de niña es vista como una especie de animalito o bestia, a veces con ternura y las más de las veces con rechazo, al crecer y al desarrollarse su cuerpo se vuelve imperioso decidir si se trata de un cuerpo femenino. Muy tempranamente en el relato, la misma narradora se cuestiona:

      […] por qué todo el mundo no se llamaría igual y por qué a unos al nacer los catalogaban de hombre y otros de mujer. ¿Quién determinaba la diferencia? ¿Era la mamá del niño quien escogía, o el doctor? Por otro lado, muchas veces había oído decir a la abuela “menos mal que no es hombre”, refiriéndose a mí, y acepté el hecho como alguna equivocación de alguien, quizás de mi padre […].

      La ignorancia de la ciega refleja la exclusión de los discursos de género cuando de ella se trata: ni femenina, ni masculina, sino únicamente ciega, su adscripción genérica solo se resuelve ex negativo. Más adelante, los niños del vecindario sí reconocen los rasgos de un cuerpo femenino en ciernes en ella: “Aurelio y sus compinches del vecindario crecían más que yo y hablaban de que al fin y al cabo yo era, después de todo, una mujer, y pretendían perseguirme para tantearme el pecho o levantarme las faldas”. José Luis, objeto de admiración para la protagonista, se debate entre despreciar a su prima ciega, por un lado, y reconocerle capacidades especiales e intentar rescatarla de la ignorancia, por el otro. Cuando la narradora le confía su gusto por los hombres, la dura respuesta de José Luis no se deja esperar:

      —En ti no importa —respondió despectivo, como diciendo “Tú no eres una mujer”, porque para mi pobre y confundido primo las mujeres eran despreciables, humanas, débiles, sin ambiciones ni ideales, sin alas, pedestres, sin otra aspiración que ese difícil y despreciable sentimiento que él denominaba, despectivamente, amor.

      Vemos en este tajante dictamen, un enjambre de diversas formas de interpretar el vínculo entre ceguera y femineidad. Para José Luis y sus aspiraciones espirituales, la femineidad se vincula a la sexualidad y es, por lo tanto, despreciable. Femineidad es corporalidad y bajeza, es imposibilidad de acceder a las verdades más altas e importantes de la existencia. Se configura entonces, para José Luis, como un halago cuando niega a su prima la condición de mujer. La ceguera la salvaría, en ojos de su primo, de la condena femenina de estar amarrada a la materialidad y sus necesidades, sin poder elevarse espiritualmente. La ceguera ahora se masculiniza y por ende humaniza a la protagonista. Dado que es ciega, se salvaría de su ser mujer y podría superar las bajezas propias del género femenino. En otra oportunidad, José Luis le subraya a su prima que “mi única gracia era que yo era distinta y que debía mantenerme distinta”.

      Un día José Luis le obsequia unos lentes oscuros a su prima, y el cambio que opera la invisibilización de sus ojos ciegos se comenta profusamente entre los miembros de la familia. Nuevamente las opiniones no son unánimes: su madre encuentra que se ve bonita; —“¡si la niña sin sus ojos es preciosa!”—, mientras que su tía sentencia: “Pero si no tienes ojos…, eres otra sin ojos. Yo no quiero que seas otra, te quiero así”. Cuando la narradora va en búsqueda de la opinión de su tío, este resalta el atractivo erótico de su sobrina: “Puchas, puchas, si se está poniendo tentadora. Cabrita tierna… al puro punto”.

      Así la femineidad y la ceguera se transforman ambas en cifras cuya decodificación está en constante pugna. Niña-bestia, adolescente a la que se le niega o a quien se le exacerba su carácter