Название | ¡No valga la redundancia! |
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Автор произведения | Juan Domingo Argüelles |
Жанр | Учебная литература |
Серия | Studio |
Издательство | Учебная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9786075572475 |
10. adolescente, ¿adolescente joven?, ¿adolescente muy joven?, joven, ¿joven adolescente?, ¿persona adolescente?
El término “adolescente joven” es tan absurdo como su sinónimo, y a veces opuesto, “joven adolescente”. Ambos son sinsentidos de los ámbitos de la psicología, la salud y la autoayuda. Quien es “adolescente” es “adolescente”, y quien es “joven” es “joven”. No hay que mezclar una cosa con la otra, aunque a los terapeutas y consejeros familiares les encanten estas barbaridades. Peor que “adolescente joven” es, en estos mismos ámbitos, “adolescente muy joven”, pues el oxímoron raya en la ridiculez. Como están las cosas, tal vez pronto se hable de “niño muy adolescente”. Todo esto da grima. El adjetivo y sustantivo “adolescente” (del latín adolescens, adolescentis) significa “que está en la adolescencia”, y el sustantivo femenino “adolescencia” (del latín adolescentia) designa el “período de la vida humana que sigue a la niñez y precede a la juventud” (DRAE). Ejemplo: Francisco es un adolescente, ya casi un joven. El adjetivo y sustantivo “joven” (del latín iuvĕnis) significa lo siguiente: “Dicho de una persona: Que está en la juventud”. En consecuencia, el sustantivo femenino “juventud” (del latín iuventus, iuventūtis) designa al “período de la vida humana que precede inmediatamente a la madurez” (DRAE). Ejemplo: Adriana es una joven, ya dejó de ser una adolescente. El DRAE no precisa las edades para diferenciar las etapas “adolescente” y “juvenil”, pero, de acuerdo con los convencionalismos más confiables, la “adolescencia” es la etapa comprendida entre la “pubertad” y la “edad adulta”, esto es entre los 12 y los 18 años, y la etapa “juvenil” es la comprendida entre la “juventud” y la “madurez”, es decir entre los 18 y los 29 años. A partir de los 30 se inicia la “madurez” que, hacia los 60, abrirá las puertas de la “vejez”. Queda claro que un “joven” no es un “adolescente” ni mucho menos un “niño” (de 11 años o menos), y que una persona “madura”, aunque se comporte con puerilidad o con desenfado adolescente o juvenil, no es, por supuesto, un niño ni un adolescente ni un joven, sino alguien que no ha conseguido asumir su madurez y que, probablemente, llegue a viejo comportándose como si estuviera en la escuela secundaria. Los oxímoros “adolescente joven”, “adolescente muy joven” y “joven adolescente” son barbaridades o, al menos, inexactitudes en el uso de la lengua. No confundamos las cosas. Podemos decir y escribir: Un adolescente de 13 años o Una adolescente de 17 años; también: Un joven de 22 años o Una joven de 25 años, pero nada gana nuestro idioma, porque nada precisa y, en cambio, sí lleva a la confusión, con las expresiones “adolescente joven”, “adolescente muy joven” y “joven adolescente”. Es cierto que el adjetivo “joven” posee la acepción secundaria “de poca edad, frecuentemente considerado en relación con otros” (DRAE), pero la lógica nos obliga a no utilizar este adjetivo para modificar los nombres de los períodos que, por convención, se dan a la vida humana (niño, púber, adolescente, joven, maduro, anciano o viejo), pues, así como no hay viejos jóvenes, tampoco hay niños jóvenes. En su acepción secundaria, el adjetivo “joven” casi siempre se usa en función comparativa. He aquí el ejemplo del DRAE: El más joven de todos era yo. Y en este ejemplo se entiende que el pronombre “todos” no implica necesariamente, en el contexto oracional, la “juventud” de los aludidos, sino la menor edad de uno de ellos en relación con los demás, con la probabilidad de que nadie, realmente, en ese indefinido “todos”, sea “joven”. Otra barbaridad es decir y escribir “persona adolescente”, pues la “adolescencia”, como ya hemos visto en la definición, es un “período de la vida humana”; en consecuencia, no hay árboles adolescentes ni peces adolescentes ni microbios adolescentes y ni siquiera chimpancés adolescentes, aunque mucho parecido tengamos con los chimpancés. La “adolescencia” es privativa de los seres humanos; por tanto, no hace falta anteponer el sustantivo “persona” (“individuo de la especie humana”) al adjetivo “adolescente”; basta con usar “adolescente” y “adolescentes” como sustantivos. Ejemplos: El adolescente presenta una crisis de personalidad; Los adolescentes suelen desconfiar de sus padres. La expresión “persona adolescente” es, con absoluta seguridad, una redundancia que surgió con el denominado “lenguaje inclusivo o de género”; absurdamente, pues “adolescente”, lo mismo si es adjetivo que sustantivo, es invariable tanto para el masculino como para el femenino; el género lo marca, especialmente, el artículo: “el adolescente”, “la adolescente”, “unos adolescentes”, “unas adolescentes”. Si decimos y escribimos “personas adolescentes” para abarcar lo mismo a los hombres que a las mujeres “adolescentes”, ello es rizar el rizo, pues con decir y escribir “adolescentes” ya estamos abarcando ambos géneros.
Las formas equívocas “adolescente joven”, “adolescente muy joven” y “joven adolescente”, que se producen a partir del mismo procedimiento torpemente eufemístico y redundante de llamar a los viejos o ancianos “adultos mayores” o “adultos en plenitud”, cada vez se extienden más en las publicaciones impresas, en el lenguaje necio de profesionistas, y, sobre todo, en internet. En un libro leemos lo siguiente:
Tan claro y preciso que es nuestro idioma como para decir, correctamente:
11. alimento, ¿alimento no nutritivo?, ¿alimento sin nutrientes?
Si una persona, con hambre o sin ella, se lleva a la boca un puñado de trozos de acero y se lo traga, ¿equivale esto a “alimentarse”?, ¿es eso un “alimento”? Desde luego, no; porque, de acuerdo con la definición de “alimento”, el acero no es una materia con cualidades