En blanco y negro. Elisa Serrana

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Название En blanco y negro
Автор произведения Elisa Serrana
Жанр Книги для детей: прочее
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Издательство Книги для детей: прочее
Год выпуска 0
isbn 9789563573145



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que, algunos sí y otros no, hicieron que la experiencia de sus problemas con la vista, o la ausencia de ella, entrara al mundo de sus ficciones y escrituras. Un ensayo que no solo muestra el gran acervo que fue construyendo su autora con respecto a la trenza ceguera y literatura, sino también un texto de resonancias autobiográficas, donde Meruane vuelve a su propia experiencia de la ceguera y su elaboración en la novela Sangre en el ojo. Uno de los puntos más destacables de Zona ciega de Meruane es que muestra que, mirado desde el punto de vista de la literatura, la ceguera masculina es muy distinta a la femenina, para empezar, porque esta última más bien pareciera brillar por su ausencia. Si rápidamente suelen acudir a la memoria justamente las historias de Tiresias y de Edipo, pero también El país de los ciegos de H. G. Wells, los ciegos malvados que pueblan la novela Sobre héroes y tumbas de Sábato, el Ensayo sobre la ceguera de Saramago, y los autores atormentados por sus vistas frágiles, como Wordsworth, Joyce y Borges, no ocurre lo mismo con sus pares femeninos. ¿Dónde están las protagonistas mujeres ciegas de la tradición literaria? ¿Qué escritoras sufrieron de la vista? ¿Dónde nos encontramos en las letras con los tormentos vividos por mujeres que nacieron sin visión o la fueron perdiendo paulatinamente? “La tradición solo parecía haberse ocupado del vínculo que establecieron los hombres con sus ojos”, concluye Lina Meruane en Zona ciega.

      Es, entre otras cosas, el vacío que se abre al hacerse estas interrogantes que le otorgan un lugar destacado a En blanco y negro de Elisa Serrana, que ahora tendremos la oportunidad de poder leer en esta reedición de la novela en la colección “Biblioteca recobrada”. Publicada por primera vez en el año 1968, y después de las dos obras más conocidas de la autora —Chilena, casada, sin profesión del año 1963 y Una de 1964— esta novela recrea la voz de una joven ciega, que escribe en primera persona acerca de su infancia, juventud y entrada a la edad adulta, siguiendo el modelo propio de una novela de formación. Una especie de Bildungsroman trunco y accidentado, dado que uno de los tópicos centrales del relato es la dificultad de la narradora de entender lo que para una chica en su condición podría llegar a significar una “formación”. ¿Tiene, una ciega, facultades para acceder a y seguir una formación, una educación, una serie de enseñanzas y aprendizajes que le entreguen un lugar en el entramado social? Esta pregunta atraviesa de diversas maneras las páginas de este relato, produciéndose una oscilación entre las opiniones divergentes que presentan todos los integrantes de la familia y de las intuiciones que va articulando la propia protagonista.

      Elisa Pérez Walker, alias Elisa Serrana, cuyo pseudónimo revela intenciones reivindicativas, al transformar el Serrano del apellido de su marido en uno que finalice con la vocal que marca gramaticalmente el femenino, fue una mujer de la élite, cuya producción literaria ha sido leída como parte de la así llamada generación del 50. Fue madre de la conocida escritora Marcela Serrano y compañera de ruta de autoras como Margarita Aguirre, María Elena Gertner, Mercedes Valdivieso y María Carolina Geel, para solo nombrar a las más conocidas autoras de su generación. Serrana incursiona en una narrativa que se caracteriza por la presencia de problemáticas que cruza preguntas por la familia y sus marcas, el género y sus sesgos, y la clase social y sus (im)posibilidades. En un estilo que indaga en términos filosóficos en el existencialismo, esta narrativa solo recientemente ha comenzado a ser leída desde una perspectiva de género, poniéndose el acento en las desigualdades que en ella se subrayan entre las vidas de las mujeres y los hombres. Fue la crítica Raquel Olea quien reconoció a estas autoras en su diferencia con sus pares de generación, resaltando tanto sus semejanzas con sus colegas hombres como también sus divergencias. Un punto importante que Olea destaca en su análisis de la conformación y confirmación del criterio generacional es que las mujeres escritoras incluidas en diversas antologías que fueron apareciendo en los años 50 fueron variando. El escritor Enrique Lafourcade fue quien primeramente aunó en dos antologías (Antología del nuevo cuento chileno de 1954 y Cuentos de la Generación del 50 de 1959) a los autores y las autoras que adscribió a la generación del 50. Pero de un texto a otro, el número de mujeres disminuyó y los nombres fueron cambiando. Solo Margarita Aguirre y María Elena Gertner sobrevivieron a la poda y fueron incluidas en ambos volúmenes. Se generó toda una polémica en torno a la primera antología publicada por Lafourcade, enjuiciándose y descalificándose sus criterios de selección, como también las características atribuidas a la escritura de la época. De hecho, la propia Elisa Serrana declara que “no sentía mayor conexión con ellas, convivíamos muy bien en la vida literaria de las ferias del libro, de giras y en los primeros programas de televisión, pero no sentíamos que fuéramos una generación” (cit. en Olea). A pesar de lo que la misma Serrana haya opinado, la crítica feminista reciente ha podido establecer las herramientas que permiten leer un conjunto de textos, efectivamente, como un corpus, que tiene una serie de rasgos compartidos y que apunta a problemáticas similares. Desde esta perspectiva, las escritoras del 50 “proponen en su escritura la desnaturalización de la sumisión de la mujer, que la sitúan históricamente en el orden de una sociedad eclesial-patriarcal, burguesa y hacendal que evidencia su desmoronamiento y su decadencia” (Olea).

