Название | Sin redención |
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Автор произведения | Miguel Ignacio Del Campo Zaldívar |
Жанр | Книги для детей: прочее |
Серия | |
Издательство | Книги для детей: прочее |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789560013316 |
—No, por mi parte no.
—Bien —sacó su celular y marcó el número del fiscal Erazo. Necesitaba su autorización para llamar al Servicio Médico Legal. El fiscal no le contestó. Él estaba a cargo entonces. Podía dar la orden si quería. Pero se abstuvo.
A diferencia de los médicos que diagnostican basados en el reconocimiento de patrones, el trabajo de un detective, además de nutrirse de las experiencias anteriores, que Vargas podía cuantificar en miles a lo largo de sus treinta años de servicio en la Brigada de Homicidios, tenía que sopesar la condición humana que estaba detrás del delito. Pensó: instintivo o premeditado. Todo indicaba que el crimen había sido premeditado; con o sin experiencia: nadie mata con un arma así si no ha sopesado antes los riesgos de que no funcione bien el plan; con o sin alevosía: la había rematado, no ensañándose, pero quería que muriera; podía ser pasional la causa: tal vez, tal vez no. Un oportunista, sin rastro. Mierda. No podía descartar esa alternativa en un lugar así ni nunca, si de algo podía dar fe es que dementes había por todas partes. Si era un crimen dado por la oportunidad, el panorama se volvía más oscuro. Su esquema no se sostenía y aún era pronto para elucubrar sobre posibles sospechosos… salvo si se arriesgaba y echaba mano a la respuesta más simple que tenía hasta ese momento. Porque los amantes no suelen matar así, los amantes no suelen matar sin que los reconozcan.
—Yo creo que tenemos que llevar a la señorita a la brigada, con un buen apretón puede que suelte algo más —dijo Paredes, descon-centrando a Vargas.
—Paredes, ¿quieres hacer el favor de callarte, por favor? —le dijo Vargas, cansado. Su celular comenzó a sonar, era el fiscal que le devolvía la llamada. Contestó—. Sí, señor fiscal, ¿qué tal? Sí, estamos aquí. Bien, lo entiendo, sí. ¿Puedo llamarlo en unos minutos? En seguida… ¿Cómo? Sí. En seguida —cortó—. Paredes, escúchame bien, quiero que vayas de inmediato a buscar al marido de la víctima. Llévate nuestro auto y dile a uno de los practicantes que te acompañe. Lo vamos a traer hasta acá. Dile al marido que tiene que reconocer el cuerpo, invéntale algo por el estilo. Nada más, sin asustarlo. Si vive en un edificio pregúntales de paso a los conserjes si lo vieron salir. Y usted, señorita, quiero que se quede aquí. Si reconoce al marido tenemos el caso resuelto. ¿Bien? Luego le digo cómo lo vamos a hacer. Anda, Paredes. Tengo hambre y esto lo podemos resolver antes que cierren los chinos. Ah, y dile a los pacos que no dejen entrar a la prensa ni tomar entrevistas. Yo ya bajo para arreglar el tema de los testigos. Dale, parte al tiro.
—Como usted diga, comisario —y Paredes obedeció saliendo raudo de la habitación.
Podía estar en lo correcto, pero quizá no. Y no había nada que volviese más odiosa una investigación que perder la confianza de alguien cercano a la víctima. Pero peor era no tener la capacidad de reconocer al culpable en el momento adecuado. En estos casos, en todos, siempre, las cosas se pueden enturbiar aún más, pensó.
La muchacha se sentó en la cama, tiritando, como si la confesión y su nuevo rol le fuesen a costar muy caro.
—Vargas, ¿qué quería el fiscal? —le preguntó Cárdenas.
—Dice que está en la playa y que no llega. También quiere que hablemos en privado.
—¿Me voy?
—No. Tú sabes cómo funcionan estas cosas. Señorita, ¿puede esperar en el pasillo, por favor?
