Empuje y audacia. Группа авторов

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Название Empuje y audacia
Автор произведения Группа авторов
Жанр Социология
Серия Ciencias Sociales
Издательство Социология
Год выпуска 0
isbn 9788432320262



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al Norte global, tanto en este contexto como hacia y en el marco de los países de América Latina, Asia y África.

      Estas múltiples líneas abismales (Santos, 2018) confluyen, se yuxtaponen y atraviesan a los jóvenes migrantes. Desprendidos de su subjetividad, desnudados de historia y reconocimiento al atravesar la frontera, son reducidos a cuerpos migrantes (Domenech de la Lastra, 2017). Cuerpos, donde reside la misma frontera, al arriesgar su vida en el viaje y en la diversidad de trayectos que realizan (Moscoso, 2018b). La llegada al país de destino no abre brechas (McAll, 2017) en los múltiples muros que los aíslan. Su presencia en la sociedad de recepción refuerza, por el contrario, las fronteras internas (Suárez-Navaz, 2011) y delimita los lugares inclusivos, los «adentros» de la sociedad, lo común o cotidiano, para reafirmar y reposicionar su lugar en los «afueras», en un espacio ajeno o extraño a la sociedad (Mezzadra y Neilson, 2018; Mora y Montenegro, 2009).

      Fuera de lugar, los jóvenes migrantes ocupan un espacio de liminalidad, un espacio difuso, en los bordes, no definido (Lázaro Castellanos, 2014) que concreta la metáfora espacial en una construcción jurídica que legitima, así, el no reconocimiento de su ciudadanía y la negación de su pertenencia como miembros de la sociedad (De Lucas, 2012), al silenciar sus derechos en un marco global.

      3. Vidas e historias silenciadas: los jóvenes migrantes

      Sólo una voz, la del ocupante, tiene valor, merece ser escuchada. Las otras voces son negadas, acalladas, opacadas. No constituyen sino meros sonidos incapaces de alcanzar un sentido que transforme las razones que esgrimen quienes, se supone, pueden hablar y ser escuchados. Los que creen tener un poder que ninguna voluntad logra quebrar oyen, pero se niegan a escuchar.

      Vasilachis de Gialdino, 2011: 134

      El abordaje empirista presente en el contexto académico e institucional, que contempla la situación de los jóvenes migrantes (Suárez-Navaz, 2011) desde una perspectiva cuantitativa basada en indicadores como el género, la edad, la nacionalidad, la situación administrativa…, contribuye a la construcción de esta realidad de manera homogénea y generalizadora. La influencia del positivismo ha sido determinante en la utilización de esta perspectiva y en el desarrollo de métodos experimentales que permitieran objetivar el conocimiento de la realidad, ya que, desde este paradigma, el único conocimiento considerado válido es aquel que puede medirse (Santos, 2006). Esto pone en debate la difícil cuestión de medir la diferencia (Blum, 2002).

      Y es este tipo de conocimiento, fundamentado científicamente, el que legitima el imaginario hegemónico existente sobre los jóvenes migrantes, como hemos desarrollado en el apartado anterior, y lo convierte en un régimen de verdad, difícilmente cuestionable (Maroto Blanco y López Fernández, 2019). De esta manera, las categorías creadas, que enmarcan a los jóvenes y los clasifican, son presentadas como una realidad objetiva, y se acaban instaurando como mecanismos de poder que perpetúan las relaciones sociales de dominación (Garrow y Hasenfeld, 2017), lo que fundamentan a su vez la necesaria articulación de prácticas institucionales de control.

      Es una mirada que a su vez contribuye a la homogeneización de colectivos, como los jóvenes migrantes, con el objetivo de comparar la cantidad y la dimensión del fenómeno (Green, 2006). De esta manera, se deja de lado el tema de la agencia, las relaciones y procesos sociales –nacionales e internacionales– que participan, así como los factores sociohistóricos que contextualizan el hecho migratorio y puedan explicar las posibles causas y consecuencias de este (Garrow y Hasenfeld 2017), lo que favorece la responsabilidad atribuida a los jóvenes de su propia situación, «debiendo asumir en el marco de las relaciones de poder asimétrico cada una de las decisiones tomadas en su nombre» (Del-Sol-Flórez, 2013: 141-142), obviando que para contemplar este hecho social resulta importante realizar el análisis de las desigualdades desde una perspectiva macroestructural.

