365 días para cambiar. Sònia Borràs

Читать онлайн.
Название 365 días para cambiar
Автор произведения Sònia Borràs
Жанр Книги для детей: прочее
Серия
Издательство Книги для детей: прочее
Год выпуска 0
isbn 9788418013959



Скачать книгу

razón, en verdad tienes razón en muchas cosas que dices —digo esperando que no haya escuchado lo último, pero me equivoco.

      —No se trata de tener o no la razón, sino de que son leyes de vida que me han ido enseñando con el tiempo y que luego me gusta compartir con todo aquel que lo quiera escuchar.

      Pienso que me encanta escucharle, gracias a él los entre­namientos son complicados y cansados, pero a la vez son más amenos. Al menos, cuando hablo me distraigo y hago los esti­ramientos, pero no pienso en ello.

      —He aprendido tantas cosas después del accidente… —apenas soy consciente cuando hablo de nuevo, simplemente estaba reflexionando en voz alta.

      —¿Y no te sientes orgullosa de ti misma? —pregunta, y no dudo en responder.

      —Por supuesto que lo estoy, pero siento que han pasado demasiadas cosas en poco tiempo —digo—. Créeme si te digo que siento que no tengo tiempo de levantarme después de cada caída cuando me veo de nuevo obligada a avanzar sin siquiera tener tiempo de reponer energías.

      —La vida te pone retos y obstáculos, no espera a que te levantes para seguir adelante —dice y encuentro mucha verdad en sus palabras—. Sé que lo estás pasando muy mal, y no es para menos, pero vas por el buen camino —me dice sonriendo, hace una pausa y finalmente se atreve a seguir hablando—. Cuando tenía doce años sufrí un ac­cidente. Tuve una conmoción cerebral y después del ac­cidente había perdido hasta mi identidad. No recordaba cómo me llamaba, ni siquiera reconocía a mi familia. Pero todo me sirvió para empezar de nuevo, y ahora mi vida es diferente. ¿Cómo habría sido mi vida de no haber sido por el accidente? —se pregunta a sí mismo—. Quizás hubiese tomado otro rumbo, pero lo que habría podido pasar y no llegó a nada es solo una incógnita que no me molesto en averiguar. Prefiero pensar que mi vida es diferente y que de todo se aprende.

      —Debió de ser una etapa de tu vida muy complicada —respondo sinceramente.

      —Lo fue, pero lo tuyo también ha sido difícil y, sin em­bargo, estás aquí, luchando y dándolo todo de ti. Puede que hayas tenido muchas cosas que afrontar, pero con el tiempo lo aceptarás, ya lo verás. Pasará a ser algo normal de ti.

      —Ahora solo necesito tiempo para asumir todo lo que ha pasado —digo—. Son muchas las situaciones nuevas a las que me he enfrentado, a veces no sé qué camino debo seguir.

      —No siempre se sabe cómo actuar —dice encogiéndose de hombros—. Por eso, debes dejarte guiar por lo que sientes que debes hacer.

      —Esta mañana le he gritado a mi madre —pienso en lo ocurrido y miro al suelo—. Estoy enfadada, pero no es con ella, sino con el mundo en general.

      —Tienes derecho a estar molesta en contra de lo que ha pasado, pero el enfado no te servirá para nada más que no sea hacerte daño a ti misma, jamás lo olvides.

      Me fijo en que ya ha pasado más de una hora y media desde mi llegada.

      —Me gusta hablar contigo, pero la hora ha acabado —digo pausadamente sin ganas de irme, como si quisiera retener el momento para siempre.

      —La hora de rehabilitación ya ha terminado, y con ello también mi turno, pero no pasa nada por seguir hablando, ¿no te parece? —pregunta y no sé qué responder—. ¿O tienes algo que hacer? —al final pienso que ahora mismo no imagi­no qué podría ser mejor que estar hablando con él. Se trata de uno de esos días que empiezas con lágrimas, pero poco a poco va mejorando hasta que terminas con una sonrisa.

      Tanto por decir…

      —Se podría decir que me gustaría saber más de ti —me dice Diego de camino a la cafetería. Nos dirigimos hacia una mesa alejada de donde hay más gente.

