Название | Empuje y audacia |
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Автор произведения | Группа авторов |
Жанр | Социология |
Серия | Ciencias Sociales |
Издательство | Социология |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788432320262 |
3. Circulación infantil y sistemas de dependencia
La apuesta teórica de este trabajo es desarrollar y profundizar en los significados de la migración autónoma de menores de edad manteniendo cierta continuidad con los estudios sobre movilidad infantil y juvenil. La cuestión de la movilidad infantil ha sido estudiada principalmente por la antropología anglosajona. Esta se ha centrado en la movilidad infantil con un extenso trabajo de campo sobre circulación de niños y niñas en sociedades de Oceanía y Asia (Goody, 1969). Se ha entendido la movilidad infantil como las prácticas de circulación de menores vinculadas al trabajo, a la educación, al cuidado de los niños o a la adopción o el acogimiento o fosterage, como acertó Marcel Mauss a denominar (Lallemand 1993: 13). También la etnología francesa se ha ocupado de la circulación de menores en las sociedades africanas, específicamente en África Occidental.
Las principales cuestiones que se han estudiado van desde el fosterage (entendida esta como la forma más flexible de confiar a los niños a la familia extensa o a otras personas más o menos cercanas) hasta la adopción, donde el vínculo de la consaguinidad queda diluido y la relación con los padres biológicos desaparece. Como señala Jacquemin (2009: 49), la circulación de menores es un fenómeno importante, multiforme y polisémico. Apunta tres grandes interpretaciones a estas prácticas. Una interpretación de orden económico, donde los autores vienen a explicar la circulación de niños y niñas como un modo de reparto de las cargas en la crianza y educación de los niños. En este sentido, la circulación de los menores sería una forma de «protección social intergeneracional» (2009: 44). Una segunda interpretación se refiere al intercambio de menores como un modo de reforzar los vínculos en la familia extensa, impidiendo la autonomía de una pareja con sus hijos. También es posible la cesión de menores a personas que, estando fuera de los lazos de consanguinidad, sí mantienen relaciones de amistad o clientelismo. En este sentido, Lallemand (1993: 43) sostiene la hipótesis de que la circulación de menores refleja una forma de solidaridad entre familias y que constituye una forma de crear alianzas similares a las que se pueden establecer con determinadas prácticas matrimoniales, ya que estas crean obligaciones recíprocas. La tercera interpretación parte de entender la cesión de los menores de edad como una forma de promoción social. De esta forma, se confía el menor a una persona o familia con más posibilidades para educar y cuidar al niño; circular es, por lo tanto, promocionar.
En este capítulo se apuesta por sostener que es posible hablar de migración autónoma de menores manteniendo cierta continuidad con estos estudios sobre movilidad infantil y vinculándola a la cuestión de la construcción de la dependencia. Mi aportación pasa por sostener que los menores de edad han circulado no exclusivamente en contextos domésticos (centrados en la guarda o la adopción) sino también en contextos migratorios modernos y contemporáneos. Meillassoux (1977 [1975]: 116) apunta, desde la antropología económica, que la circulación de menores no es más que una forma de redistribución de los dependientes. La circulación sería así una forma de corrección de la discordancia existente entre la reproducción y la producción, estableciendo una proporción entre las personas productivas e improductivas[6]. En este capítulo, pasamos de pensar en la redistribución de los dependientes a explorar cómo las quiebras en los sistemas de dependencia propician su movilidad y cómo esta se puede convertir en un recurso en el campo migratorio transnacional.
En el trabajo de Orellana et al. (2001) sobre infancias transnacionales y la participación de los menores en los procesos migratorios de sus familias y su papel como pivotal points, las autoras especifican cómo las teorías feministas han ayudado a construir el sostén teórico y metodológico para «desvelar» la presencia activa y singular de las mujeres en la migración[7]. No existe el mismo proceso en relación a la migración infantil y señalan que «los niños siguen siendo construidos como pesadas cargas que condicionan la movilidad de los adultos» (ibid.: 578).
Aplicar la perspectiva de género ha supuesto poner de manifiesto los lugares y las estrategias de las mujeres en su migración autónoma. También se han desvelado las relaciones de desigualdad dentro del grupo doméstico, profundizando en el análisis de las relaciones de poder (Ramírez, 1998; Ribas-Mateos, 2004). El género ha entrado en las migraciones de forma que ha explicado procesos de segregación dentro y fuera de los grupos domésticos subrayando la capacidad de agencia de las mujeres. Sin embargo, en relación a las migraciones protagonizadas por los niños y jóvenes no existe aún una reflexión en términos parecidos.
Del mismo modo que la migración de las mujeres ha sido entendida y analizada tradicionalmente en el marco de la familia, la migración de menores también ha sido comprendida y estudiada mayoritariamente en el marco de una estrategia familiar (Suárez, 2006). Es decir, a la mujer se le suponía como dependiente de la migración de un hombre y la migración de los niños se ha entendido dependiente de las de sus progenitores. En ambos casos se les ha pensado como personas «dependientes» de la decisión de otros, de la producción de otros, de la visibilidad de otros.
La pregunta que nos hacemos es si, del mismo modo que la perspectiva de género y las teorías feministas han desvelado las relaciones de poder y las formas de segregación dentro de la familia, es posible pensar que niños y adolescentes son también construidos dentro de esas relaciones de poder existentes en el grupo doméstico.
Algunos autores se interrogan hasta qué punto la feminización de las migraciones es una realidad novedosa o lo nuevo es, por un lado, la forma «de pensar y contextualizar» a las mujeres y, por otro, el interés creciente por los estudios sobre la mujer y las relaciones de género (Ribas-Mateos, 2004). Sin duda, son procesos que acontecen a la par. Del mismo modo que los estudios sobre la feminización de las migraciones han corrido parejos al interés por las cuestiones relacionadas con el género, los incipientes estudios sobre los menores en la migración y la migración autónoma de menores corren parejos al creciente interés por la edad, la infancia y su participación y presencia en los procesos migratorios.
Los estudios sobre la presencia de las mujeres en los procesos migratorios son variados y gozan de gran relevancia; poco tienen que ver con los aún escasos estudios sobre la migración de los menores. Mayoritariamente, estos son pensados en la órbita de acción de las familias; se los analiza desde una lógica reproductiva (dependencia y cuidado) más que desde una perspectiva de autonomía (trabajo e independencia). Frecuentemente, los niños y jóvenes son pensados en la migración de forma velada, ocultos por una visión «adultocéntrica» de las migraciones y desde una perspectiva que los considera dependientes, entendiendo esto como una carga y un freno a la autonomía.
Queremos centrar este debate en la cuestión de la dependencia. ¿Se puede pensar que los que son construidos como «dependientes» reformulan esta condición? ¿Es posible que la dependencia a través de las formas en que esta se gobierna pueda ser resemantizada como un recurso en un contexto internacional? ¿Cómo niños y mujeres, entendidos como dependientes, pasan a ocupar un papel de protagonistas? ¿Tendría esto también que ver con la presencia creciente de los mayores de edad en la migración? ¿En qué contextos se movilizan