Название | No vuelvas |
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Автор произведения | Leonardo Tarifeño |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9786078764365 |
–¿Con tu pena en la cárcel y tu deportación a México no pagaste por lo que hiciste?
–No creo. Lo que tengo que hacer es arrepentirme y ayudar a los demás. Estoy de voluntario en La Roca, de ahí conozco a la señora con la que platicabas y por eso vine a hablar contigo. Porque hay cosas que se tienen que contar. Aquí la policía persigue a los migrantes, ¿sabes? Si te ven flaco y con cachucha te paran cinco, seis, 10 veces por día si quieren. Te rompen tus papeles, te quitan el dinero. Y yo digo: si somos mexicanos, ¿por qué la policía nos para? Lo que deberían hacer es ayudar. Yo, cuando ayudo, siento que me curo.
Su manera de ayudar, o de curarse, es llevar a La Roca a los niños que viven en la calle. Encontrárselos “todos tirados”, dice, le parte el alma.
–Yo los he visto llorar de hambre a las 3 de la mañana en la calle –señala–, porque las madres son drogadictas y los mandan a buscar droga para ellas, ni se les ocurre cuidarlos. En Tijuana se ve que hay dinero; entonces, ¿por qué no hacen un albergue sólo para niños? No lo entiendo. Aquí la gente es muy coyota. Allá es distinto. La filosofía de allá es que tu palabra vale.
–¿Tienes algún plan?
–Sí, pasarme de vuelta. Me echaron tres años de castigo, debería esperar dos. Pero no voy a aguantar. Es muy duro, hasta preferiría estar encerrado. Un año se hace un siglo. Y cuando no has vivido las cosas que se viven aquí, es peor. Robarle el celu al que te ayuda, llevarte engañado a un bar para quitarte el dinero, ya sabes. Yo lo he visto. Y la poli no hace nada.
–Pero, ¿la solución es cruzarte de ilegal? ¿No deberías buscar el apoyo de tu familia y esperar un poco?
–Es que ya no puedo. Te digo que no se aguanta. Yo me voy a cruzar. Y mira: parece que va a llover. Eso es bueno.
Por el cielo pasan pesadas nubes oscuras, y yo sé que si Nicolás confía en el desorden que las tormentas provocan entre los guardias fronterizos es porque piensa cruzarse al “otro lado” en cualquier momento. Ya debe haber hablado con un coyote, ya tiene los 7 mil dólares que van a cobrarle, ya sabe que una de las pocas zonas de Tijuana por las que hoy se logra burlar la vigilancia de la Migra es los alrededores del Cañón del Muerto. Lo único que no tiene en cuenta, o no le importa, son las consecuencias de una nueva detención. Su arrebato pone en riesgo la posibilidad de volver a su casa en los próximos diez años. Pero, ¿quién soy yo para intentar disuadirlo? Si acaso lo convenzo, ¿podré cargar en mi consciencia con el peso de una decisión que sólo mi lugar de privilegio me hace ver como la más adecuada?
Algo no está bien cuando la sensatez es un lujo que no todos pueden darse. A pesar de mis dudas, respiro hondo para pedirle que contemple cualquier opción que no le implique meterse en más problemas. Pero antes de que pueda decir algo, la Güera se levanta de la mesa y me pide que mire hacia la fila del costado. Lo que veo es una pelea entre cuatro o cinco hombres, que se hace cada vez más virulenta porque quienes tratan de separarlos terminan golpeándose entre sí.
–¿Vio? Se lo dije –apunta, en tono de reproche–. Todo empezó por ese mouse de ahí, ¿lo ve? La vez que robó en el salón, hace unos meses, yo alcancé a darle unas patadas. Qué bueno que ahora lo corren, ojalá no venga más.
De regreso a su asiento, me entrega lo que escribió para mí. Al final de la página, leo: “Aquí todos somos personas deportadas, nos tienden la mano para ayudarnos, pero a veces somos egoístas y mezquinos. Nuestro mundo son las drogas y el alcohol, el poco dinero que conseguimos lo gastamos en droga, no nos importa nada más que andar bien pasados. Cuando nos ayudan, no lo vemos. En lo que a mí respecta, aquí fui voluntaria cinco meses tiempo completo, hasta que conseguí trabajo. Trato de no ser una carga para nadie. No le quito nada a nadie y salgo adelante trabajando honradamente. Ahora también estudio para ser una persona de bien”.
