365 días para cambiar. Sònia Borràs

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Название 365 días para cambiar
Автор произведения Sònia Borràs
Жанр Книги для детей: прочее
Серия
Издательство Книги для детей: прочее
Год выпуска 0
isbn 9788418013959



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que Drew aún no habrá llegado de la prueba. Du­rante unos minutos la soledad que he sentido en el gimnasio me vuelve a invadir. Mis padres todavía no han llegado, y a di­ferencia de los primeros días, las tornas se han cambiado y es ahora cuando lo que más detesto es estar sola, porque empie­zo a pensar en el accidente, en todos los cambios, en qué será de mí y el resultado de todo ello es consumirme en una espiral de negatividad que lo único que me aporta son lágrimas más amargas, que saldrían con fuerza de no ser porque ya no me quedan. Han sido demasiadas las situaciones que me han sido planteadas y que he debido encarar en poco tiempo. Todo ha pasado tan rápido, a un ritmo tan vertiginoso, que aún no he logrado asimilarlo. La vida, una vez más, me quería aleccio­nar de una manera impactante y chocante, pero era lo que sin saberlo necesitaba: Todo puede cambiar de un segundo a otro y, por qué no, también puedes pasar de tenerlo todo resuelto a quedarte sin nada.

      Hace apenas unos días, si me hubiesen pedido que dijera cómo era mi vida, hubiese dicho que era tranquila, sin dema­siados sobresaltos que no se pudieran llevar. Estaba inquieta y al mismo tiempo ilusionada por los desafíos que se me plan­teaban, como lo era el concierto al que no pude ir. También, como cualquier persona de mi edad, tenía muchos planes futuros —sin importarme cuán posibles eran o cuál sería el desenlace—, y vi que estos podían ser destruidos rápidamen­te como si se los llevase el viento. Pero si lo pienso un poco, llego a la siguiente pregunta que se remonta hacia antes de que ocurriera el accidente: ¿Era feliz? Sé la respuesta. Poseía todo lo que deseaba y quejarme era simplemente irrazonable; a pesar de todo, no sentía ninguna ilusión por vivir y muchas veces pensaba que no me importaría abandonarlo todo. Era terriblemente inconformista sin tener razones para serlo. Es ahora, viendo el antes y el después del accidente que me ha quitado la movilidad por un tiempo indefinido, cuando me enfrento a un cambio de mi percepción de lo que es la vida y de cómo la vivimos. He tenido que pasar por distintos obstá­culos para comprender que en un pasado fui bastante desa­gradecida, y ahora que empiezo de cero lo entiendo y me doy cuenta de muchas realidades que no había querido mirar.

      Cuando la gente está a tu lado, en el caso de los padres y los amigos, y la gente cree en ti, pero sobre todo tú sabes que todo lo que te propongas con más o con menos esfuerzo lo puedes llegar a lograr, ¿hay algún motivo por no encontrar razones más que de sobras por las que despertarse con una sonrisa en el rostro? Solo mis padres sabían que aun sin tener motivos para estarlo, me encontraba gran parte del día de­caída, y mis ánimos cuando algo no iba según lo previsto de­caían rápidamente. Me esforzaba por sonreír delante de mis amigos, de fingir que era feliz, pero solo mis padres sabían qué se ocultaba tras una aparente sonrisa. No ha sido hasta el extremo en que he estado a punto de perder la vida cuando he entendido que tenía muchos motivos por los cuales sonreír, para ser feliz… Pero aun así, no lo era. ¿Qué más necesitaba? Me formulo la pregunta, pero por mucho que lo pienso, no sé encontrar la respuesta.

      Cada segundo que paso aquí, entre estas paredes oscuras y frías, el ambiente invisiblemente me oprime un poco más. Quiero salir a la calle, ver el sol y las nubes, y volver a sentir el aire en mi rostro. Llevo más de dos semanas encerrada en el hospital y me he sentido tan preocupada por todo lo que ha pasado que he llegado a olvidarme de acciones tan banales como el hecho de salir y respirar el aire fuera de la habitación número 154.

      Cuando una hora más tarde llega mi madre, no lo pienso demasiado cuando le digo que me acompañe a la calle.

      —¿Por qué quieres ir? —se muestra desconcertada y puedo entender que se sienta así, mi reacción ante su llegada no es exactamente lo que esperaba. Aun así, una parte de mí creía que lo diría alegre, esperanzada y feliz de ver que esos días oscuros por fin tocaban a su fin.