La muchacha obedeció y Vargas volvió a sacar su celular y rediscó la llamada.
—Señor fiscal, sí, disculpe, ¿me decía?.
—Vargas, me llamaron de arriba para avisarme que el caso se cataloga con código negro. Parece que tienes retenido a un diplomático. ¿Viste alguna patente azul? —le dijo el fiscal.
—No he ido hasta el estacionamiento, señor fiscal.
—Bueno, se enredó un pez gordo, al parecer. Eso, o alguien no quiere que se salpique mucha mierda con esto. Quiero que manejen el caso con total discreción, sin prensa, ¿me entiendes? ¿Ya llegaron?
—Sí, están abajo. Ningún comunicado oficial en todo caso.
—Diles que la nota no sale. Ni para los noticiarios de medianoche ni para mañana. Diles que no es noticia, ¿entiendes? O mejor, no les digas nada.
—Sí, claro.
—De arriba quieren gente que haga el menor ruido posible.
—Es nuestro caso. Pero lo podría entregar si así me lo pide.
—¿Quién está de turno?
—Ballesteros.
—No, por ningún motivo.
—¿Están pidiendo a alguien en especial?
—No. No sé, usted está bien de todas formas.
Los más reservados, a los que no nos importa un carajo esto, pensó Vargas, que se sabía un funcionario de carrera, nada más. Él era un buen candidato para los trabajos en las sombras, que al fin y al cabo eran solo trabajo.
—Bien. Cuente conmigo.
—Cualquier cosa me informa. Adiós, Vargas.
—Hasta luego.
—¿Qué, se complicó todo? —preguntó Cárdenas.
—Código negro.
Cárdenas soltó una risa.
—Así queremos Chile.
—Sí, que siga como siempre ha sido no más. A la hora del pico vamos a irnos.
Cárdenas rio nuevamente y se volvió a terminar su trabajo. Vargas se mantuvo sin moverse por un par de minutos. Tenía que ver los computadores. Necesitaba gente de la Brigada del Ciber Crimen. Necesitaba logística. Pero no llamó. Salió de la habitación y bajó al primer piso. El pasillo estaba iluminado por luces blancas, de poco voltaje, que alumbraban desde el suelo, pegadas a la pared. Encendió otro cigarro. Al final del pasillo había un hombre hablándole bajo a la recepcionista, remarcando sus palabras con un movimiento enérgico de su brazo derecho, como si la estuviese amenazando. Vargas llamó a uno de los carabineros.
—¿Quién es ese tipo? —le preguntó señalándolo.
—El dueño del motel, comisario. Llegó hace un rato. Lo tenemos vigilado.
—¿Le puedo pedir que lo mantenga lejos de esa muchacha, por favor?
—Sí, cómo no, comisario. Gutiérrez, tráete a ese tipo para acá y ponlo con los demás, que no hablen esos dos.
—¿Usted está a cargo? —le preguntó a Vargas un hombre del grupo de clientes, acercándose como tratando de intimidarlo. Vargas lo observó con pereza—. Con usted quería hablar. Esto es el colmo, nos han pasado a llevar ultrajando nuestros derechos y…
—Vuelva a su lugar, ¿quiere? —le dijo Vargas.
El tipo retrocedió un par de pasos, sulfurado.
—Y ¿aportaron en algo? —le preguntó Vargas al carabinero.
—No. Pero este nos ha hueviado toda la noche. Todos dicen que estaban en sus piezas y que no escucharon nada, tal vez por estar… usted sabe.
—Sí. ¿Les tomaron declaración?
—Sí, a todos, incluso a ese de ahí que dice que no habla español. Solo dice: «Diplomatic, diplomatic».
—¿Anotaron las patentes de los autos?
—Sí.
—Bien. Luego les pediremos por oficio la información.
—Ningún problema, comisario.
Se aproximó a las personas que esperaban en el pasillo. El hombre ofuscado volvió a ir hacia él.
—Oiga, oiga, esto