365 días para cambiar. Sònia Borràs

Читать онлайн.
Название 365 días para cambiar
Автор произведения Sònia Borràs
Жанр Книги для детей: прочее
Серия
Издательство Книги для детей: прочее
Год выпуска 0
isbn 9788418013959



Скачать книгу

que arruinar tu futuro. No hay nada de malo en el decir lo que verdaderamente sientes —dice y le comprendo—. Además, deberías saber que no hay nada de malo en las equivocaciones. Todo el mundo comete errores. Creo que antes de conseguir algo te puedes haber equivocado muchas veces, y puede ser que el resultado final no sea el que esperabas. Pero la clave es intentarlo. Nunca puedes arrepentirte de haberlo intentado —afirma.

      —Me gustaría presentarme a un concurso literario, pienso que sería el primer paso para emprender un camino hacia mis sueños —sonrío mientras lo digo.

      —Todo comienzo es bueno, al menos habrás empezado a encaminarte hacia un nuevo lugar. Sé que cada cual tiene su opinión, pero pienso que decidas lo que decidas, cuando lo creas conveniente, deberías decirles a tus padres lo que pien­sas. Ahora tal vez no es el mejor momento para decir nada, pero cuando pasen los días y todo vuelva a la normalidad, en­tonces quizás sí estaría bien poner las cartas sobre la mesa, ¿me entiendes?

      —Y tú, ¿por qué decidiste ser fisioterapeuta? —le pregunto para poder saber más de él y, a la vez, para dejar de hablar de mí.

      —Simplemente me gusta ayudar a la gente —dice—. Ver que puedo ayudar a quien lo necesita me hace muy feliz, ver que mis pacientes mejoran. Es admirable ver que hay quien consigue dar un giro radical a una situación —me dice mirán­dome fijamente y por impulso desvío la mirada.

      —En el fondo, a veces me ayuda más hablar contigo —murmuro inconscientemente y cuando asumo mis palabras me apresuro a decir—: No sé por qué lo he dicho… —digo algo nerviosa. No sé qué puedo decir para arreglarlo, así que ter­mino mirando hacia la mesa.

      —Lo has dicho porque es lo que sentías, ¿verdad?

      —Hay veces en las que debería estar callada, es algo que me sucede a menudo —me sonrojo ligeramente y una vez más miro hacia cualquier lugar como si así pudiese esqui­var su atenta mirada. Al darse cuenta ríe, y no puedo parar de prestar atención a esos ojos grises que me han atrapado desde que los vi.

      —¿En qué piensas? —me sorprende con la pregunta.

      —En muchas cosas —digo evadiendo la pregunta, mien­tras agradezco que no pueda leer mi mente.

      —Es lógico —sonríe—. Pero, ¿en qué estabas pensando? —insiste con una sonrisa.

      —¿Te digo la verdad? —pregunto sin tenerlas todas, pero creo que lo mejor es intentarlo y atreverme.

      —Aunque a veces no sea lo que se desea escuchar, siempre me gusta conocer la verdad.

      —Bien, pues… Estaba pensando en ti —digo sin rodeos o meditarlo demasiado.

      —¿Por qué? —pregunta y empiezo a pensar que no debe­ría haber dicho nada.

      —No estoy segura, pero en fin… Da igual, no sé por qué he dicho nada —farfullo, nerviosa, y me enredo yo misma a medida que hablo, me cuesta encontrar las palabras adecuadas.

      —Por intentarlo, no pierdes nada, ¿recuerdas? —dice di­vertido. Por mi parte, la situación resulta un tanto bochornosa.

      —No puedo parar de pensar en ti —contesto mientras en­trecierro los ojos y miro hacia mis manos.

      —Yo tampoco puedo dejar de pensar en esos ojos verdes que parecen esmeraldas… —durante unos instantes me quedo helada. No puedo creer lo que ha dejado entrever, y menos aun entiendo que pueda pensar en mí. Me pongo más colorada, pero por delante de todo me siento afortunada.

      —Bueno, me quedaría todo el día hablando contigo, pero mi turno de la tarde empieza en unos minutos, así que debo volver a trabajar. Hasta mañana —se excusa y dicho esto me da un fugaz beso en la mejilla. Debo estar soñando, pienso.