En su canónico ensayo Made in Tijuana (2004), el escritor Heriberto Yépez subraya que pocas ciudades mexicanas mantienen una lucha tan explícita contra el estereotipo como TJ. “Ya en 1888”, escribe, “un año antes del que ha sido considerado el de su fundación oficial, un periodista norteamericano de The Nation escribía que ‘en Tijuana hay más cantinas que construcciones’. Tijuana nació ya embotellada de origen”.
La anécdota es relevante y sugiere que Tijuana debe gran parte de su imagen festiva y bizarra a la visión impuesta desde el exterior. Pero, más de un siglo después del comentario de The Nation, quizá cabría preguntarse si la propia ciudad no cultiva ese espejismo hecho a la medida de los 19 millones de turistas que cada año llegan a la capital mexicana del vicio de bajo presupuesto para ver sólo aquello que desean ver. Como toda gran metrópoli, Tijuana son muchas Tijuanas a la vez. La más visible de todas es aquella que se ajusta a su mitología de ilegalidad, peligro y desenfreno, por donde se cruzan el peso del narcotráfico, las ilusiones del bandolero gringo que huye de la justicia y el brillo prostibulario que enceguece a lo largo de la legendaria avenida Revolución. El riesgo para quienes no vivimos allí es creer que ese rol histórico sintetiza su personalidad, asimilar sus múltiples perfiles a esa actuación brutal y convincente que la ciudad interpreta a las mil maravillas.
Yo a Tijuana llegué por encargo, como el detective que le debe prestar más atención a las razones del crimen que al lugar donde ocurrió. Sin embargo, tener los ojos clavados en los protagonistas de esa historia no me impidió atisbar los distintos escenarios que me mostraron un paisaje inabarcable, potente y lleno de contrastes, dignos de la frontera más transitada del mundo. En la ciudad por la que yo me perdí aún sobrevuela el misterio del asesinato de Luis Fernando Colosio en Lomas Taurinas, donde por cierto unas no menos misteriosas mansiones destacan en un laberinto de curvas y casas bajas. Y vibra el contrapunto entre la industria maquiladora trasnacional, que atrae a mujeres de todo el país por una paga de mil pesos semanales, y el turismo sexual, donde se cobra lo mismo, pero por diez minutos de privacidad valuados en dólares, tanto en la Zona Norte de los tables Hong Kong y Adelita como en los elegantes clubes de Zona Río.
En ese pulso cotidiano conviven los 50 mil vehículos que pasan a diario por la garita de San Ysidro, la amenaza de inundaciones y temblores, el añejo encanto del burro-cebra (zonkey), la omnipresencia de los casinos, los hippies que peregrinan al bar Zacazonapan tras las huellas de Jim Morrison, el enigma de los guetos chinos de La Mesa, los desalojos de deportados que la policía ensaya en la canalización del río Tijuana (el Bordo) y el temible zumbido de los drones de la Operación Guardián. Entre todo ese combo, que va de East TJ a Playas, pasando por el glamour de Zona Río y el vértigo de “la hermana república de Otay”, el corazón de TJ parece latir bajo el impulso del exceso y la deshumanización, la doble cara del deseo y la explotación en una moneda lanzada al aire del destino. O, al menos, eso fue lo que creí percibir de a poco, un viaje tras otro, cada vez más sorprendido por un conjunto de historias que me desafiaban a estar a la altura de lo que me tocaba ver.
En Tijuana, los migrantes deportados ya son figuras recurrentes, a nadie le sorprende topárselos y, por lo tanto, sus historias se han vuelto habituales. A su manera, forman parte del molde de lo cotidiano que cubre la ciudad, tan característicos como el zonkey o los silenciosos maleantes de la Zona Norte. Durante mis viajes a TJ, el único antídoto que se me ocurría para desactivar la anestésica bomba de la costumbre era incorporar a su retrato las pinceladas del pasado reciente. Tener en cuenta que desde que en 1994 el país vecino reforzó el control de la frontera con los drones, telescopios de visión nocturna y sensores sísmicos de la Operación Guardián, el paso de los migrantes ilegales se desvía de Tijuana hacia el desierto, donde el Estado ejerce una violencia silenciosa, clandestina, que mata sin asesinos a la vista. No olvidar que los cambios en los conceptos de legal e ilegal en la frontera entre ambos países han ido en paralelo con las transformaciones históricas en el proceso de la migración mexicana a Estados Unidos. Subrayar que la criminalización del migrante se profundizó desde los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York, cuando el gobierno de George W. Bush convirtió la observancia de las leyes migratorias en una cuestión de seguridad nacional. Y no dejar de señalar que la amplia mayoría de los deportados que llegan diariamente a la ciudad no logra volver al “otro lado” ni reinsertarse