Название | Sin redención |
---|---|
Автор произведения | Miguel Ignacio Del Campo Zaldívar |
Жанр | Книги для детей: прочее |
Серия | |
Издательство | Книги для детей: прочее |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789560013316 |
—¿Esa es su esposa? —le preguntó Vargas, indicando a quien lo acompañaba, una muchacha de no más de quince años que se tapaba la cara con las manos, con apariencia de ser toda una mujer salvo porque era solo una niña.
—¿Y a usted qué le importa si es mi mujer o no?
—Mire, quizá esa niñita que lo acompaña sea mayor de edad, tal vez, pero yo no lo sé, mientras comprobamos su edad yo lo puedo retener a usted en una celda por hasta seis horas ¿Quiere que haga eso?
—Atrévase, atrévase y lo cago de por vida.
—Bueno, pero después. Eso sí, no trate de esconder su anillo de matrimonio tragándoselo, los que se va a encontrar en la celda saben cómo sacarlo.
El hombre no contestó, solo se limitó a retroceder.
—Vamos, escúchenme todos, háganme caso por favor y váyanse a sus casas antes que llegue más prensa y los fotografíen a la salida. De verdad, muchas gracias por su cooperación y manejen con cuidado.
La gente obedeció en silencio, moviéndose rápido, arrancando. Era un grupo diverso. Seis hombres y cuatro mujeres. Ninguno le pareció sospechoso.
Vargas miró hacia el cubículo. El dueño del negocio estaba adentro. Era un hombre joven, vestido con chaqueta, camisa y sin corbata. Se veía tranquilo. Vargas sopló la colilla del cigarro ya consumido al suelo y se acercó a él.
—¿Qué hace ahí metido?
—Lo que haría cualquier empresario en mi lugar, señor, resguardar su negocio. Esteban Torres, para servirle —le contestó, saliendo del cubículo y estirándole la mano.
—¿Resguardándolo de quién? —le preguntó de vuelta Vargas, restregándose los ojos. Su celular comenzó a vibrar. Era Paredes. Contestó. Ya estaban con el esposo—. Quédese afuera —le dijo al dueño sin darle pie para una respuesta innecesaria—. Paredes, sí. Ya le diste la noticia. ¿Cómo reaccionó?
—Está borracho, comisario. Despierto pero borracho. Cuando le contamos miró al piso y se quedó en silencio. Nada más.
—¿Está muy afectado?
—Sí. Aunque no lloró. Mi impresión es que esta vez se equivocó, comisario.
—¿Está ahí, contigo?
—No, nos ha pedido que esperemos afuera mientras se abriga. Nos va a acompañar.
—¿Y los conserjes?
—No lo vieron salir.
Mierda, debería haber ido a buscarlo yo, pensó. Con los años, los buenos policías van adquiriendo virtudes que alimentan la perspicacia, como si desarrollaran instintos más pulidos que la primera impresión. Vargas podía reconocer el cinismo en los demás de forma tan contundente como una piedra en las lentejas. La borrachera siempre es un buen escondite, una coartada a la cual echar mano, pensó. Pero también podía tratarse de simple azar. Todo se estaba volviendo confuso, jodido, como la conciencia de un alcohólico.
—Tráelo rápido. Trata de sacarle algo, pero no metas muy profundo el dedo, con cuidado. Llámame cuando estés por llegar.
—Ok.
Cortó. El dueño del negocio lo había observado todo el tiempo, sereno, como si se tratara para él de un trámite más.
—Bueno, señor Torres, ayúdeme a solucionar esto y muéstreme cómo funciona su negocio.
—Aquí es todo legal…
—¿Puede mostrarme los computadores, por favor?
—Veo que ya se enteró de cómo operamos.
—No. No sé nada. Cuénteme usted.
Entraron en el cubículo. Solo había un computador, una silla y una libreta de notas con las horas del día, sin anotaciones.
—Necesito ver quien reservó la habitación 24 —le dijo Vargas.
—Está bien, yo lo voy a ayudar. Espero que usted lo recuerde después.
«Qué concha…», pensó Vargas, pero respiró profundo. El caso se había catalogado con código negro, podía ser por el diplomático, podía ser por la red de contactos que poseía el dueño del motel, quien en todo momento se mostraba tranquilo, compuesto.
—No sé si esto le sirva de mucho, nuestro software funciona con la máxima discreción.
Las reservas se hacían por Internet, previa inscripción en una página web. Esteban Torres le mostró la lista de más de seis mil inscritos a la página. Solo seudónimos. No había pagos con tarjetas de crédito ni códigos que pudiesen asociarse con los nombres ficticios. Al menos, los de informática podrán obtener la dirección IP del computador desde el cual se reservó la pieza, pensó Vargas.
—La 24, ¿no? —en la pantalla del computador se veía un esquema de las habitaciones con su numeración y pintadas con distintos colores. La 24 tenía color rojo.
—¿Qué indican los colores? —preguntó Vargas.
—Las verdes están desocupadas. Las rojas son las que están reservadas para parejas que no necesitan compañía. Las violetas y celestes son reservaciones de mujeres que buscan hombres y mujeres, respectivamente. Las azules son hombres que buscan mujeres y las amarillas son hombres que buscan hombres. Como ve, tenemos todo el arco iris.
—¿Pero quién reservó la habitación?
—Esa información no se la puedo entregar.
—¿Ah no?
—No.
—¿Y por qué no?
—Porque no puedo.
—No me haga enojar, de verdad.
El dueño se quedó en silencio por un momento.
—Le estoy diciendo la verdad. Yo entiendo su trabajo, pero usted entienda el mío. Le daré la información, pero no creo que le sirva de mucho. No sé si usted sabe cómo funciona el mundo virtual. Existe, pero sin nombres, sin rut, sin direcciones. No se puede homologar a nuestra realidad. Lo único que le puedo dar es el seudónimo de quien la inscribió, pero si es ella, él, la muerta, no lo sé.
—¿Y quién la reservó?
—«Santo Tomás». ¿Ve?, aquí: Santo Tomás reservó la habitación. —al pulsar el cuadrado de la pieza en la pantalla salió el texto con la información.
—A las dos de la tarde de hoy. ¿Esa es la hora de la reserva?
—Sí. Así es. Es todo lo que puedo decirle. El servidor borra las IPS de nuestros clientes luego de cada conexión. Como usted comprenderá, mi negocio funciona en base a la privacidad que puedo brindarle a mis clientes. Si usted consigue una orden, si se lleva el computador, no sacará mucha información por más capaces que sean en su unidad. Se lo aseguro, solo hará enojar a gran parte de estos seis mil usuarios, y usted sabe como son las cosas en nuestro país, la gente que accede a mis servicios no es cualquiera, es gente con dinero, con influencias. Este país es chico, comisario. Todos se conocen.
—Una cama de mierda en una ratonera. Eso busca la gente de plata. No me huevee.
—No lo hueveo. La perversión, cuando así llaman al deseo, cuesta. Cuesta hacer realidad los sueños en privado, sin que nadie sepa. Yo no ofrezco perversión, ofrezco privacidad, ¿me entiende?
—No. Tengo una mujer muerta allá arriba. Solo me interesa eso, y a usted también debería interesarle si quiere seguir metiéndose el dedo en el culo privadamente. Dígame, ¿qué pasa cuando las personas llegan? ¿Cuál es el recorrido?
El dueño rio y comenzó a hablar. Las personas podían entrar por la puerta principal, siempre abierta, o llegar en auto, estacionando detrás del edificio