      Aturdida y sin creer aún lo que ha pasado, le sonrío, aunque no me ve, y me voy en dirección contraria a pesar de que mis brazos no me responden y durante unos segundos me quedo clavada en el mismo lugar.

      Cuando llego al pasillo, me equivoco de habitación —las habitaciones no dejan de ser réplicas de un mismo modelo—, y entro en una en la que se encuentra una mujer mayor, no sé si me ha visto, pero aun así murmuro una disculpa y final­mente llego a mi habitación. Y es al llegar cuando me paro a pensar unos segundos sobre cómo me siento y no llego a otra conclusión que no sea la de que me encuentro en un pequeño oasis en medio de este infierno.

      En la habitación no hay nadie, esta es la situación que durante los días se ha repetido varias veces, pero también agradezco los instantes de quietud en los que puedo pensar en lo que quiera, aunque en estos momentos solo soy capaz de pensar en Diego. Es mi mejor medicina, la única que con­sigue calmar mi dolor. Desde el primer día que le vi supe que esos ojos serían mi remedio para sentirme mejor. De alguna forma, estoy ordenando los sentimientos que se arremolinan en mi interior a medida que van adaptando connotaciones distintas.

      Lo único que espero es que todo esto se dirija a un puerto seguro, y no sea alguien con quien simplemente pasar el tiempo para que después no queden ni saludos donde en su día hubo amor. No permitiré que me haga daño, ni él ni nadie. En el amor nadie se merece sufrir, es algo totalmente gratuito que no sirve para nada más que para dañar.

      Por lo poco que sé del amor —sentimiento que para muchos es una emoción que aporta sentido y alegrías a la vida, pero que para mí no ha sido más que un constante des­engaño—, puedo decir que espero al menos poderlo recordar, ya que el amor a veces desgraciadamente termina, pero en cambio los buenos recuerdos prevalecen por mucho que sea el tiempo. Por su sincera sonrisa y el brillo en sus ojos, confío en que lo que siente es verdadero, aunque el tiempo me ha enseñado a no confiar en las personas más de lo que debería y también que en ocasiones quien parece más amable es quien puede esconder más daño en su interior.

      Querría decirle algunas de las cosas que oculto, pero sé que aún no puedo. Estaría bien decirle que le veo más que como a un fisioterapeuta, sin embargo, es demasiado temprano. Debo esperar, el tiempo no me hará daño para recapacitar, y si lo que siento es de verdad seguiré sintiéndolo hoy, mañana y los días que pasen, por muchos que sean.

      Por el momento, lo único que intuyo es que se trata de un chico que me es imposible describir. Me ayuda a curar mis heridas, y yo aún tengo mucho por decir… Si llegamos a algún lugar.

      Te echaré de menos

      —Hoy es mi último día en el hospital —me dice Drew, pero estoy tan concentrada en mis propios pensamientos que no le presto atención.

      —Me alegro mucho por ti —le digo sin pestañear.

      —¿Me has escuchado? —me pregunta—. ¿O estás demasia­do distraída pensando en él? —me dice con una sonrisa traviesa.

      —¿Qué? ¡No! —digo por impulso—. No pensaba en tu hermano. Ahora mismo, estaba pensando en… en… —digo titubeante intentando buscar una excusa, pero Drew me in­terrumpe.

      —¿Sabías que mientes muy mal? —me responde con una amplia sonrisa.

      —Soy pésima cuando me quedo bloqueada —termino contagiándome del buen humor que hay esta mañana. Casi soy capaz por unos momentos de olvidarme de todo, hasta de dejar de pensar que estoy en el hospital y que no puedo andar—. Estarás contento, ¿no?

      —¡Por fin vuelves a la tierra! —dice riendo a carcajadas, pero se detiene y pasa a mostrar una expresión de mayor se­riedad—. Es cierto que algunos días han sido insoportables, pero tampoco me puedo quejar, y debo confesar que los mejo­res días… Se encuentran a tu lado.

      —Es precioso lo que acabas de decir —aun con la seriedad con la que lo ha dicho, me cuesta creer que lo siento de verdad.

      —No lo digo para quedar bien, solo digo lo que siento… —dice y le veo ligeramente avergonzado—. Y desde que llegaste a mi vida me diste un motivo más para