      Una casa de campo

      Construida como un clásico relato que comienza ab ovo, es decir, desde la cuna de la figura protagónica, En blanco y negro inicia con el nacimiento de la protagonista ciega que la da su sello a toda la novela. Escrita en retrospectiva, gran parte de la historia recrea la infancia de quien narra esta especie de autobiografía, que está situada en la casa familiar en el campo chileno. Recordando, de esta forma, a novelas emblemáticas de la tradición literaria nacional como Casa grande de Luis Orrego Luco o Casa de campo de José Donoso, el relato condensa la trama en la vida familiar tal como transcurre en la casa, alejada de la vida urbana y de las influencias que pudiesen acometer del exterior. La casa opera como una condensación de la existencia y sus posibilidades, de distintos tipos de personas y sus destinos. El hogar en el que crece la ciega es una especie de depositario para todos aquellos miembros de la familia que no han podido encontrar su lugar en el mundo o que han sido expulsados de él. Regentada, en primeros términos, por la abuela, habitan en ella la madre de la ciega, que ha quedado sola tras el abandono de su marido por la tragedia y vergüenza que implicó el nacimiento de una niña ciega; la tía Clara, cuya sospechosa amistad con una tal Flora la mantuvo alejada de la casa familiar por largos años, pero a la cual ha vuelto; el tío Luciano, pianista y artista frustrado, que ahoga las penas por el abandono de su mujer en alcohol y busca consuelo entre los brazos de las empleadas que pueblan y rodean la casa familiar; y, por temporadas, el primo José Luis, hijo de Luciano, con anhelos espirituales y, en la mirada de su padre, carente de masculinidad. La casa de campo —esa misma casa que en Orrego Luco era un lugar de encuentro para los jóvenes de la élite, que descansaban sobre los logros económicos y sociales de sus ancestros, encarnados en la finca y las tierras de la familia; y esa casa que, en José Donoso, se convierte en el lugar disputado para un poder que la clase alta terrateniente comienza a perder por sus derroches y su incapacidad para el trabajo— ahora se ha convertido en el lugar de acogida para los raros, excéntricos y disfuncionales. La ciega así entra, al menos en apariencia, en una serie donde se encuentran todos los miembros de la familia que están marcados por alguna diferencia. Una casa de campo residual, que opera como castigo y condena para todos a quienes la vida ha doblegado. Es una casa de campo que se ha quedado estancada en el tiempo; donde nada pasa y nada nuevo promete con advenir. El tiempo parece no transcurrir, cerrando de este modo cualquier posibilidad para el porvenir. Los personajes caídos que la pueblan solo raras veces se preguntan acaso la ciega pudiese tener alguna posibilidad de salir del destino que la aguarda entre las estrecheces de esta casa de campo, que deviene, según las perspectivas de los diversos personajes, en cárcel, correccional, monasterio o manicomio.

      La ceguera como diferencia

      Esta particular casa de campo alberga, entonces, a los raros. El único denominador común de esta comunidad marcada por la excentricidad es precisamente su rareza; es decir, su diferencia. El signo que los une consiste en que divergen de la normalidad. Una normalidad entendida tanto desde el punto de vista de una norma, esto es, de lo que se espera desde la perspectiva de las regulaciones y leyes, como también de un promedio, vale decir, lo que corresponde a la mayoría. Fue el historiador de la medicina Georges Canguilhem, quien en su señero libro Lo normal y lo patológico subrayara este doble carácter de lo que se establece como “normal”. La salud, al ser comprendida como lo normal, y la