Название | Feminismo para América Latina |
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Автор произведения | Katherine M. Marino |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9786079946555 |
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Las dinámicas y los afectos interpersonales modelaron con fuerza un movimiento que, a su vez, transformó las vidas de las mujeres que lo impulsaron. Este libro explora las interacciones que Luisi, Lutz, González, Domínguez, Stevens y Vergara mantuvieron entre sí y con una gran cantidad de otras feministas y hombres de Estado, para reconstituir cómo se sentía el feminismo mundial. Sostiene que estos sentimientos y estas relaciones fueron importantes para los logros políticos del movimiento.23 Ideas contrapuestas sobre el imperio, la lengua, la raza y la nación alimentaron el movimiento, mientras que las discusiones y la ira provocadas por esas diferencias fueron con frecuencia muy productivas. Las disputas de las feministas con líderes de Estados Unidos, que para ellas encarnaban el imperialismo estadounidense, contribuyeron a crear alianzas entre mujeres latinoamericanas por lo demás muy diversas, que a su vez establecieron relaciones muy emotivas entre sí. El feminismo imperial también prevaleció entre algunas activistas latinoamericanas; de hecho, encabezó una rama prominente del feminismo panamericano. La creencia de Bertha Lutz en su propia superioridad cultural y racial, así como su insistencia en que el feminismo panamericano debía ser liderado por las élites blancas de Brasil y Estados Unidos, provocaron relaciones tensas con las feministas hispanohablantes; al mismo tiempo, algunas de éstas conservaban sus sentimientos de superioridad mundial y racial.24
Sin embargo, con alguna frecuencia las experiencias rutinarias de las feministas latinoamericanas en relación con el racismo de sus colegas estadounidenses, así como las políticas antirracistas del Frente Popular, ampliaron el movimiento y formularon nociones más indivisibles de derechos humanos basados en el género, la raza y la clase. Sus experiencias y sus políticas de expansión influyeron en las demandas presentadas por las feministas latinoamericanas en la Conferencia Interamericana sobre los Problemas de la Guerra y la Paz, celebrada en el Castillo de Chapultepec de la ciudad de México en 1945, a partir del hecho de que los derechos igualitarios de las mujeres tenían que aliarse con el antirracismo y garantizarse de manera explícita a todas “las mujeres latinoamericanas, negras y de diferentes razas indígenas”.25
Las feministas tenían plena conciencia del contenido afectivo de su movimiento: no es casualidad que una gran cantidad de ellas sostuviera que el amor debía ser la base de su política.26 Como explicaba en los años treinta la feminista panamericanista del Frente Popular argentino Victoria Ocampo, las mujeres necesitaban unirse en una solidaridad no sólo objetiva, sino también subjetiva, refiriéndose a un tipo de solidaridad enfocada tanto en acciones e intereses creados como en ideas y sentimientos.27 Las relaciones de las feministas entre sí se transformaron en un terreno de prueba para un feminismo americano que combinaba la soberanía individual con formas colectivas de justicia, como la solidaridad con personas de todo el mundo a quienes nunca llegarían a conocer. Este sentido de empatía infundió sus reclamos por los derechos humanos. Clara González entendía la democracia social como un emprendimiento colectivo similar a la amistad, en el que las personas tienen obligaciones mutuas, así como derechos individuales. Ella había encontrado inspiración en las palabras de uno de sus profesores de derecho, J. D. Moscote, quien defendió un tipo de política “a tono con las verdaderas necesidades de la vida moderna, que es esencialmente una vida de relaciones, de interdependencia, de solidaridad, de ayuda mutua, de acción social y de amor”.28
Las sólidas redes que las feministas tejieron entre sí ampliaron las posibilidades de sus compromisos internacionales y las llevaron a alcanzar algunos logros materiales locales y fuera de sus países. Este movimiento impulsó leyes nacionales sobre derechos económicos, sociales, civiles y políticos en América. También consiguió frenar las amenazas a los derechos de la mujer en muchos países: las feministas recurrieron a la movilización internacional para bloquear propuestas de ley que consideraban fascistas. Y, quizá lo más importante, politizó a las mujeres, al hacer que muchas adquirieran conciencia de los nexos entre imperio mundial y formas locales de opresión, así como del papel que tenían en su comunidad, hogar y lugar de trabajo, y de su fuerza política a partir de la unión.
Los lazos reales e imaginarios entre ellas constituyeron la fuerza centrípeta del feminismo americano. Ofelia Domínguez Navarro lo sabía. Algunos años después de su conflicto con Doris Stevens, le envió una copia de su correspondencia a una amiga argentina como excusa para formar una confederación hispanohablante de feministas latinoamericanas. Domínguez reconocía que ese poder colectivo aún no se había concretado, pero que unidas podían ser una sola fuerza.29 Animó a compartir su idea con su mentora, Paulina Luisi, quien le envió a Domínguez palabras de empatía y apoyo durante su último encarcelamiento por parte del régimen de Machado. La solidaridad de Paulina le dio a Ofelia la esperanza de que un movimiento de mujeres encabezado por latinoamericanas tendría grandes repercusiones. Como le escribió a Luisi: “¡Si pudiéramos nosotras, las mujeres, sacudir nuestro continente!”30
1. Una nueva fuerza en la historia universal
En mayo de 1921, Bertha Lutz, de 26 años, le escribió a Paulina Luisi, de 45, sobre un asunto que le preocupaba cada vez más: el “problema feminista”. El término feminisme había sido introducido en Francia y llegó a América a finales del siglo XIX, pero recién entonces empezaba a formar parte del vocabulario de líderes políticos, socialistas y mujeres de clase media, y de reformistas sociales como la brasileña Lutz y la uruguaya Luisi. Bertha buscaba introducirse en algunos grupos internacionales con los que Paulina tenía conexiones, al ser la feminista latinoamericana más famosa. En la carta, Lutz se disculpaba por su atrevimiento al escribirle sin tener el honor de conocerla personalmente y agregaba que era bien sabido que en Uruguay se le reconocía como una precursora.1
Desde Montevideo, Luisi se emocionó con la carta de Lutz. Ella creía que estaban dadas las condiciones para un nuevo movimiento de y para las mujeres de América, libre de la dominación de las europeas, capaz de promover el voto femenino, el bienestar y la paz en el hemisferio occidental. “Acepto pues con alegría esta correspondencia y colaboración internacional que promete mucho y es muy buena para nosotras”, le respondió Luisi.2 Ambas ayudarían a lanzar lo que Lutz consideró más tarde como “una nueva fuerza en la historia universal”: el feminismo panamericano.
Ambas mujeres creían que la primera Guerra Mundial había hecho añicos la creencia en la superioridad cultural europea. Se había abierto un espacio para que las nuevas naciones democráticas de América, con una historia compartida de colonialismo europeo, se transformaran en faros del progreso, la reforma social, el multilateralismo internacional y la paz. El nuevo panamericanismo defendía el progreso cultural y la soberanía política, con los derechos de la mujer como un aspecto central de ambos.
Sin embargo, Luisi y Lutz descubrirían que las suyas eran nociones diferentes y opuestas del feminismo panamericano. Paulina privilegiaba un movimiento organizado por mujeres hispanohablantes de la raza y celebraba una identidad panhispánica por sobre el imperio estadounidense y angloamericano. Su panamericanismo no siempre buscaba desmantelar la hegemonía de Estados Unidos, sino más bien que las naciones mejor constituidas de América Latina, como el propio Uruguay,