365 días para cambiar. Sònia Borràs

Читать онлайн.
Название 365 días para cambiar
Автор произведения Sònia Borràs
Жанр Книги для детей: прочее
Серия
Издательство Книги для детей: прочее
Год выпуска 0
isbn 9788418013959



Скачать книгу

los ojos inyectados en sangre, pero intenta mostrarse fuerte. En cambio, es mi padre quien refleja mayor sufrimiento en su rostro. Cuando se acercan a la cama les pre­gunto qué me ha pasado. Se muestran reticentes a decirme qué ha pasado, y no se sorprenden que no recuerde nada de lo sucedido o vivido en las últimas veinticuatro horas o las que sea que hayan pasado.

      Es mi madre quien se atreve a hablar después de algunos segundos de miradas furtivas entre ellos. Como si estuvieran sopesando quién será el primero en hablar.

      —Has tenido un grave accidente de coche, Elise. Nos han llamado a las dos y diez de la madrugada, al parecer a la hora en la que salías de la fiesta. Un coche que iba a mucha más velocidad que el tuyo ha provocado un fuerte choque. El con­ductor del otro automóvil ha salido ileso, en cambio, hija, es un milagro que tú no estés muerta —algunas lágrimas apare­cen en sus ojos, pero se detienen antes de salir. Quiero decirle que no se lamente, que a pesar de todo estoy bien, pero no sé si es cierto que esté bien, tampoco no logro reunir las fuerzas necesarias para decirle todo lo que en el fondo siento. Aun con toda la situación que estoy atravesando, el primer pensa­miento que asalta mi mente va dirigido al concierto.

      —Llevo preparándome durante tanto tiempo para el con­cierto… De golpe, un accidente lo deja todo a medias —mani­fiesto con incredulidad.

      —Sé que te sientes frustrada y de mil formas más que no se pueden describir hasta que no se viven. En estos instantes no puedes con el peso de tu vida y es normal, pero piensa que dentro de todo lo que ha ocurrido, aún conservas lo más im­portante: tu vida. El accidente no te ha arrebatado la vida —sin duda, son tal vez las palabras más duras que nunca antes hasta hoy había escuchado, pero la realidad a la que me en­frento aún es más fuerte.

      —Pero me ha privado de muchas cosas, ¿no es así?, ¿por qué no me puedo mover? —exclamo enfadada y no lo disimulo.

      —Elise, cariño, verás… No creo que en estos momentos quieras hablar de tu movilidad… —intenta hablar, pero no dejo que se explique, necesito saber qué ha pasado, aunque creo que lentamente lo voy comprendiendo.

      —No necesito mentiras, no puede ser que vosotros sepáis qué es lo que me ocurre y yo, que soy la implicada, sea la última en saberlo —digo—. No me puedo mover, así que debo saber el alcance de los daños. —Prácticamente les estoy gritando furiosa, así que intento serenarme un poco.

      —Sabes que no soporto las mentiras —me dice mi madre mirándome con seriedad—. Así que, si quieres saber la verdad, lo vas a saber —hace una pausa en la que calcula qué tan fuerte será el impacto de sus palabras y vuelve a hablar—. No podrás volver a andar —inspiro algunas veces mientras espero las lágrimas, pero estas no aparecen—. Para recuperar un poco de movilidad deberás hacer muchas horas de recu­peración a cargo de la rehabilitación del hospital. Durante un año, cada día harás varias horas de rehabilitación para fortale­cer la musculatura. Pero no esperes volver a tu rutina normal, porque sería necesario un milagro para que volvieras a andar. Piensa que los médicos no saben hasta dónde llegan los daños y por el momento nada es seguro. Cabe la posibilidad de que sus predicciones no sean acertadas y se equivoquen…

      Siento que ya he escuchado bastante, les pido que aban­donen la habitación, quiero quedarme sola y poder procesar toda la información que se ha cernido sobre mí como si de un alud de nieve se tratara. No es ninguna sorpresa, llevo horas sin notar las piernas, ¿qué esperaba? Ya sabía que había ocu­rrido algo grave, pero una parte de mí quería protegerse y se negaba a admitir los inminentes hechos. Como han dicho, tengo suerte de seguir con vida, pero nunca llegué a imaginar que estuviera tan maltrecha, no sabía que el precio que había que pagar por seguir respirando fuera tan caro.