      Este ejercicio epistemológico favorece la deshumanización de los procesos humanos, ya que no permite contemplar la naturaleza de las personas con toda su amplitud, ni posibilita el reconocimiento del punto de vista de los actores sociales, su experiencia y el contexto sociocultural en el que se enmarcan, que resulta indispensable para entender todo fenómeno social. Reduce, así, la compleja situación que viven los jóvenes, que es representada de manera simplificadora a través de una fotografía estática e inamovible, cuando constituye un fenómeno en constante movimiento (Blum, 2002).

      Este proceso maximiza, así, la cosificación de las personas, «mediante la aplicación ciega del sentido común sobre los datos producidos» (García Borrego, 2008: 29), desdibuja las biografías y las historias vividas y narradas de los jóvenes migrantes. Santamaría (2011) plantea desde una perspectiva crítica cómo las Ciencias Sociales no han dado importancia a la singularidad cuando abordan el hecho migratorio, en aras de un conocimiento que pretende erigirse como universal.

      De igual modo, el conocimiento reconocido para abordar la realidad de los jóvenes migrantes se produce principalmente desde los contextos de recepción. En este sentido, Sayad (1982) plantea cómo existe una abundante literatura sobre la «in-migración». Sin embargo, apenas se ha desarrollado una producción teórica sobre la «e-migración», que contemple a su vez el itinerario desde el lugar de pertenencia, que implicaría entonces reconocer que esta historia, que no sólo es colectiva sino también individual, comienza en las sociedades de origen y tiene múltiples significados para las personas que emprenden el viaje. La ciencia de la «e-migración» carece, por tanto, de autonomía, supeditada a la ciencia de la «in-migración», que reproduce de nuevo esa doble ausencia de la que habla el autor (Sayad, 2010).

      De nuevo opera el abordaje dicotómico en el marco de las migraciones y que en este caso articula la variable espacio/tiempo de manera binaria: el «allí» y el «aquí», el «pasado» y el «presente», se autoexcluyen, como señala Sayad (2010), pese a que también son interdependientes. Esta aproximación permite reconstruir el viaje como una trayectoria unilineal que reconoce dos espacios claramente diferenciados. Una concepción que configura siempre un origen, representado por el contexto de pertenencia, y anticipa un itinerario de camino único que culmina en la sociedad de recepción, como lugar de destino. La variable tiempo se representa de manera fragmentada en las distintas etapas del viaje. Atravesar las fronteras físicas y políticas supone para los jóvenes diluir el pasado que atraviesa sus vivencias en el país de origen y en el entorno de pertenencia, con la importante carga emotiva e identitaria que tiene para ellos: «al igual que los niños que migran, realizan un periplo durante el cual se ha de separar de todo lo que ha conocido y cuyo fin último es dejar un lugar, emprender un recorrido y llegar» (Moscoso, 2013: 151).

      «Mi nombre es Nadie» constituye la metáfora que platea Javier de Lucas (2002) para hacer referencia a la Odisea, que pone de manifiesto, desde una perspectiva crítica, la invisibilización que produce la construcción social de las personas migrantes, que se elabora desde los contextos de recepción y en el marco de las políticas migratorias. Desde esta perspectiva, las voces y experiencias de los jóvenes se invisibilizan, lo que implica la negación de su capacidad cognitiva para significar la propia realidad, que se encuentra encorsetada por las categorizaciones objetivadas que se elaboran desde los marcos institucionales (Vasilachis de Gialdino, 2004) y que comienzan a operativizarse cuando el menor llega a territorio español, se le realiza la prueba de la edad y es tutelado por el organismo autonómico competente.

      Estos espacios de las ausencias (Sayad, 2010) se articulan, así, en marcos normativos que contextualizan prácticas institucionales generadoras de control social. Estos jóvenes, conceptualizados como problemáticos, son, así, sometidos a un exhaustivo control, distanciamiento y vigilancia por parte de las instituciones, dificultando su independencia y la autonomía (Del-Sol-Flórez, 2013). Por tanto, las representaciones y categorizaciones existentes