—¿Te arrepientes de cancelar tu vuelo?
—La próxima vez que me llegue a arrepentir de algo será de no haberlo intentado.
Llegamos al apartamento, estábamos en el sofá cuando llegó el momento de volvernos a besar, a tocar. Con una pasión salvaje, empezamos a desvestirnos y nos entregamos con intenso deseo. Me rompió el sostén, con su boca me quitó el panty y empezó a lamer mi vagina; sentí que volaba, era algo inexplicable. ¿Dónde estaba escondida tanta pasión, tanta química? Cuando nuestras pieles se tocaron, pecho con pecho, era como si nos hubiésemos conocido de toda la vida, éramos almas gemelas y llegó el momento esperado: la penetración fue mágica, suave pero salvaje e intensa a la vez; tan deliciosa que sentí que lo amaba. Nos desconectamos de este mundo y entrábamos en otro. Un mundo donde no importaba nadie más, convirtiéndonos en uno solo. En una sola piel, en una sola alma, un solo respirar, en un solo orgasmo. Fue una noche prohibida, pero fue una noche para siempre.
Era algo desenfrenado, cada cinco minutos queríamos estar encima del otro y así pasamos toda la noche.
Al día siguiente me desperté y vi que no estaba a mi lado. Me puse nerviosa. «Será que fue un sueño. No, no, ahí está su ropa». Vi una nota en la mesa: Amor, fui a comprar desayuno.
Así que, rápidamente, aproveché la oportunidad para llamar a mi esposo y decirle que todo estaba bien, aunque sé que él fue a hacer lo mismo y que quizás por respeto no me lo dijo. Estuve más tranquila cuando llamé a mi esposo.
Empecé a recordar cada minuto de esa noche y me dije: «¿Quién es este hombre?».
Será que Paulo Coelho tenía razón cuando mostró en su libro, La bruja de Portobello, que si un hombre, que no conocemos en lo absoluto, nos llama hoy por teléfono, charlamos un poco, no insinúa nada, no dice nada especial, pero aun así nos presta la atención que realmente no recibimos por nuestra actual pareja, somos capaces de acostarnos con él esa misma noche relativamente enamoradas. Y, es que, somos así, y no hay nada de malo en ello; es propio de nuestra naturaleza femenina: abrirse al amor con gran facilidad.
Después de tanto tiempo de leer este párrafo, entiendo que sí tenía razón, porque no solo fue su conexión, sino que estaba también en la necesidad de encontrar a un hombre que no fuera mi esposo, aunque me convirtiera en su amante. Un amante que volviera despertar lo que despertó Ernesto anoche.
Y la necesidad hace que los ladrones no sean tan culpables. «Adiós, culpa, disfrutaré de esta semana». Sonreí.
Llegó Ernesto con unos shorts, sandalias y una bolsa en la mano.
—Te traje un bikini. Vamos a la playa.
Me sonreí nuevamente y con un beso le di las gracias. Caminamos, fuimos a la playa y en un restaurante frente al mar hablamos de negocios. Era todo exquisito, excelente. El clima estaba delicioso, con unos treinta grados y, junto con el viento del mar, hacían el ambiente perfecto.
Al llegar la noche subimos a la azotea de aquel penthouse en Punta Cana. Ese lugar es uno de los destinos turísticos más hermosos y reclamados del país por sus grandes variaciones de hoteles con el «todo incluido», pero lo que lo hace sensacional son sus hermosas playas. La playa es un buen ejemplo de maravillosa costa tropical con blancas arenas y cristalinas aguas azules, rodeada por numerosas palmeras. En esas aguas se pueden practicar todo tipo de deportes acuáticos, como snorkel y buceo, pudiendo explorar el mayor arrecife de coral de toda la isla, de unos 30 km de extensión. Además, se puede realizar un circuito en barco con fondo de cristal en el que se puede observar el arrecife.
Estábamos en un penthouse, en la azotea, y mientras Ernesto se bañaba preparé dos almohadas, un vino y dos copas. La vista eran la luna y las estrellas. Quería cerrar con un broche de oro aquel fin de semana en Punta Cana.