      ¿A quién quiero engañar? Ahora mismo odio mi vida con todas las fuerzas que aún me quedan. Si miro atrás veo que lo tenía todo, no podía pedir nada más, y aun así, no era feliz. Soy una chica estudiosa y entregada, veo que soy querida por la gente de mi alrededor, tengo amigos y a todo aquel que me importa a mi lado. Me gusta el deporte, soy trabajadora y lucho por todo lo que quiero… A pesar de que sé que ni mucho menos está todo perdido, sé que hay muchas cosas que sí lo están y también comprendo que una gran parte de mi vida ahora ya no será parte del presente sino del pasado.

      En estos momentos solo me queda ser luchadora. Es lo único que me conviene y el único llamado que sigo, el seguir adelante. Pero no sé si quiero seguir luchando si sé que mi vida jamás volverá a ser la que un día fue.

      Grito una vez más y vuelvo a llorar, a pesar de que sé que no sirve de nada, es absolutamente inútil lamentarse. Puedo estar muy enrabiada, y culpándome a mí misma pensando que no debería haber ido a la fiesta, pero es absurdo pensar qué habría podido pasar, porque las catástrofes simplemente se presentan y evitarlas es algo prácticamente imposible.

      Estoy estirada en esta cama de hospital, preocupándo­me por todo lo inimaginable, excepto por lo que ha dicho mi madre: para recuperar fuerza en las piernas, durante 365 días haré rehabilitación.

      Tengo poco tiempo para cambiar mi pesimismo, y esta vez no tengo alternativa si quiero seguir adelante. Sin embargo, ¿quiero luchar?, ¿me quedan fuerzas?

      Cierro con fuerza los ojos. Mi parte oscura tiene la espe­ranza de no volverlos a abrir jamás.

      Compañero de habitación

      Los días pasan, y esta es la única certeza que tengo ahora mismo.

      La hora en la que se celebraba el concierto estuve hundida entre lágrimas. Debería estar sobre aquel escenario luchando por todo aquello por lo que me había esforzado. Lo había dado todo de mí. Pero nunca, ni en mis peores pesadillas, hubiera podido imaginar que un grave accidente cambiaría el rumbo de mi existencia y la giraría de tal modo que abriría los ojos en una habitación de hospital.

      Hoy tan solo los pensamientos negativos tienen cabida en mi mente. Sinceramente, me cuesta mucho pensar en algo bueno, porque todo aquello que era positivo para mí ahora apenas soy capaz de verlo.

      Ya ha pasado una semana de mi nueva vida. De momento, no hay cambios. Sigo sin poderme mover e intento asumirlo con toda la tranquilidad de la que aún dispongo.

      Hay muchas personas que vienen a visitarme, pero lo que nadie comprende es que en estos momentos quiero estar sola para poder perderme de una vez por todas en la oscuridad en la que se reduce ahora mi vida. Me gustaría que me dejaran sola. A veces la soledad es la única amiga que se necesita y en estos momentos es lo único de lo que me gustaría disponer, para poder poner en orden una pequeña parte de todos los pensamientos que vienen y van sin orden alguno. Lo último que necesito es que las personas me miren con cara de pena y me hablen con lástima. Seguramente piensan y creen que soy débil, algo que no puedo discutir más que nada porque ayer al mirarme al espejo pude constatar lo que ya suponía, que parezco ser frágil como un pájaro al que le han cortado las alas. Pero una parte de mí, ciertamente desconocida, consi­gue mantenerse fuerte a pesar de las circunstancias.

      En el decurso de los últimos días he llorado hasta agotar todas mis lágrimas, que no eran solo de dolor, sino que se mezclaban con una tristeza inexplicable y una sensación de vacío que en pocas ocasiones he sentido. Mis padres están a mi lado, hay mucha gente que me acompaña ahora que el sol no está presente en mi mundo, pero a pesar de todas las muestras de afecto que recibo me siento más abandonada que nunca, porque una parte de mí se ha ausentado de mi cuerpo. Y este es el peor dolor.

      También recibo un sinfín de llamadas de parte de mi fa­milia, de gente que conozco, pero con la cual apenas he habla­do algunas veces, pero sobre todo recibo mensajes y llamadas de mis amigos. Aun sin tener ganas de conversar, me alegro de que tanta gente me apoye.

      Con el paso de las horas, voy entendiendo que debo esfor­zarme para continuar con mi camino y también para luchar hasta que no pueda más. He perdido muchas cosas, sí, es cierto, pero ahora no pienso dejar que el accidente me quite aún más.

      Esta mañana me han anunciado que me trasladarán