      —¿Por qué? —pregunto sin entender que pueda tener algún interés en mi vida, solo soy una persona con una vida común, una entre tantos millones, si bien es verdad que últi­mamente usual no es la palabra que me define mejor.

      —Me pareces una chica diferente de la mayoría que he co­nocido hasta ahora.

      —¿En qué sentido? —pregunto, pues puede ser por varios motivos, y no todos tienen porqué ser precisamente memora­bles—. ¿Sabes que solo tengo los dieciocho? —añado.

      —Eres alguien singular —dice—. He podido apreciar que haces lo que haga falta con tal de luchar contra todo lo que pase y que no te quedas en un rincón pensando y lamentán­dote por todo lo que te ha ocurrido —dice con una sonrisa—. Y sí, sé que tienes dieciocho años, pero, ¿qué tanto importa la edad? No lo considero algo de vital importancia.

      Me muestro un poco irritada mientras digo: —¿Por qué tantas personas dan por supuesto que es extraño que no pase mis días llorando?

      —Tal vez lo dicen, porque es algo bastante común, sobre todo en situaciones parecidas a la tuya. Es en estos casos cuando muchas personas tienden a derrumbarse, pero tú no has actuado así —enmudece durante algunos segundos y después del silencio me pregunta—: ¿Has pensado qué estu­diarás?

      —Hace un tiempo me obcecaba pensando en qué quería es­tudiar, como si fuese lo más importante. Tenía muchas dudas, mezcladas con ilusiones. Pero ahora, después de todo, ya no me muestro nerviosa por lo que pueda venir. Al contrario, siento que tengo muchos sueños que me gustaría hacer realidad, pero tampoco sería una catástrofe si mi vida se desviara por otros caminos. Me gustaría ser escritora —digo al fin.

      —Si serás feliz con ello, todo el mundo debería apoyar­te en tus decisiones —reflexiona, y no podría estar más de acuerdo. Lo que verdaderamente me importa es ser feliz con lo que haga. Lo demás es secundario.

      —Poca gente sabe que es mi sueño. De hecho, eres la se­gunda persona que lo sabe —confieso—. Solo lo conoce uno de mis maestros, que fue el único que vio algo en mí que nadie, ni siquiera yo misma, se había parado a observar.

      —¿Por qué no se lo has contado a tu familia? —pregun­ta—. ¿Acaso tienes miedo de que se opongan a ello?

      —No, bueno… tal vez —me muestro vacilante—. Mis padres desearían que fuese una gran pianista —me encuen­tro volviendo a pensar en el día del concierto y alejo los pen­samientos de mi mente—. Pero ese no es mi sueño. Dedicán­dome a ese mundo estaría bien, pero… Sé que no sería feliz.

      —No se trata de lo que a los demás les haga felices, sino de aquello que te hace sonreír a ti —me dice con franqueza—. Pienso que deberías reunir todo el valor que tengas para de­cirles lo que sientes. ¿No quieres seguir con la música? —me pregunta y tardo algunos segundos en responder.

      —Sí es verdad que me gusta la música, pero simplemente no consigo verme allí en un futuro, ni mucho menos dedicarme profesionalmente —inconscientemente vuelvo a transportar­me al día del accidente—. Hace unas semanas, justo el día que me ingresaron después del accidente, tenía un recital. Claro está que quedó anulado, aunque también podría hacer el concierto otro día, cuando esté bien, pero si lo pienso fríamente me doy cuenta de que el esfuerzo empleado en ello me lo quedo para mí y nada más, porque no quiero volverme a presentar. Ahora lo veo todo de distinta manera, y sé qué es lo que me conviene.

      —Al final se trata de tu vida, y por lo tanto eres tú quien decides —dice—. Piénsalo bien, porque puedes participar en el concierto o en otra actividad de música, y después poner punto y final a esta historia para dejar paso a nuevas.

      —Para empezar, sé que les tengo que decir la decisión que he tomado. No he encontrado un momento apropiado, pero la verdad es que debo decírselo, porque de lo contrario no me gustaría que lo supieran por medio de otras personas —pienso en el profesor Ruiz, y sé que podrían conocer la verdad a través de él, y entonces automáticamente pensarían que no he tenido suficiente confianza en ellos.

      —Pero, ¿tienes