      —Necesito volver a respirar o perderé la cabeza. Llevo muchas horas aquí, y cada vez la habitación se encoje más, o así me lo parece.

      Me dirijo al pasillo, pero con la silla de ruedas necesito que alguien me ayude a subir y bajar del ascensor, así que por el momento me cuesta desplazarme con libertad.

      Me encamino hacia la calle y en cuanto el aire fresco entra en mis pulmones me siento como si fuese la primera vez que respiro. En cierto modo, es cierto, porque es la primera vez que me desahogo de ese ambiente estéril y con olor a antisép­tico en el que he permanecido durante días.

      Ante el simple acto, no puedo evitar mirar hacia el cielo y sonreír. Mi madre frena la silla de ruedas y toma asiento a mi lado, en un banco de piedra.

      —¿Sabes, Elise? —dice mirando hacia las pocas nubes que flotan por el firmamento en el que es un día despejado y soleado—. Después del accidente pensé que estarías destro­zada, que no saldrías de la habitación y terminarías hundién­dote en la parte más apagada de tu vida. Sin embargo, estás luchando para que tu vida sea parecida a la de antes. Y solo por ello los médicos están asombrados por tu recuperación y yo directamente no lo creo.

      —No pienso quedarme en un rincón llorando por todo lo que ha pasado y pensando ¡ay, pobre de mí! —digo con drama—. Tal vez debía pasar todo esto para que me diera cuenta de que incluso teniéndolo todo no era feliz. La vida te hace aprender por medio de lecciones muy duras que te acaban haciendo más fuerte o bien te destruyen —reflexiono en voz alta.

      —¿Dónde estás, Elise? —pregunta mirando a su alrede­dor—. Esta chica con su nombre y su mismo aspecto que está en estos instantes a mi lado no parece mi hija. Has cambiado mucho tu forma de vivir, y es solo el comienzo —dice con un brillo en sus ojos de color café.

      —Tengo un año para cambiar, me he puesto ese objetivo. Este año intentaré llegar a ser feliz, haré lo que sea necesa­rio con tal de lograrlo, solo por el hecho de luchar por lo que merece la pena.

      Nos quedamos bajo el sol unos minutos más, los rayos me deslumbran cegándome los ojos durante unos segundos. Miro hacia la gente que hay cerca de nosotras, los niños juegan en la plazoleta y algunas madres leen, otras miran concentradas hacia sus móviles, pero la mayoría miran con ojos ilusionados hacia sus pequeños.

      Hacía demasiado tiempo que no salía. En silencio, me prometo a mí misma que cada día encontraré un momento para salir a la calle.

      Los minutos pasan y estamos en silencio, no queda más por decir que no se haya dicho ya. Mi madre está perpleja por mi actitud y yo estoy sorprendida al ver cómo las tragedias cambian a las personas, y a pesar de que a veces las dejan aba­tidas también las pueden hacer más fuertes.

      A mi lado

      Despierto temprano, antes que Drew, y miro por la ven­tana. Las frecuentes pesadillas a las que me enfrento me atormentan y me hacen abandonar el sueño en medio de la noche. Esta vez he soñado que perdía a personas muy valiosas en mi vida, y lo peor era que no lo podía evitar. Veía morir a seres queridos de mi familia, y lo más doloroso es que yo estaba atada a una silla para no poder hacer nada. He sentido cómo la impotencia reinaba en mi interior. En estos momen­tos cierro los ojos con fuerza, sé con certeza que los tengo de color rojo, ya que he llorado en sueños. No es la primera vez que ocurre.

      Miro el reloj de pulsera que está sobre la mesita de noche, y solo son los seis de la mañana. Podría volver a dormir, pero sé que no volveré a conciliar el sueño, así que me quedo mi­rando cómo amanece un nuevo día al otro lado de la ventana.

      Todo está en la más absoluta calma, solo escucho el sonido de mi respiración y bastante cerca de mí el de Drew. Me gus­taría que, en mi mente, los pensamientos también estuviesen en reposo.

      Reviso el móvil, es muy temprano para hablar con Clara. Alcanzo mi libreta donde cada día escribo, antes o después de ir a rehabilitación. Leo algunas de las pequeñas reflexiones de unos párrafos, una página o a veces más, y es aquí cuando, con cada página que releo, voy viendo mi evolución. Paso las páginas y veo que lentamente he ido consiguiendo pequeños logros, pero que para mí suponen grandes avances, y no solo he seguido adelante con los entrenamientos, sino también —y lo que quizás es más importante— con la actitud. Cada día me he sentido de una manera distinta. Algunos