Un fin de semana con la esposa de mi amante. Yerleny Nuñez

Читать онлайн.
Название Un fin de semana con la esposa de mi amante
Автор произведения Yerleny Nuñez
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788418411755



Скачать книгу

relojes, de los chocolates, del queso y de los bancos, nunca había dejado mis costumbres latinas.

      Subí a la habitación y allí ya estaban las chicas. Yo tenía una sonrisa extraña.

      —Cuéntanos, ¿cómo te fue con el galanazo de Ernesto?

      Chicas, no piensen que soy una mujer que a la primera se va con quien la besa, pero debo reconocer que hoy he tenido el beso más emocionante de mi vida. Era tan profundo, había tanta conexión… Increíble.

      —¡Guau, Leny! Necesitabas un beso así, que te hiciera sentir viva. Tu relación con tu esposo es solo costumbre, fría; necesitas fuego, pasión —dijo Yani.

      —Chicas, ¿cómo creen que le puedo ser infiel a un hombre que me ama tanto?

      —Recuerda esto: antes de serle fiel a otros sé fiel a ti misma, tu cuerpo pide fuego. Dale fuego. Tómalo, que son tus vacaciones y no volverás a verlo más —comentó Cami.

      —¡Tienen razón, chicas! ¡A vivir esta aventura!

      Al día siguiente a las 9.59 de la mañana. sonó mi teléfono. Era Ernesto. Me empezó a emocionar su nombre en mi celular.

      —Hallo.

      -—Estoy aquí abajo esperando, mi reina.

      —Ya bajo. Perfecto.

      —Tómate el tiempo que necesites —dijo Ernesto.

      Me abrió las puertas del coche.

      —¡Hola, amor!

      —Hola —respondí

      —Mi vida, no dormí en toda la noche pensando en ti.

      —Ya somos dos. —Volví y lo besé .

      Queria estar segura de que la conexión que existía la noche antes y ese fuego intenso en nuestros labios, cuando nos dimos ese primer beso, era real. Y, justamente, era el mismo beso de la última noche.

      Llegamos al restaurante.

      —¿Sabes que eres más hermosa de día? —me dijo Ernesto.

      Me sonreí porque me deleitaban sus piropos.

      —¿Sí, lo crees? —respondí.

      —Sí, soy muy afortunado.

      —Ernesto, ¿tienes pareja?

      Fue la pregunta mas difícil, la que no se necesitaba hacer. Era como paralizar todo lo bonito que estaba surgiendo.

      —Sí, me estoy divorciando —respondió.

      Típico en hombres que quieres coger. Quedé pasmada, sabía que un hombre que me estaba empezando a parecer interesante no iba a estar soltero, era demasiado hermoso para ser real.

      —¿Y tú? —Ernesto devolvió la pregunta.

      «Puta mierda, ¿por qué pregunté?». Iba a terminar de arruinar aquella mañana si daba mi respuesta. Pero me llené de valor y respondí mintiendo:

      —Sí, tengo novio.

      Los dos nos quedamos pensativos, pues ya estábamos hablando de alguien más. ¿Qué podría destruir lo que ese día estaba a punto de pasar?

      Obvié el tema, él creo que también; solo quería disfrutar de lo nuevo que estaba experimentando en mi vida.

      —¿Qué harás el fin de semana? —preguntó.

      —Iré a Punta Cana. ¿Quieres ir conmigo?

      —Mi vuelo es el domingo; no podría ir. Partiré de regreso a mi destino.

      «¿Quééé? O sea, que toda esta aventura llegará a su final. Porque él ya partía», pensé.

      Nuevamente, salió ese príncipe encantado que, poco a poco, te va ilusionando e involucrando en un sentimiento extraño al que aún no podía llamar «amor». Él, con aquella voz dulce, pero estúpido y cursi a la vez, exclamó:

      —Pero si me convences con otra de tus sonrisas, cancelo el vuelo y nos vamos.

      —¿Qué? ¿Cancelarás tu vuelo?—pregunté.

      —No me creíste cuando te dije, en nuestra primera cita juntos, que por ti haría todo.

      —Tampoco exageres, pero ¿estás dispuesto a vivir esto conmigo?

      —Hasta que te vayas —respondió él.

      No podía creer lo que estaba escuchando. Un hombre estaba dispuesto a cancelar un viaje por mí, por permanecer a mi lado. Por seguir viviendo juntos esa sensación maravillosa de aventura, de retos, pero de miedos a la vez.

      —Debo reconocer que me has impactado; es que mirarte a los ojos es irresistible, tu olor, tu risa…, es más, quédate a mi lado —le dije.

      Quería sentir eso y despertó ese deseo que los humanos llamamos carnal. No tuve que insistir mucho cuando me respondió:

      —Pues me quedo.

      Fue maravilloso escuchar eso. Estábamos comprometidos, pero ambos deseábamos entrar en ese infierno interesante de ser amantes.

      —Tengo mucho que hacer hoy; te veo mañana en el apartamento, quiero cocinar para ti —le dije.

      Otra cita más, las cosas cada vez se volvían más significativas. Qué le podíamos hacer si dos personas comprometidas buscaban desesperadas ahogarse en una aventura de amor maravillosa.

      Llegó la siguiente noche romántica, ya mis amigas habían partido a sus casas. Estábamos solos, en el balcón de aquel piso número 9, en una torre y con dos copas de vino. Sentía que él esperaba de mí todo lo que un hombre y una mujer desean. Penetrarnos.

      ¡Pero no! Había una confesión antes de iniciar este juego de amantes, incluso antes de que cambiara su vuelo aquel domingo.

      —Soy casada —dije fríamente, como dispuesta a enfrentar lo que venga—. Y sé que a partir de que se acabe esta cena no querrás verme y te sentirás feliz de no haber cancelado tu vuelo aún.

      —Soy casado con niños —respondió él.

      Tragué lento, no podía creer que estuviese entregando mi tiempo a una persona casada, aunque yo también lo estaba. Era algo egoísta este pensar.

      Y entonces él continuó:

      —Ahora, por tu honestidad, te admiro más, y estoy dispuesto a pagar un precio y correr el riesgo para tenerte a mi lado.

      —¿De verdad? Yo tenía miedo de que pensaras lo contrario —le dije.

      —Solo déjame decirte que eres una mujer increíble.

      —Entonces, ¿amantes? —pregunté atrevidamente.

      Y él, con su encantadora voz, respondió:

      —Sí, amantes, aunque pertenezcamos a camas diferentes, aunque juzgue la gente.

      Hubo risas, estábamos tan felices que no importaba nada más que nuestro mundo. Un beso cerró aquella propuesta.

      Aunque esa noche no hubo sexo, empezamos a ser amantes de corazón, de almas, de necesidad el uno del otro. Otra noche más que terminaba conociendo a un ser increíble, que aún seguía aceptándome con mi cruz.

      Ernesto viajó a Punta Cana, primero que yo. Y nuevamente, esperaba horas por mí.

      Otra vez llegué tarde, pero ahora sentía tristeza por haberlo dejado esperando tres horas más. No era justo. Aunque él estaba dispuesto a esperarme, no se lo merecía.

      Llegué, él me miró, me abrazó y se olvidó del tiempo de espera. Me besó y dijo:

      —Si hay alguien a quien estaré siempre dispuesto a esperar el resto de mi vida, es a ti, Leny. Te lo juro. Eres mi alma gemela.

      —No me digas eso, Ernesto.

      Eran las