Acompañados de esa hermosa noche, más la sensacion de tenernos el uno al otro. Tirados en el piso mirando al cielo, contemplamos aquella luna y celebramos el encuentro de nuestras partes.
Ernesto comenzó a hablar con voz de plenitud.
—Estamos locos. No pensé vivir tanto en tan poco.
—Tampoco yo me hubiese imaginado una noche tan especial con un desconocido.
—Mi amor, ¿dónde estabas? —me preguntó Ernesto.
—Estaba ocupada, pero no sé en qué.
—¡Qué encuentro, amor, el de nosotros sin planearlos!
—Tienes razón, Ernesto. Al restaurante al que fui esa noche no era al que tenía pensado ir. Y a Santo Domingo tenía planes de venir el próximo mes. Pero todo pasó así.
—El destino te pone personas frente a ti, y no precisamente con un traje de gala. La vida, el universo, te ponen lo extraordinario, en frente de ti. Está en ti si tomas ese amor o lo dejas ir.
—¿Cómo nos damos cuenta de que sí es amor?
—Concéntrate en darle la oportunidad a que tu energía fluya, en cómo habla, en cómo miras la persona que esta en frente de ti.
—¿Sabes? Agradezco a la vida por corresponder a la invitación de la felicidad.
Se acercó más a mi y me besó.
—¿Sabes, mi reina? Anoche, el rato que pudimos dormir, fue como un sueño mágico, porque al sentirte a mi lado era como si nos perteneciéramos. Sentir tu calor, tus suspiros, el latido de tu corazón con el mío, eran como un volcán a punto de entrar en erupción; tus delicadas manos sobre mi pecho, tus piernas enlazadas con las mías. Fue el sueño que no tenía desde hace años —dijo Ernesto.
—Yo dormí de la misma manera, como si estuviera en el paraíso, sin miedo a nada.
Se dice que tienes mejor sueño y puedes dormir la noche completa si estás al lado de la persona correcta.
Volteé y lo miré, con mis grandes y hechizantes ojos, los cuales conteplaban los de mi otra parte, y le pregunté:
—¿Qué es esto? ¿Cómo se llama a lo que sentimos en tan poco?
—No tengo una definición, mi reina, pero sí sé que esto es amor.
—¿Lo crees? —sonreí con picardía.
—Estoy seguro, o explícame cuántos besos van después del primero. —Él sonrió—. Amor, todo lo que declaré será manifestado.
—Hablando de declaraciones, ¿crees en Dios? —pregunté .
—Sí. No solo creo, lo conozco.
—Y esto que estamos haciendo, ¿está mal? Siento que somos amantes inocentes de lo que sentimos.
—Sí, está mal, de eso estamos conscientes.
—¿Podría Dios escuchar la oración de dos amantes?
—Oremos —dijo Ernesto.
Mientras volvíamos nuestro rostro al cielo, decíamos: «No somos dignos de hablarte, pero aquí estamos sabiendo que somos pecadores. Solo queremos agradecerte por ponernos en el camino. Y que nos perdones por sentir esta energía sobrenatural tan fuerte; al final queremos ser dirigidos por tu camino. Amén».
—¿Crees que Dios escuchó a estos dos amantes? —pregunté.
—Dios no tiene acepción de personas . Cuánto me hubiese gustado encontrarte en otra circunstancia y ser feliz en los estatutos de Dios. Eres la mujer perfecta para mí, pero qué tarde te conocí.
—Ernesto, nunca es tarde para amar y cumplir con los estatutos de Dios.
A pesar de ser una pecadora , tenía un cierto temor a un ser supremo. Lo sorprendente de esto es que ambos sentíamos el mismo fervor hacia Dios, aunque nuestras almas estuvieran descarriadas.
Estaba a punto de terminar otra noche, donde la luna y las estrellas se hicieron las anfitrionas. Se terminó la botella de vino, se terminó